La Iglesia tras el fin de El Gallinero - Alfa y Omega

La Iglesia tras el fin de El Gallinero

El desmantelamiento del poblado chabolista y el realojo de sus familias han sido posibles gracias al acompañamiento a lo largo de 13 años del centro pastoral San Carlos Borromeo

José Calderero de Aldecoa
Una escena del desmantelamiento de El Gallinero, la semana pasada Foto: EFE/Luca Piergiovanni

El poblado chabolista de El Gallinero ya no existe. Fue totalmente destruido por varias retroexcavadoras entre el martes y el jueves de la semana pasada en medio de una gran expectación mediática. El fin del asentamiento, que llevaba años anunciándose, llega ahora después del acuerdo firmado entre el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid en el que cada administración asumió el 50 % del coste del desmantelamiento y del realojo de las familias. Pero, como sucedió también con los realojos de población chabolista aprobados el pasado verano en el Sector 6 de la Cañada Real, las actuaciones han sido posibles en buena medida gracias a la labor de la Iglesia sobre el terreno.

«Llevamos más de 13 años acompañando a las familias de El Gallinero. Después de todo este tiempo, se han dado cuenta de que hay otras formas de vivir mejores y que el cambio redunda en beneficio principalmente de sus hijos y nietos», explica Javier Baeza, sacerdote responsable del Centro de Pastoral San Carlos Borromeo.

Esta labor ha sido ensalzada por la Policía y por el propio Ayuntamiento, que a través del director general de Exclusión Social «ha reconocido que esperaban que los realojos hubieran sido más complicados y que la gente hubiera puesto muchos más problemas para salir del poblado, y en absoluto ha sido así», afirma Baeza.

«Los voluntarios de San Carlos Borromeo han estado en contacto constante con las familias y con el Ayuntamiento para acompañar todo el proceso. Los técnicos municipales se han ido encargando de resolver las dudas de las familias ante el realojo, el precio del alquilar, los gastos de comunidad…, y nosotros nos hemos centrado en el acompañamiento personal. Mucha gente lleva viviendo aquí cerca de 15 años, hay niños que ya son padres y siguen en El Gallinero, y les produce vértigo la perspectiva del cambio», explica el sacerdote.

Dos mujeres lloran al abandonar la que ha sido su casa durante años. Foto: REUTERS/Susana Vera

Fin de El Gallinero pero no del acompañamiento

Sin embargo, a pesar de la demolición del poblado chabolista, «para nosotros El Gallinero no se ha acabado». Las familias —en total, 23— han sido realojadas en diferentes barrios y tipos de viviendas, «por lo que el reto de seguir acompañándoles es mucho mayor a causa de la distancia».

Una primera actuación, explica el responsable de San Carlos Borromeo, ha sido «ayudarlos en la instalación del mobiliario en su nueva casa. Este tipo de cosas son las que cualquiera pide a su familia. En este caso, al estar lejos de sus países de origen y después de todo lo que hemos vivido juntos, nos lo piden a nosotros».

Para mantener el contacto, desde San Carlos Borromeo han organizado una asamblea festiva «para que nos cuenten sus experiencias, para ver qué tal están y porque tenemos el sentimiento de que pertenecemos a una misma familia y, como tal, consideramos un valor el encontrarnos».

Más significativa es la colaboración entre parroquias que están promoviendo desde el centro pastoral para mitigar los efectos negativos de un abrupto cambio escolar de los niños de El Gallinero. «Son niños que necesitan apoyo escolar. Nos alegramos del cierre del poblado porque era un lugar ignominioso, pero es cierto que cuando estaba en pie, íbamos allí y les podíamos dar las clases. Ahora estamos intentado contactar con las iglesias de los barrios donde les han realojado para que los niños se puedan enganchar al apoyo escolar de las parroquias».

El tema de escolarización de los niños es, precisamente, uno de los que más preocupa al grupo de voluntarios de San Carlos Borromeo, junto con la excesiva presión mediática a la que se sometió a las familias durante el desmantelamiento del poblado chabolista.

Según Javier Baeza, en algunos casos, el realojo de las familias no ha venido acompañado del cambio de centro escolar de los niños. De esta forma, hay chicos «que tienen que seguir yendo al colegio al que iban cuando vivían en El Gallinero y se cambiaran al nuevo centro cuando haya plazas». Esto afecta seriamente a su derecho a la educación y a la igualdad de oportunidades, poniéndose en riesgo, de forma absurda –el realojo estaba en los planes de la corporación municipal desde hace años– un largo proceso de motivación e integración social».