«Tú, griego de Toledo» - Alfa y Omega

«Tú, griego de Toledo»

El arzobispo de Toledo, monseñor Braulio Rodríguez, celebró el lunes la Santa Misa en la catedral primada, en el IV centenario de la muerte de uno de los hijos (adoptivos) más ilustres de esta ciudad, El Greco. El funeral fue celebrado en latín, con el arzobispo y los sacerdotes concelebrantes ataviados con vestiduras litúrgicas del siglo XVII. El Primado de España resaltó la condición de profundo creyente del pintor. Ésta fue su homilía:

Braulio Rodríguez Plaza
El arzobispo Primado durante la Santa Misa

Doménikos Theokópoulos: queremos, hermano, no sólo recordar que se apagó tu vida aquí en Toledo, el 7 de abril de 1614; deseamos conmemorar la muerte y resurrección de Cristo, el Señor, y de este modo orar por ti y contigo. Tú sabías bien, aún en los avatares de esta vida, que los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios; y que éste no es un espíritu de esclavitud, sino un Espíritu que nos hace gritar: «¡Abba! (Padre)».

Tú también viste cómo la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios, que está gimiendo toda entera con dolores de parto. Que es un deseo que en ocasiones vemos muy lejos y que, en ocasiones, nuestro ánimo decae.

Pero, sin duda, muchas veces has experimentado tú, griego de Toledo, que donde está el corazón del hombre, ahí está también su tesoro; y que Dios no acostumbra a negar la dádiva buena a los que la piden. Por eso, porque Dios es bueno y porque es bueno, sobre todo, para los que esperan en Él, le pedimos que estés en su luz -la que tan bien pintaste- y que veas su gloria y goces de los deleites celestiales. Sólo Dios es bueno; por eso, con el salmo reconocemos: «Abre tú la mano, y sacia de favores», a este nuestro hermano Doménikos.

Sí, tú lo sabes, hemos muerto con Cristo, y mientras vivimos aquí, llevamos en nuestros cuerpos la muerte de Cristo, para que también la vida de Cristo se manifieste en nosotros. Quisiéramos que vivieras ya en plenitud, puesto que todos los bautizados hemos resucitado con Cristo, en esa iluminación bautismal y en la crismación del Santo Espíritu; pedimos que vivas en Él, que subas con Él, para que la serpiente no encuentre ya tu talón para morderlo. Que tú descanses en Dios y contemples su felicidad, que es, en efecto, algo digno de ser celebrado, algo que llena de felicidad y de tranquilidad.

Esa paz y certeza en estar con Cristo resucitado experimentaron los dos discípulos de Emaús, a pesar de su decepción y frustración, porque ya estaban en el tercer día y todo parecía acabado. Esa paz y alegría de Cristo resucitado, la oíste, sin duda, querido Doménikos, cantar en tu Creta natal, cuando se celebraba la liturgia pascual, tal vez en la divina liturgia de san Juan Crisóstomo.

Esa alegría pascual repetida como saludo –Cristós aneste, allezós aneste– te hizo comprender que semejante alegría no sólo acompañó a Cristo en su humanidad glorificada, sino que, desde Él, alcanza ya a los que le siguen. Comprendiste que Cristo acompaña a mujeres y hombres, como a los de Emaús, tras su anastasis/resurrección, para que los humanos vean la gloria de la Resurrección y no se dejen vencer por el maligno, que es mentiroso, aún en la peripecia vital de cada uno de nosotros.

Monseñor Rodríguez, con los concelebrantes, en la sacristía de la catedral, se disponen a celebrar la Eucaristía

Hermano Doménikos: en tus obras pictóricas, nos dejas ver cómo la luz pascual acompaña a los que son miembros del Cuerpo de Cristo, discípulos que caminan con dificultad, pero con energía, a la búsqueda de la felicidad que llena el corazón. Sin duda, tú también experimentaste la debilidad y las limitaciones y habrás orado en ocasiones: «Señor, te he llamado, ven deprisa» (Sal 141, 1), porque sabías de la cercanía de Jesús cuando estamos en la tribulación, porque la tribulación de la Iglesia, que es su Cuerpo, continúa hasta el fin de los siglos. «Todo cristiano sabe -dice san Agustín- que estas palabras suelen entenderse de la cabeza en Persona. Cuando, en efecto, declinaba el día, el Señor entregó voluntariamente su vida en la cruz, para volver a recobrarla». Pero también tú sabías que entonces estábamos nosotros allí representados. Pues lo que colgó del madero de la Cruz es la misma naturaleza que tomó de nosotros. Si no, ¿cómo hubiera sido nunca posible que el Padre abandonara a su Hijo único, siendo ambos un solo Dios?

Pero aquella ofrenda de la tarde fue la Pasión del Señor, la cruz del Señor, oblación de la víctima salvadora. Aquella ofrenda de la tarde se convirtió, por la Resurrección, en ofrenda matinal. Es la que queremos ofrecer en este 7 de abril por ti, por si necesitaras todavía del amor redentor de Cristo para llegar a contemplar la infinita hermosura de la gloria del Padre. Jesús ya te habrá desvelado, como a los de Emaús, las Escrituras. La esperanza se hace grandísima, pues en la carne nos has mostrado que se ve lo invisible. No cabe la desesperanza de la Redención que ha tenido lugar por Cristo.

La comida de Emaús, en este caso, resulta fundamental, porque da continuidad a la comida con Jesús anterior a la Resurrección e inaugura el banquete de la Iglesia celebrando la Pascua por medio del sacramento. Todos pedimos para que tú, Doménikos Theokópoulos, estés sentado a la mesa del Banquete celestial. María, la Madre de Dios, te habrá acogido para llevarte, por Cristo, al Padre. Que así sea.