El despertar de la persona - Alfa y Omega

El despertar de la persona

¿Qué tienen en común las plazas de París, el Maidán de Kiev, los cursos de cocina para jóvenes inmigrantes de la ONG Cesal o las aulas de un colegio italiano como La Traccia? En todos estos lugares, hemos asistido en los últimos meses, o en los últimos años, a lo que podríamos llamar una revolución de lo humano: un acontecimiento que ha despertado a la persona, la ha sacado de su pequeña medida, de su escepticismo y sus miedos, haciendo emerger toda su dignidad y grandeza, y la ha puesto a caminar junto a otros. Un acontecimiento que ha quedado documentado mediante algunos testimonios en la última edición de EncuentroMadrid (EM)

Ignacio Santa María Pico
Un momento de EncuentroMadrid 2014

El movimiento Les Veilleurs nació hace un año en París como una secuela de las masivas protestas contra la ley que permite a personas del mismo sexo contraer matrimonio y adoptar niños. Cansados de ver que el Gobierno ignoraba las manifestaciones y que nada cambiaba, unos pocos jóvenes comenzaron a reunirse por la noche junto al palacio de la Asamblea Nacional. Colocaban velas en el suelo y se sentaban hasta que la policía los disolvía. Se dieron a sí mismos el nombre de les veilleurs (los vigilantes).

A la segunda o tercera vigilia, comenzaron a llevar textos para leer en voz alta. Así, daban lectura a pasajes de Péguy o Bernanos, pero también clásicos de la literatura francesa, autores comunistas, poemas, ensayos de filósofos o de sociólogos…, todo aquello que ayudara a reavivar el eco que todos llevaban en lo profundo del corazón, así como también recuperaron el canto, al que todos unían sus voces.

José María Alvira, Presidente de Escuelas Católicas, interviene ante la mirada del educador y escritor italiano Franco Nembrini

El joven católico Axel Rokvam, uno de los iniciadores de este atípico movimiento, relataba en el EncuentroMadrid: «Nos preguntábamos cómo era posible haber llegado hasta el punto que la gente hubiera dimitido de pensar. Se nos ocurrió que, para responder a esto, podríamos dar una parte de nosotros mismos, una parte de la verdad que llevamos en nuestra experiencia que pudiera interpelar a las personas que escuchaban, y esa parte tiene que ver con la Historia, con la literatura, con la filosofía, con la música… Para nosotros, la cultura era un medio de romper con el individualismo formando pequeñas ágoras».

En pocos meses, estos encuentros libres y abiertos a todos, cualquiera que fueran sus creencias o posiciones políticas, se extendieron por 200 municipios de toda Francia. En algunas vigilias, se daban cita hasta 5.000 personas, a pesar de la dura represión policial y la oposición a veces violenta de quienes los rechazaban.

«En las vigilias, formamos un pueblo y tomamos conciencia de que hay algo que nos une. Las vigilias apelan a la conciencia y al compromiso. No son un lugar para presionar a la sociedad, sino para despertar la conciencia. Son un lugar de libertad. Allí nos mostramos con nuestro verdadero rostro, que se despoja de la superficialidad y reencuentra su autenticidad; entonces, todo se vuelve más sencillo, más rápido, más profundo y más feliz. Nos gritan, nos insultan, nos pegan, pero a los dos días volvemos a sentir el deseo de testimoniar, porque somos la única mano tendida que tienen en esta sociedad».

Plaza Maidán

Otro movimiento espontáneo fue el que protagonizaron millones de personas procedentes de toda Ucrania marchando hacia la plaza Maidán, en Kiev, para protestar por la forma brutal con la que habían sido desalojados los partidarios de los acuerdos de asociación con la Unión Europea. Uno de los manifestantes que ha pasado meses en el Maidán es el profesor universitario y editor Constantin Sigov, quien divide los acontecimientos en dos períodos: los dos primeros meses, pacíficos y luminosos; y un segundo período en el que las protestas se radicalizaron y se disparó la violencia.

Sigov describió así ese primer período: «Fue una gran belleza. Los rostros se iluminaban con la alegría de saber que estaban defendiendo algo justo y por la relación entre unos y otros. Lo primero fue montar una biblioteca pública en la plaza. Hicimos una universidad abierta, donde continuamente se ofrecían conferencias. Cada uno aportaba lo que podía (alimentos, medicamentos, dinero, leña para el fuego…); fue un gran movimiento de gratuidad; un movimiento inmenso de voluntarios que entregaban su tiempo y sus energías. Una solidaridad vivida intensamente durante dos meses».

A Sigov no le cabe duda de que, en su país, están ahora mismo en juego muchas cosas: «Ucrania puede convertirse en el catalizador del despertar de toda Europa», dijo convencido de que allí ya se ha producido la victoria de la esperanza sobre el miedo y del perdón sobre el deseo de venganza. «La enfermedad de nuestro tiempo, de esta nueva generación de jóvenes, es que se miran a sí mismos y dicen: Yo soy incapaz; no soy nadie. Pero en Maidán los jóvenes han desempeñado un papel esencial porque han dicho: Sí podemos», añadió el profesor de filosofía.

Un nuevo inicio

No soy nadie, es algo que hace sólo tres años podrían haber pensado Hamza, Ariel, Aris, Manuela, Arrafs y otros jóvenes inmigrantes que deambulaban por las calles de Madrid sin nada que hacer y sin que nadie se preocupara por ellos. Un día, por sí mismos o por la recomendación de un amigo, encontraron el Centro de Participación e Integración (CEPI) que la ONG Cesal tiene en el madrileño distrito de Tetuán. Allí se encontraron con alguien que les tomó en cuenta y les dijo: Es bueno que tú existas. Y con este abrazo a toda su humanidad, su persona comenzó a despertar.

Dos jóvenes Veilleurs

Los responsables del CEPI les ofrecieron un curso de cocina y se apuntaron. Entonces conocieron a Chema de Isidro, Eduard Roselló y César Senra, que se implicaron hasta el fondo en una relación con ellos. Así dio comienzo una aventura que les llevó de viaje hasta las cocinas de algunos de los mejores chefs de España. Junto a ellos, aprendieron que el secreto de la buena cocina es el mismo que el de la vida: la pasión por servir y hacer felices a otros, como dice Roselló: «La única posibilidad de construir un mundo nuevo es servir a los otros, porque, en el servicio, la libertad y la conciencia de uno mismo toman pleno sentido».

Y lo pusieron de manifiesto en EM mientras preparaban, junto a David Muñoz, chef del restaurante DiverXO, un salmorejo con caballa, fresas y cilantro, que luego sirvieron todos los asistentes.

Es este amor incondicional el que hace posible la educación, como ha subrayado en otro encuentro el director del colegio La Traccia, Franco Nembrini, autor del libro El arte de educar (Ediciones Encuentro, 2013), a quien le gusta comparar la educación de los hijos o de los alumnos con la parábola del hijo pródigo: «El padre le da la libertad para irse, pero permanece en su sitio, se queda esperándolo y por eso hace posible el retorno».

Para Nembrini, que participó en la mesa redonda Tiempo de educar, junto al Secretario General de Escuelas Católicas, José María Alvira, la esperanza está en que «Dios sigue haciendo siempre lo mismo: nos crea con un corazón deseoso y nos pone delante el universo con toda su belleza para atraernos hacia Él». El despertar de la persona puede parecer muy difícil en el caso de nuestros jóvenes de hoy, pero no es imposible, tal y como afirma el director de La Traccia: «El corazón puede estar sepultado bajo una capa de diez metros de hormigón, pero si la señal que le enviamos es lo suficientemente potente, despertará».