De una pastoral para los jóvenes a una con los jóvenes - Alfa y Omega

Necesitamos hacer una conversión de calado: pasar de una pastoral para los jóvenes a una con los jóvenes. Supone un cambio de método, pero también de protagonistas. Los jóvenes han de tener una singular presencia no solamente como sujetos activos en programas y acciones, sino como autores de los mismos. Ellos tienen que ser protagonistas en la evangelización de sus compañeros de camino: de los que no conocen a Dios, de los que no han tenido una experiencia fuerte del Señor ni de la pertenencia eclesial, y también de los que, habiéndolo conocido, se apartaron de su cercanía y tienen muchas preguntas.

Los jóvenes tienen que tener experiencia viva de que la Iglesia confía en ellos. Han de ser quienes se lancen a anunciar a Jesucristo y verificar con sus vidas y compromisos que la Iglesia de la que forman parte no es su enemiga, sino que es amiga y madre que desea abrirles sus puertas y su corazón para que entren y vean que lo que se les ofrece es el conocer a quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Este protagonismo de los jóvenes en la evangelización de sus coetáneos nos pide a los mayores que tengamos confianza en ellos, que los apoyemos y colaboremos en los caminos que desean emprender. Y requiere una conversión pastoral: pasar de darles lo que nosotros, desde nuestros planteamientos y con buena voluntad, veíamos que era necesario a que sean ellos, con el apoyo de todos, quienes vean y descubran lo que necesitan en lo más hondo de su corazón para realizar un seguimiento radical de Jesucristo. Es la Iglesia que confía en los jóvenes, entre otros motivos, porque no desea perder los rasgos de fuerza y audacia, ni el entusiasmo, la alegría y la esperanza. Una Iglesia que desea presentar a Jesucristo joven entre todos los jóvenes, que no tiene miedo a salir al camino, y lo hace sin encerrarse en falsas seguridades.

En el Evangelio de san Marcos (Mc 10, 17-30) encontramos una pregunta que siempre debe estar en nuestra vida y que puede ser la pregunta que entusiasme a los jóvenes porque les hace salir de sí mismos: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». La radicalidad que pide el Señor a todos, y muy especialmente a los jóvenes, está en la respuesta de Jesús: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme». Es decir, no se trata de que el Señor nos llame a hacer cosas, a tener unas ideas, sino que nos llama a seguirlo a Él, a su Persona, nos llama a la radicalidad del seguimiento.

Ese «vende lo que tienes» encierra una fuerza inaudita y hemos de escucharlo de los labios de Jesús. Aquí está descrito el itinerario que un discípulo debe seguir. No se trata de hacer cosas, ni de que me den todo un listado de tareas que he de cumplir. El «sígueme» de Jesús es una manera de decirnos que Él desea que cambiemos el corazón. Hacer no transforma la vida personal ni la colectiva, pero seguir sus huellas, realizar un seguimiento radical de su Persona, dejando que entre en lo profundo de nuestro corazón, eso sí que cambia la vida. Pasa por estar con los pobres, ver el rostro de Jesús en ellos, dejarnos acompañar por su Palabra, alimentarnos de la Eucaristía, contemplar su presencia… Además, si las cosas que hacemos no son fruto del compromiso del encuentro con Jesucristo, al final será algo cansino y agosta. Y esto no lo puede hacer nadie por nosotros, hemos de ser nosotros, dejándonos guiar por el Señor y como protagonistas. ¡Cuántos jóvenes hoy, en todas las partes de la tierra, están haciendo un camino existencial, a veces en circunstancias nada fáciles, acompañado constantemente por la presencia de Jesús, que se convierte en maestro, modelo y amigo entrañable! ¡Qué pasión engendra en todos los jóvenes una Iglesia centrada en Cristo y en su misión por evangelizar!

El pasado domingo concelebré en la canonización de siete hombres y mujeres que entusiasmaron a jóvenes en su seguimiento radical a Jesucristo y mantuvieron viva la alegría de evangelizar. Para llevar nosotros también esta alegría y pasar de una pastoral para los jóvenes a una con los jóvenes os planteo tres tareas:

1. Vivir y crear comunión. En san Pablo VI, los jóvenes tenéis a un hombre que es modelo de pasión por anunciar, vivir la comunión en la Iglesia, buscar la reconciliación, el diálogo con todos, la paz, la unidad de los cristianos. San Pablo VI murió crucificado en su lecho de dolor por mostrar comunión y misión unidas. Fue el creador del Sínodo de los obispos y protagonista en una época de cambios sociales y culturales; trabajó por la reconciliación y la paz; salió a los caminos del mundo para establecer un diálogo hondo con todos, entre todos y para todos. Con su magisterio escrito y hablado, con sus gestos y acciones, nos mostró que, solo desde una visión antropológica vocacional –donde nos sentimos llamados por Dios a vivir, construir, relacionarnos, comprometernos en la construcción de la humanidad–, se puede comprender lo humano en toda su verdad y plenitud.

2. Caridad, sencillez y entrega. En san Óscar Arnulfo Romero los jóvenes tenéis a un hombre que trabajó por la caridad desde su deseo hondo de proteger la dignidad humana, hasta dar la vida como lo hizo. Contemplando su entrega rebosante de sencillez, aprendida en el seno de su familia humilde que le forjó su carácter y el gusto por todo lo sencillo, hemos de seguir aprendiendo del Señor. Los pobres, los descartados, la búsqueda de la paz y la denuncia de toda violencia… Su entrega fue total y absoluta hasta la muerte. Qué bien vienen recordar palabras de su última homilía: «En nombre de Dios y de este pueblo sufrido, les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, que cese la represión».

3. Globalizar el amor de Dios. En santa Nazaria Ignacia, religiosa española nacida en Madrid, los jóvenes podéis encontrar a una mujer a la que, en circunstancias históricas difíciles –en concreto, en un momento de crisis económica, social y política en Bolivia–, Nuestro Señor la llevó a dar un paso excepcional: fundar las Misioneras Cruzadas de la Iglesia. Emprendió la tarea de globalizar el amor mismo de Dios, hacerle presente en todos los lugares y, muy especialmente, en los ambientes, circunstancias y situaciones de más pobreza de la mujer, para promocionarla a través de una profesión y de la defensa de sus derechos. Su fundación, con las diez primeras hermanas todas ellas bolivianas, quiso mostrar a la Iglesia evangelizando desde una acción social con la mujer en todas sus necesidades, con niños, jóvenes y adultos, en todos los campos donde exista exclusión, abandono y marginación.

Hoy no podemos cerrarnos en nuestro grupo y en nuestros gustos; salir a los caminos por donde van los hombres supone vivir en la Iglesia como creadores de comunión, expresándola en momentos y circunstancias concretas, viviendo un encuentro de tal calado con Jesucristo que nos lleve a una caridad, sencillez y entrega absoluta y sintiendo la pasión por globalizar el amor de Dios que ha de llegar a todos.