Una propuesta que interpela - Alfa y Omega

Una propuesta que interpela

Quinto domingo de Cuaresma

Carlos Escribano Subías
Resurrección de Lázaro. Tabla griega del Museo de Atenas

Los textos evangélicos de los domingos cuaresmales han ido presentando ante nuestros ojos aspectos de la grandeza de Jesús que van preparando el corazón del creyente para acoger a Cristo en la plenitud de la Pascua. «Yo soy el agua viva», decía el Mesías a la samaritana. «Yo soy la luz del mundo», anunciaba el Maestro al ciego de nacimiento. «Yo soy la resurrección y la vida», dirá un conmovido Jesús a Marta, la hermana del difunto Lázaro. Tres revelaciones que, desde el principio, la Iglesia proponía al catecúmeno que se preparaba para recibir el Bautismo en la celebración de la Pascua y que hoy se nos sugieren a nosotros como propuesta que nos interpela en nuestro camino cuaresmal y en la renovación del don del Bautismo que un día recibimos.

En los tres casos, su afirmación irá acompañada de un dardo que se dirige al corazón de su interlocutor: «¿Crees?» Todos responden afirmativamente, prendiendo en ellos la chispa de la fe. No son conscientes aún, pero el Maestro les ha regalado una vida nueva. Y nos toman de la mano a nosotros para recordarnos cuán importante es actualizar nuestra fe en este camino cuaresmal para poder acoger la grandeza del acontecimiento de la Resurrección.

La resurrección de Lázaro es el séptimo y último milagro de Jesús en el evangelio de Juan. Con toda intención, las primeras palabras son para presentarnos a un enfermo moribundo: Lázaro. Éste personifica al hombre herido por el pecado que camina hacia la muerte, cuando Cristo lo llama a la vida. Desde el comienzo de su predicación, Jesús nos lo anuncia con claridad: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). Con la resurrección de Lázaro, muestra su poder sobre la muerte. Él es la resurrección y la vida, y lo muestra con el testimonio de sus hechos. Los milagros de Jesús, en el evangelio de San Juan, se nos presentan como un camino ascendente, y con la resurrección de Lázaro nos situamos en el último peldaño. Para que el hombre pueda tener vida, para que sea derrotado el último enemigo, la muerte (1Cor 15, 26), es preciso que Cristo ofrezca su vida, sufra su Pasión, muera y resucite. Jesús, que está caminando con decisión hacia Jerusalén para cumplir con su misión. Parece que quiere mirar la muerte anticipadamente aquí en Betania, junto al sepulcro de Lázaro, y anunciar su derrota definitiva. Su poder sobre la muerte es parte de su misión, pero no será un pleno poder hasta que, exhalando el Espíritu Santo hacia Dios y hacia la Iglesia, muera en la cruz. Cristo ofrece aquí ya un signo y una prenda de la resurrección del último día al devolver la vida a Lázaro. Anuncia también su propia resurrección que, sin embargo, será de otro orden.

¡Lázaro vuelve a la vida! Este hecho es solamente el anuncio de la verdadera resurrección, que no consiste en una prolongación de la vida, sino en la transformación de lo que mi persona es y será. La resurrección es, ante todo, espiritual, aunque afecta a toda nuestro ser. Y comienza con nuestra muerte a una vida sin Dios en que la fe nos hace salir de nuestra gastada manera de vivir, para abrirnos a la vida nueva en el Espíritu. A eso nos mueve este tiempo de gracia que es la Cuaresma.

Evangelio / Juan 11, 1-45

En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y Marta, su hermana, había caído enfermo. Le mandaron recado a Jesús: «Señor, tu amigo está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios». Y se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea».

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Marta salió a su encuentro y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará… Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees esto?».

Jesús, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?» Contestaron: «Señor, ven a verlo». Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba, y dijo: «Quitad la losa». Marta le dijo: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días». Quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que Tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que Tú me has enviado». Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera». El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar».

Y muchos judíos creyeron en Él.