«Que recobre la vista» - Alfa y Omega

«Que recobre la vista»

XXX Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Jesús devuelve la vista al ciego Bartimeo. William Blake. Yale Center for British Art, Paul Mellon Collection

El tono del Evangelio de Marcos ha cambiado, y Jesús ya no reprende, como en anteriores ocasiones, a quienes lo reconocen como el Mesías. La escena tiene también un contexto concreto, el camino hacia Jerusalén. Por Lucas y Juan conocemos que Jesús no se dirigió solo una vez a Jerusalén, sino varias. Sin embargo, Marcos no detalla la cronología, sino que le interesa incidir en lo que supone subir a Jerusalén. Es aquí, pues, donde se inserta el episodio del mendigo ciego Bartimeo. Por eso el texto afirma que el encuentro con Jesús se realizó a la salida de Jericó, lo que significa que se produjo cuando Jesús caminaba junto con sus discípulos y bastante gente hacia Jerusalén; algo equivalente a situarnos en la etapa final de la predicación del Señor.

La curación de ciegos

Uno de los signos que marcaría la llegada del Mesías era la curación de los ciegos. Probablemente resuena en nuestra memoria el anuncio de Isaías. Pero no es el único profeta que anuncia la salvación de los que no ven. En la lectura de Jeremías escuchamos hoy que el Señor ha salvado a su pueblo, refiriéndose a un acontecimiento histórico concreto, la vuelta del destierro. Y señala, asimismo, que «entre ellos habrá ciegos y cojos». Sin duda estamos ante uno de los gestos más señalados de la acción de Dios a través del Mesías. De hecho, los cuatro evangelistas describen la curación de ciegos.

El paso de los años nos ha hecho más sensibles ante las personas con capacidades físicas disminuidas. Sin embargo, en tiempos de Jesús la situación de los invidentes era lamentable, no solamente por el hecho de no ver la luz, sino por la situación social de completo abandono en la que vivían. Ello les obligaba casi siempre a vivir como mendigos. En definitiva, eran el exponente más claro de la miseria y de la marginación social.

La luz de la fe

Evidentemente, el Evangelio pretende presentarnos algo más que la curación de la ceguera física. Si nos fijamos, el relato está insertado entre algunos pasajes que subrayan tanto la incredulidad de los judíos como la torpeza para entender de los mismos apóstoles. Frente a las dificultades de estos, en Bartimeo este camino está allanado: por dos veces reconoce al Señor como Mesías, al llamarlo «Hijo de David», y, lleno de confianza en Él, le pide recobrar la vista. Además, el Evangelio, con las palabras «y lo seguía por el camino», constata que fue discípulo del Señor. Esta circunstancia del ciego-discípulo es única en los relatos evangélicos de curación. El mismo hecho de saber el nombre del ciego manifiesta que posiblemente fue un discípulo conocido por la primera comunidad de cristianos. Merece la pena destacar aquí dos diferencias con el episodio del joven rico, que escuchábamos hace dos domingos. La primera es que en aquel pasaje Marcos se refería a él como «uno», sin dar más datos. La segunda es que, a diferencia del rico, Bartimeo no formula preguntas a Jesús. Solo pide con insistencia, sin preguntar qué ha de hacer, puesto que sabe sobradamente que debe confiar e insistir, ofreciéndonos, de esta manera, un buen modelo de oración de súplica.

El Bautismo como iluminación

Del mismo modo que el encuentro entre Bartimeo y Jesús tiene lugar en el camino hacia Jerusalén, donde se consumará la Pascua del Señor, la Iglesia ha concebido desde siempre el Bautismo como una iluminación. La catequesis durante el período cuaresmal, tiempo de preparación para la Pascua, así como la recepción del sacramento en la Vigilia Pascual, donde cobra un fuerte protagonismo la luz frente a las tinieblas, constatan el paralelismo entre Bartimeo y el cristiano. Por último, quien ha sido iluminado puede reflejar esa luz a los demás. El pasaje de la curación del ciego Bartimeo nos propone ser luz del mundo desde la perspectiva del que ha sido rescatado de las tinieblas y no puede permitir que los demás vivan en la oscuridad.

Evangelio / Marcos 10, 46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «Rabbuni, que recobre la vista». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.