La misión de Yuki y Cirilo - Alfa y Omega

La misión de Yuki y Cirilo

50 años después de salir de Azoz como misionero, Cirilo bautiza en la parroquia de su localidad natal a una joven japonesa de la diócesis a la que fue enviado

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Cirilo unge a Yuki con los santos óleos durante su Bautismo, una parte de la celebración que se hizo en japonés. Foto: Cirilo Orradre

A veces, la vuelta a casa de un misionero es dura. Toda la vida en la misión y de un día para otro, vuelve a una tierra que es la suya pero que ha cambiado. ¿Y aquellos a los que evangelizó? ¿Dónde quedan? ¿Qué ha sido de ellos? Algo parecido pudo haberle ocurrido a Cirilo Orradre, un sacerdote de Azoz, al norte de Pamplona, que ha vuelto a casa después de pasar 45 años en Japón. Solo que en su caso, la misión a la que entregó la vida ha seguido su curso de una manera inusual.

El año pasado, Cirilo recibió la visita de Misako, una mujer de Kobe, la ciudad japonesa que ocupó la mayor parte de su destino misionero. Él había sido su párroco durante años y ahora ella le visitaba acompañada de su hija Yuki. «Fuimos a Javier, y aquello les gustó mucho. Luego fuimos a mi parroquia, en Azoz, donde me bautizaron, y de repente Yuki empezó a llorar. “Quiero que el año que viene me bautices aquí”, me soltó». Y así fue: el pasado 30 de septiembre Yuki volvió con su madre a Azoz y recibió el Bautismo de manos de Cirilo. Se cerraba así un círculo que se abrió hace 50 años, cuando el sacerdote dejó su tierra para irse de misionero.

Un doble envío

Cirilo lo tenía claro desde que era pequeño, y con solo 17 años se marchó al seminario del Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME) con una vocación ya muy decidida: misionero.

Tras ordenarse le mandaron a California a fajarse como cura y a estudiar inglés, y pasados cinco años recibió el envío misionero que ha colmado su vida: Japón. Llegó allí con 32 años y pasó los dos primeros años estudiando japonés, «un idioma difícil», reconoce. Después de aquello le esperaba Kobe, en la diócesis de Osaka, donde declara haberse sentido «siempre muy a gusto».

Ahí fue donde conoció a Misako, la madre de Yuki, una mujer cristiana en un país donde los seguidores de Cristo son franca minoría. La hija no estaba bautizada «porque el padre no era católico y en Japón los hombres mandan mucho», explica Cirilo. Pero cuando visitaron al cura hace un año, la madre le decía a Cirilo: «Esta tiene más fe que yo». Por eso no le sorprendió que, al llegar a la parroquia de Azoz, Yuki le pidiera el Bautismo.

«Ella me ha dicho que allí, Dios la llamó. Me dijo: “Quiero que me bautices aquí porque quiero continuar lo que tú hiciste en mi país por tantos años”», dice Cirilo.

Cirilo y Yuki delante de la iglesia de Azoz, con toda la comunidad parroquial. Foto: Cirilo Orradre

Así pasó un año en el que Yuki, encargada de una sala de exposiciones en Tokio, recibió catequesis de manos de una monja japonesa. Al cabo de ese tiempo, la monja escribió a Cirilo contándole que «Yuki tiene mucha fe y está lista para ser bautizada».

Y así, el 30 de septiembre fue fiesta en Azoz, porque al bautizo de Yuki estaba invitada también toda la comunidad cristiana del pueblo. «Fue una celebración muy bonita», asegura el sacerdote, en la que al final «toda la comunidad hicimos un envío para que Yuki vuelva a su tierra como misionera», un envío como aquel del que él mismo fue protagonista hace ya 50 años, cuando todo Azoz le envió de misión a una tierra desconocida. En cierto modo, fruto de aquel primer envío es Yuki, que ha vuelto a Azoz a ser enviada de nuevo a la misma tierra a la que llegó Cirilo.

Yuki tiene ahora toda una vida por delante como seguidora del Señor. Va a seguir estudiando Biblia con la misma monja que le preparó para el Bautismo. «No la confirmé porque quiero que en su parroquia de Tokio se una al grupo de confirmandos, como una más. Para los cristianos japoneses es muy importante el estar bien enraizados en la parroquia», afirma Cirilo, que desvela que «cuando un japonés se convierte se trata de algo muy serio. Es como cuando un joven de aquí se decide a ser cura, es una decisión muy fuerte, una gran responsabilidad. Y más para ellos, porque convertirse significa romper de algún modo con su tradición religiosa, cultural y hasta familiar. Es una gran decisión personal, por eso se lo toman muy en serio, no como nosotros, que nos bautizaron de pequeños y quizá no lo valoramos tanto. Para ellos, ser cristiano es nadar contracorriente».

¿Cuál es la misión de Yuki ahora, entonces? «Yo le dije: “Tú ama mucho a Dios y a los demás”. Con eso basta, no hace falta más. Esa es nuestra misión: amar mucho a Dios y a los hermanos».