«Es difícil luchar con la tripa vacía, pero no podemos perder los valores» - Alfa y Omega

«Es difícil luchar con la tripa vacía, pero no podemos perder los valores»

Colaborador
Foto: Encuentro y Solidaridad

Su primer marido la maltrató e intentó matar a su hijo. El segundo la abandonó y la dejó sola a cargo de sus dos hijos. Ana es una migrante procedente de Brasil que, para afrontar la dureza de su día a día en España, recurre a un sencillo lema: fe, esperanza… y buen humor, comenzando por «reírse de una misma». Este es el testimonio que leyó el 16 de noviembre en la plaza de Ópera de Madrid durante un acto organizado por Encuentro y Solidaridad por la Jornada mundial de los Pobres:

Buenas tardes a todos.

Soy Ana. Una mujer que gritó y el señor escuchó. Soy de Brasil.

Desde muy pequeña he tenido que aprender a luchar. La vida no era fácil para una niña que nació en el seno de un matrimonio fallido desde el mismo día de la boda. La primera de cinco hermanos. Mis maestros de la vida fueron mis abuelos, los que me acogieron en su casa poco después de nacer. Una familia numerosa de 12 hijos, modesta y llena de dificultades; donde aprendí cinco cosas que me han acompañado siempre, que son el esfuerzo, trabajo, lealtad y la dignidad. Mi abuela fue todo un referente para mí y mis casi 35 primos. Tenía una fortaleza interior que procedía de su fidelidad a Dios.

Con 15 años decidí salir de mi país y viajar a España. Mis padres para entonces ya estaban separados y sentía que debía de crecer por mí misma. Me las ingenie para salir de Brasil y llegar a España. Llegué con mucho miedo. Aprendí español escuchando la radio, y tardé casi 17 años en conseguir legalizar mi situación aquí. Un auténtica Odisea. En una ocasión me dijeron que volviera a mi país a buscar los certificados de estudios para resolver mi situación. Resultó ser una trampa organizada para expulsar inmigrantes del país. Pase un tiempo nuevamente en Brasil, y entonces conocí al padre de mi primer hijo, que me maltrató e intento matar a mi hijo. Dividir entonces tener a mi hijo sola y cuando mi hijo cumplió un año volví a España. Tenía 21 años. ¿Podéis imaginaros lo difícil que es vivir en un país extranjero siendo una mujer sola, madre soltera y brasileña…? Para muchos no era más que una puta. Tuve que trabajar duro, trabajar mucho para sobrevivir, y al no tener una red familiar tenía que dejar a mi hijo con solo año y medio solo en casa. Durante largas temporadas trabaje desde las 7:00 de la mañana hasta las 11:00 de la noche y el dinero mal llegaba para comer. Nuestra nevera estaba siempre llena de luz (por lo menos luz no faltaba) y en el armario no había más que pasta, arroz y harina para hacer pan. Esto era lo que comíamos y durante largo tiempo así fue. Te acostumbras a vivir al día. Y con la gracia de Dios nunca me abandonó la salud.

Conocí también la generosidad, y la solidaridad de personas con las que podía llorar, desahogarme. Me acuerdo de Paquita, que fue como una madre y una verdadera abuela para mi hijo. Camilo, el conserje del colegio donde empezó a estudiar, que hacía de ángel de guarda de mi pequeño y me tenía al tanto de todo que ocurría en el cole, y José, un señor que estaba la presencia de una jovencita en su tienda donde pasaba siempre que podía a mirar los pájaros y los peces, y que algún tiempo más tarde me dio trabajo en la misma. Gente sencilla que entendían mi dolor y me ayudaron en lo que pudieron sin que yo lo pidiera.

En el año 2000 conocí al que fue mi marido y padre de mi segundo hijo. Parecía que la vida iba bien, pero fue una relación basada en la necesidad. Éramos dos personas solas, trabajadoras… Pero faltaba el amor. Él no querría un proyecto de familia. Al final llegó el divorcio. Vuelvo a criar un hijo sola. Que ahora tiene 13 años.

Durante mucho tiempo estuve aplastada y tuve que rehacerme. Las dificultades me han enseñado a ser persona, a valorarme. Tuve que sacar lo mejor de mí. Trabajar duro, mantenerme fiel a mis valores y mis principios. Tuve que superar muchos prejuicios: a los ojos de muchos no era más que una pura. (brasileña y madre soltera) o una tinta por querer ser fiel a mis valores. La honestidad se cotizaba a la baja y aún hoy creo que es así).

No entendía las injusticias. Me eduque en un ambiente de solidaridad, de trueque, de compartir, de puertas abiertas y todo me parecía una maldad gratuita.

Mi abuela era espectacular, ella siempre encontraba soluciones solidarias y tenía siempre algún sabio consejo para mí. Me decía que me abriera a la cultura a la que iba sin perder los valores que había recibido, que tenía que desechar lo malo de las dos culturas y coger lo bueno de las dos. Ella fue una luz en mi vida. Un hermoso y generoso regalo de Dios.

He sentido mucho el desarraigo comunitario. Nunca entendí muy bien porque las gente no contestaba los saludos, buen día, buenas tardes con naturalidad, lo veía rarísimo. Una llega con ganas, con muchas ganas de integrarse, pero encuentras que la sociedad a la que llegas no tiene esas ganas. Y notas el miedo al inmigrante y si eres mujer más.

Pero hemos de luchar porque tenemos calores y muchos caemos en el querer poseer más y es una locura trabajar durante años para tener. He elegido vivir con poco, valorar el tiempo con mi hijo. Ser yo.

Es difícil luchar con la tripa vacía, pero no podemos perder los valores, hay que aferrarse a la esperanza. No a la esperanza de que nos toque la lotería, ni de qué te quiten el problema, sino la de seguir luchando. Vivir es eso. Luchar.

La vida , como un encefalograma tiene que ser de subidas y bajadas, de lo contrario estaríamos muertos, y es muy triste ver gente muerta en vida, pobre de espíritu, pobre de valores y de muchas cosas que son más importantes para vivir en paz y armonía con los demás.

Hay algo sobrenatural en hacer lo correcto.

Mi primer hijo tenía que ser responsable a los tres años. Necesitaba que el supiera que era él y mamá, y teníamos que salir adelante. Con tres años le decía que éramos un equipo y que no podía llorar cuando se quedaba solo durante horas porque los vecinos llamarían la policía. Al los hijos no se les debe mentir. Hay que decirles la verdad. Tiene que saber que pasamos por eso porque no quiero abandonarle. Tiene que saber que tenemos valores y debemos ser coherentes.

Mi vida sigue a sido y sigue siendo una lucha con mi pequeño equipo familiar y con los que encuentro por el camino. Y mi lema es:

Fe: en Dios. Que siga siendo El que esté en el timón de mi barco.

Esperanza: el motor de nuestra actividad. Según lo que esperamos será nuestra ilusión en lo que hacemos.

Buen humor: porque hay que saber reír. Sobre todo, reírse de una misma.

Ana