El Huerto de las Monjas - Alfa y Omega

El Huerto de las Monjas

Concha D’Olhaberriague
Foto: Xauxa Håkan Svensson

Los topónimos del Madrid antiguo evocan con frecuencia lugares y monumentos hoy desaparecidos e invitan al ciudadano curioso y melancólico a reconstruir la historia de lo que un día fue. Tal es el caso de la calle del Sacramento, en pleno Madrid de los Austrias, que recibe su nombre del antiguo convento de monjas cistercienses, las Bernardas del Santísimo Sacramento, que se encontraba en la pendiente que desde la calle Mayor desciende hacia la de Segovia, y fue fundado, en el siglo XVII, con los auspicios del duque de Uceda en las lindes de su palacio, edificio de Capitanía General hoy en día.

En el libro Paisajes del alma, de Miguel de Unamuno, se incluyó el artículo del periódico El Sol «Un callejeo por la del Sacramento», donde el escritor bilbaíno recuerda que en aquella calle vivía el poeta vallisoletano Núñez de Arce. También menciona el monumento a las víctimas del regicidio fallido del 1906, que se encuentra donde Sacramento desemboca en Mayor. En esa confluencia, justamente, está la actual iglesia arzobispal castrense, ejemplo notable del barroco madrileño, en cuya fachada, un relieve con la apoteosis de san Benito y san Bernardo nos retrotrae a su origen. El templo y el jardincillo oculto, conocido por el Huerto de las Monjas o por el jardín del Palacio O’Reilly, con su fuente rococó, pertenecieron al conjunto del convento cisterciense, derribado en el siglo XX. En el solar originado por la demolición, se levantó un edificio de apartamentos, de ladrillo visto y ventanas rojizas, que separa, en cuña, los dos componentes más antiguos del complejo conventual preservados hasta ahora.

En el XVIII se edificó como anejo destinado a dependencias residenciales del convento el hoy llamado Palacio O’Reilly, propiedad desde hace un tiempo del Ayuntamiento y contiguo a la casa moderna de ladrillo.

El Huerto de las Monjas constituye algo parecido a una inclusión en ámbar, pues así llaman a los fósiles hallados bajo la resina solidificada. Un lugar sosegante y atractivo, indiferente a los cambios del barrio más antiguo de Madrid y velado al paseante poco prevenido.

Allí, en efecto, cultivaban frutos y verduras las religiosas del Císter, de ahí el nombre que tal vez, como tantos, se repita de forma automática, sin reparar en su fundamento.