«Vino la Palabra de Dios sobre Juan» - Alfa y Omega

«Vino la Palabra de Dios sobre Juan»

II Domingo de Adviento

Daniel A. Escobar Portillo
Voz en el desierto de James Tissot. Museo de Brooklyn (Nueva York)

Tres son los personajes que nos acompañan durante este tiempo de Adviento: en primer lugar, los profetas. El domingo pasado escuchábamos el anuncio de salvación realizado por Jeremías. Hoy, de nuevo, otro profeta: Baruc, ayudante de Jeremías, quien se encargará de transmitir el optimismo hacia los habitantes de Jerusalén, tras tantos años de destierro en Babilonia. La segunda y principal entrada en escena será la de María, la madre de Jesús. Sin embargo, su aparición se reservará al cuarto domingo de Adviento. Por último, encontramos a Juan Bautista, quien es presentado por Lucas como el precursor del comienzo de la vida pública del Señor.

Un acontecimiento histórico

Tras la Muerte y Resurrección del Señor, la primitiva comunidad de los discípulos se va extendiendo paulatinamente por Palestina y por la cuenca del Mediterráneo. Según pasaban los años eran cada vez menos los que habían conocido a Jesús antes de su Pasión. Por ese motivo hubo quien dudó de que Jesús hubiera existido realmente o, aun habiendo vivido en Palestina en los primeros treinta años del siglo I, que muriera y resucitara realmente. Por eso Lucas, cuidadoso con los detalles, al plasmar por escrito los acontecimientos más relevantes de la vida del Señor, trata de precisar las circunstancias históricas, de sobra conocidas por las crónicas oficiales del Imperio, que rodearon el comienzo de la predicación pública del Señor y que nos sitúan en la Palestina de los años 27 y 28 de la era cristiana. Trazando con gran precisión las coordenadas espacio-temporales de la predicación del Bautista se pretende no tanto valorar la figura del precursor, como disipar las ideas de que Jesús fuera un mito o de que los acontecimientos narrados por el evangelista fueran interpretados como leyendas sin base histórica.

En la línea de los profetas

San Lucas muestra predilección por introducir al Bautista como el continuador y el último de los profetas. De hecho, presenta a Juan vinculado al nacimiento del Salvador, como recordamos diariamente a través del canto del Benedictus en las laudes, recordando que el Señor «ha visitado y redimido a su pueblo». Precisamente la primera lectura de hoy, de Baruc es la invitación a despojarnos del luto y de la aflicción para comenzar a andar por el camino allanado que Dios ha preparado a su pueblo; un itinerario que, sin embargo, es necesario realizar por cada uno. Cuando el Bautista nos invita a preparar el camino del Señor está invitándonos a dirigir nuestra mirada hacia el Señor que ya viene. Se ha cumplido el tiempo y el Señor se manifestará.

La Palabra que crea y salva

Cuando el Evangelio afirma que «vino la Palabra de Dios sobre Juan» se nos está indicando que hay una novedad, que algo va a suceder. Recordamos que la Palabra estaba presente en la creación del mundo, cuando «en el principio existía la Palabra». En pocos días recordaremos también que esa Palabra se hizo carne, de manos de María. En definitiva, cada vez que entra en juego la Palabra de Dios se pone de manifiesto que comienza la existencia, la vida o la salvación. Y, puesto que esta Palabra es eficaz, aquello que empieza ya no se detiene. Ahora bien, ello no significa que nuestra posición deba ser la de la pasividad. Para que la Palabra sea plenamente eficaz es preciso mantener una actitud de confianza en las promesas que el Señor realiza, al mismo tiempo que llevar adelante el compromiso de colaborar en allanar los senderos y rebajar los valles. En esta salida al encuentro del Señor que ya viene los cristianos debemos eliminar todo lo que impide la marcha hacia el Señor. Ese es el motivo por el cual Juan predicó un bautismo de conversión. No buscaba que sus discípulos realizaran un rito más de purificación habitual, sino que fueran preparados para la novedad de la llegada del Señor y la salvación definitiva que el traería.

Evangelio / Lucas 3, 1-6

En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios».