Lecciones de Vietnam - Alfa y Omega

Tras una cruel persecución que comenzó en el siglo XVII; después de ser identificados con los intereses del poder colonial francés, y más tarde con las estrategias de dominio de los Estados Unidos; una vez descabezada su jerarquía por el régimen comunista y enviados a campos de internamiento muchos sacerdotes y religiosos, los católicos constituyen hoy una comunidad pujante y protagonista en Vietnam. Son aproximadamente ocho millones, el 9 % de la población. Junto a estos datos llama la atención la vitalidad y riqueza de iniciativas en un contexto que sigue siendo hostil, a pesar de la apertura iniciada en los años 90 del pasado siglo. Según nuestros cálculos esto sería imposible.

Ahora que acaba de culminar el Jubileo por el 30 aniversario de la canonización de 117 mártires vietnamitas (once de ellos dominicos españoles, de los cuales seis de los primeros obispos de aquellas tierras) merece la pena fijar la mirada en la vida de esta gente alegre y curtida. El obispo de Xuân Lôc, Joseph Dinh, resume la situación diciendo que «los católicos son aceptados por el régimen, al menos en apariencia; su vínculo con Roma ya no se ve como una traición, y la Iglesia se centra en testimoniar la fe en Jesucristo, fuente de alegría y reconciliación, y eso lo perciben el conjunto de la sociedad y también las autoridades, sobre todo por su presencia entre los más débiles».

La diócesis de Xuân Lôc es un buen ejemplo de todo esto. Un tercio de su población es católica, más de un millón de fieles, lo que se debe en parte a que recibió a muchos que huían del Norte durante la guerra. El seminario cuenta con 454 alumnos que proceden de 11 diócesis, pero la mitad son de Xuân Lôc, lo cual impresiona. Los obispos saben que, aunque la religiosidad popular es muy fuerte, hace falta reflexionar y forjar una cultura que nazca de la fe, y para eso han erigido el nuevo Instituto Católico de Vietnam, que ya cuenta con 120 alumnos.

El obispo Dinh es consciente del cambio de una sociedad rural a otra urbana, pero la vitalidad de la fe sigue ahí. Desde su atalaya mira la situación europea y dice que aquí la fe se ha reducido muchas veces a las ideas, mientras que en su país es vida. En un cierto sentido, la Iglesia puede ser perseguida tanto aquí como allí, pero piensa que hoy es más difícil ser obispo o sacerdote en Europa que en Vietnam, «porque aquí, si somos atacados, la comunidad nos defiende… la Iglesia es como una familia de Dios, y eso determina las relaciones entre las personas para toda la vida». ¿No tendremos algo que aprender de todo esto?