La Madre y nuestro encuentro con Ella - Alfa y Omega

La Iglesia acogió desde el inicio mismo de su misión a la Santísima Virgen María. Nunca sabremos agradecer al Señor el regalo que nos hizo cuando estaba en la Cruz y dijo a Juan: «Hijo, ahí tienes a tu Madre». Y al tiempo nos puso a todos en sus manos al decirle: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Desde aquel «Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo» hasta ese sí al pie de la Cruz, la Virgen nos muestra la plenitud que alcanza nuestra vida al ponerla en manos de Dios.

En Madrid estamos celebrando un Año Jubilar Mariano. Por la catedral, que es santuario de la Virgen, pasan creyentes de todos los lugares de España y del mundo y también hombres y mujeres que no creen. Cuando estoy allí, observo que donde más tiempo se quedan mirando, y muy a menudo se sientan, es ante nuestra Madre. Miran a Santa María; allí se sienten reconocidos, queridos, no son extraños, están en la casa de la que es Madre de todos los hombres. ¡Qué alegría da ver que María vive en el corazón del pueblo!

En este tiempo de Adviento os quiero presentar ocho rasgos fundamentales que, contemplando a la Virgen María, descubro como unas bienaventuranzas que el Señor nos quiere entregar:

a) La bienaventuranza de la grandeza que le viene a María de la fe en Dios, aun en momentos de oscuridad. Ella prefiere fiarse de Dios, de un Dios que nos ama incondicionalmente, de un Dios que ha querido establecer su presencia en medio de los hombres y que desea mantenerla a través de la Iglesia.

b) La bienaventuranza de la grandeza le viene también de su amor: nunca dejó de amar, nunca estuvo contra nadie. Incluso cuando vio con sus propios ojos cómo moría su Hijo Jesucristo en la Cruz, Ella continuó amando. Le pidió que fuese Madre de todos los hombres y Ella lo aceptó y visibilizó en el apóstol Juan.

c) La bienaventuranza de la grandeza que le viene de su sencillez: hizo natural lo sobrenatural, fácil lo difícil, simple lo complicado, ordinario lo extraordinario.

d) La bienaventuranza de la grandeza que le viene de su humildad: su elección para ser Madre de Dios no fue motivo para envanecerse, olvidó y nunca tuvo en cuenta lo que la hicieron, como cerrarle las puertas cuando iba a dar a luz.

e) La bienaventuranza de la grandeza que le viene de su obediencia, pues no pretendió determinar la forma de seguir a Dios, sino que dejó que Dios dispusiera de Ella como Él quisiera. Nos lo repite a nosotros en las boda de Caná: «Haced lo que Él diga».

f) La bienaventuranza de la grandeza que le viene de su fidelidad, aun a costa de grandes sufrimientos. Sufrió cuanto humanamente se puede sufrir sin quejarse.

g) La bienaventuranza de la grandeza que le viene de su fortaleza: fue capaz de llevar una cruz encima, cantar el magníficat y hablar con tranquilidad de otras cosas.

h) La bienaventuranza de la grandeza que le viene de saber mantenerse junto a la Cruz de su Hijo como se lo pedía su corazón de Madre, de pie, repitiendo «Hágase tu voluntad» en unas circunstancias que ninguno de nosotros querría para sí mismo.

Ante estas bienaventuranzas, y con ellas, te hago tres propuestas:

1.- ¡Déjate preguntar por Dios teniendo delante a la Virgen María! Recita el magníficat antes de hacerte preguntas. La Virgen María expuso su vida delante de Dios y ante Dios y se dejó preguntar: ¿Dónde estás? ¿En quién y dónde pones el fundamento de tu vida? ¿Para qué y para quién vives? ¿Quién te da luz para hacer tus proyectos o tomar tus decisiones más importantes? ¿Quién te informó de que estás desnudo cuando no vives más que de tus propias fuerzas? ¿Quién te ha dicho que estás vacío? ¿Quién te hace ponerte frente a ti mismo para ver que sin Dios estás vacío y sin sentido? Déjate también hacer esta pregunta: ¿qué es lo que has hecho? ¿Desde dónde lo haces? ¿Qué haces con tu vida? ¿Qué haces por los demás y con los demás?

2.- ¡Atrévete y decídete a vivir como hijo de Dios y hermano de todos los hombres! Experimenta la gran bendición de Dios que es vivir con, por y desde el amor de Dios. Ese amor que se nos ha manifestado y que podemos aprender de Cristo. María es la primera discípula de su Hijo, Ella nos enseña a ser hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. A través de Santa María resuena siempre en nuestra vida la llamada a ser santos y a serlo encarnando esa realidad de la santidad en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Esa es la santidad de la puerta de al lado de la que nos habla el Papa Francisco.

3.- ¡Déjate decir por Dios: «Alégrate, el Señor está contigo»! Para ello acerca la vida a nuestra Madre, ponte a su lado y escucha junto a Ella esas palabras que llenan y colman de alegría la vida de un ser humano, cayendo en la cuenta de que Dios cuenta contigo; te ama, desea que tú le hagas presente en este mundo. No temas: como a su Madre, te va a ayudar con su gracia y con su amor, te dará su fuerza para hacer lo que desde tus razonamientos te parece imposible. Solamente hace falta que te sitúes ante Dios como María, dile así: «Aquí me tienes Señor, me fío de Ti y me fío de tu Palabra».