Sanar el alma de Alepo, un matrimonio cada vez - Alfa y Omega

Sanar el alma de Alepo, un matrimonio cada vez

Nunca estuvo tan llena la iglesia de los franciscanos en Alepo. La guerra ha sacudido a los tibios. Pero para que el cristianismo tenga futuro en Siria se necesitan familias cristianas. Desde 2010 la comunidad franciscana de Alepo ha ayudado económicamente a unas 1.200 parejas jóvenes

Andrés Beltramo Álvarez
El padre Ibrahim Alsabagh, reunido con un grupo de novios que se preparan para el matrimonio, en Alepo. Foto: Ediciones Encuentro

En Siria los novios cristianos son especiales. Ansían casarse y, cuando se deciden, muchos apenas cuentan con los escombros de una casa en ruinas. En esa trágica realidad, no son ellos quienes sostienen el templo con sus donativos de matrimonio. La Iglesia se encarga. Como ocurre en la comunidad franciscana de Alepo, donde los frailes acopian un sustancioso regalo económico para cada pareja de recién casados. Es la vida que se abre camino, sin importar la guerra y la destrucción. Es el emblema de un país que ansía sanar las heridas de su alma, una boda cada vez.

«Hemos visto en estas solicitudes de matrimonio de tantas parejas jóvenes un signo de vida, que está en contradicción con tantos signos de muerte de nuestra sociedad. Dijimos entonces: “Debemos ayudar a continuar estos signos de vida”», cuenta Ibrahim Alsabagh en entrevista con Alfa y Omega. Fraile franciscano de la Custodia de Tierra Santa, desde hace cuatro años es guardián de la comunidad de los frailes en Alepo y párroco de la comunidad latina en esa ciudad.

«La guerra no tiene la última palabra»

Desde 2010 hasta la fecha, los frailes (apenas cuatro en esa localidad) apoyaron económicamente a unas 1.200 parejas jóvenes. Una manera concreta de apostar por las familias cristianas; muchas de las cuales, sin esas ayudas, jamás podrían iniciar su camino. «Uno de los jóvenes nos dijo: “Mi padre no me ayudó porque no podía, pero en este momento muy difícil vi en la Iglesia una madre que lo ha hecho”. Ellos no olvidarán jamás lo que la Iglesia ha hecho y también hoy está haciendo por ellos», dice el religioso.

En los últimos años, él se convirtió (en Italia y otros países europeos), en la voz del sufrimiento del pueblo sirio. Sus crónicas, desgarradoras y esperanzadoras a la vez, quedaron plasmadas en dos libros: Un instante antes del alba y Viene la mañana. Su objetivo, con esos textos, no ha sido solo sacar a la luz el dolor profundo de las víctimas, sino transmitir la convicción de que «las tinieblas y la guerra no tendrán la última palabra».

Una guerra que no solo ha trastocado la vida de las parejas jóvenes deseosas de contraer matrimonio; ha cambiado para siempre la relación de los fieles con sus pastores. Por eso, desde hace años, ningún franciscano recibe dinero por los Bautismos, las Comuniones o las Confirmaciones. «Antes la Iglesia como estructura vivía de las donaciones de la gente generosísima de Alepo. Ahora y durante la crisis, decidimos cambiar y somos nosotros los que donamos», apunta Alsabagh.

El padre Ibrahim Alsabagh, durante una distribución pública de agua, en marzo de 2016. Foto: Ediciones Encuentro

Comida para 3.800 familias

Desde hace más de 800 años los frailes franciscanos se encuentran presentes en Siria. Siempre se caracterizaron por «atestiguar la ternura de Cristo a la gente, sean musulmanes, sean cristianos». Pero su labor, prácticamente desde el inicio del actual conflicto bélico, ha sido también concreta. Pusieron en marcha proyectos de emergencia, que incluyeron la distribución de electricidad, de agua potable desde un pozo propio, y el reparto de paquetes alimentarios a 3.800 familias cada mes. También se pudo brindar asistencia sanitaria a decenas de miles de personas, incluidas las intervenciones quirúrgicas y las medicinas.

Según explica el padre Ibrahim, la situación se mantiene inestable en Alepo. Esa ciudad, símbolo de una guerra interna entre las milicias rebeldes del Estado Islámico y las fuerzas regulares del ejército que responden al presidente Bashar al Asad, ha perdido dos tercios de su población a causa de la violencia. Aún así, actualmente sus habitantes se estiman en 1,8 millones. Allí, la comunidad cristiana de diversos ritos (ortodoxos y católicos) es pequeña, apenas supera los 40.000 feligreses.

El 22 de diciembre de 2016, un alto al fuego entre las partes en conflicto abrió espacio a la esperanza. En ese entonces, las milicias armadas controlaban el 60 % de la ciudad, mientras las fuerzas de Asad el restante 40 %. Solo al pararse las bombas se pudo advertir que el 70 % de la ciudad estaba destruida. Desde entonces, diversas instituciones de la Iglesia católica ayudan a reconstruir más de 1.250 casas con diversos grados de afectación y cuyos habitantes dormían en las calles.

Un milagro en Misa

La economía no logra despegar, la gente no encuentra trabajo y eso profundiza un sufrimiento vinculado a la pobreza, pero también «a tantas heridas psicológicas en el corazón de la mayor parte de las personas». Los frailes iniciaron un proyecto de microeconomía a favor de 500 personas, hábiles para el trabajo pero que lo perdieron todo y necesitaban la materia prima para reiniciar el proceso. Todas las Iglesias locales han puesto en marcha proyectos de ayuda humanitaria, económica y reconstrucción similares, muchos de ellos con el apoyo de Ayuda a la Iglesia Necesitada. La fundación pontificia ha dedicado a estos proyectos su campaña de Navidad, con el lema Indestructibles en la fe.

Atrás quedaron los días del asedio a la iglesia de San Francisco, ubicada en el corazón de un céntrico barrio de Alepo. Por días, el templo quedó en la línea de fuego entre ambas partes. Y llegó a recibir el impacto de un misil en su cúpula, justo mientras se distribuía la comunión en una Misa dominical. Porque apenas hubo algunos heridos leves, Alsabagh califica el episodio como «un milagro».

Y advierte de que, no obstante los sufrimientos, la inestabilidad y la descontrolada migración, el templo de su comunidad ahora se encuentra más lleno que, incluso, antes el estallido del conflicto. La crisis ha sacudido a los indiferentes y acercado a los alejados.

«Solo en la vigilia de Navidad de 2017 se distribuyeron unas 2.200 hostias, sin contar las centenares de personas que quedaron fuera y no alcanzaban a llegar a la comunión. La Iglesia puede contener sentadas en los bancos unas 900 personas, pero incluidos los que estaban de pie llegamos a los 2.200. Tuvimos que habilitar un segundo horno para realizar las hostias, con tantos voluntarios que trabajan cada día ahí. Es muy bello tener estos signos de vida en medio de tantos signos de muerte», explica.

Católicos en la celebración de una Eucaristía en la parroquia latina de San Francisco en Alepo. Foto: Parroquia Latina de San Francisco

«Ojalá vengan a Siria»

Ibrahim Alsabagh reflexiona sobre el origen de la guerra: «El elemento religioso existe, el elemento político existe pero, sobre todo, los intereses geopolíticos y económicos, para la venta de armas y por la posesión de los recursos subterráneos. Cuando mirábamos a Irak, Libia, y también África decíamos: “Pobres, se matan entre ellos, ¿por qué hacen esta guerra?”. Después entendimos que también la guerra se convierte en un instrumento planeado en modo artificial y que detrás de ella existen intereses que el Papa Francisco ha denunciado muchas veces. Ojalá cada persona con autoridad y que piensa expandir su poder vendiendo armas, haga una peregrinación a pie en Irak o en Siria, y vea con sus propios ojos el resultado de esta guerra», dice Alsabagh.

Y añade: «Cuando veo estas sesiones de la Organización de Naciones Unidas, estas asambleas a nivel internacional, parece que estamos todavía muy lejos de una cierta madurez de pensamiento pero, ante todo, de humanidad. Pido la paz no solo para Siria, porque al ver la destrucción de Alepo pienso en todo el mundo. Si el mundo sigue así en los próximos años significa que todo será como Alepo. Hay que dar un paso de conversión, cambiar rumbo porque, en estas condiciones, el mundo no podrá aguantar mucho tiempo».