El primero de los signos de Jesús - Alfa y Omega

El primero de los signos de Jesús

II Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Las bodas de Caná. A. N. Mironov. Ryazan, Rusia

Aunque el tiempo litúrgico de Navidad se cierra con la fiesta del Bautismo del Señor, de alguna manera nos encontramos aún dentro del ámbito de la Epifanía o manifestación del Señor. De hecho, la liturgia celebra esta solemnidad aludiendo a tres prodigios, según refleja la antífona del magníficat en las segundas vísperas del 6 de enero: «Hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos…».

Ciertamente, la riqueza que encierra el episodio de las bodas de Caná admite varios enfoques de análisis. En primer lugar, la presencia de Jesús en la celebración de un matrimonio ha sido entendida unánimemente por la tradición como una bendición particular de Dios hacia la unión entre el hombre y la mujer. Así pues, el ritual del matrimonio incorpora este pasaje de Juan como una referencia imprescindible durante la celebración del sacramento, no solo en las lecturas, sino también en las oraciones y bendiciones previstas. En segundo lugar, no puede pasarse por alto la presencia y la intervención activa de María, la madre de Jesús. Es ella la que comienza el diálogo que este domingo escuchamos, advirtiendo a su hijo del problema que tienen los novios cuando falta el vino. Sin duda, este episodio sirve para ahondar en la comprensión de la intercesión maternal de María, preocupada por algo de lo que muchos aún no se habían percatado y provocando la intervención del Señor. Sin embargo, la ubicación de este pasaje en este día no pretende, en primer término, destacar la función intercesora de la madre de Dios ni acentuar la dignidad del matrimonio. Se busca, ante todo, incidir en algo que aparece al final del texto: «Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él». Por lo tanto, no estamos únicamente ante el primer milagro del Señor, sino ante un signo por el que Jesús ha manifestado su gloria.

Jesús es el esposo

Desde el punto de vista literario el episodio está redactado de tal modo que Jesús ocupa el centro de la escena, llenando, en cierto sentido, un espacio destinado en otras circunstancias al novio. No es el único texto en el que san Juan se refiere a Jesús como al novio, pues más adelante en su Evangelio será designado de este modo. Con todo, la asimilación del Señor como esposo hunde sus raíces en la espera veterotestamentaria del esposo mesiánico, alguien destinado a sellar con su pueblo una alianza nueva y eterna. Conocemos varios pasajes del Antiguo Testamento en los que Dios se refiere al pueblo como a una esposa que anhela al Señor. Un ejemplo de ello es la primera lectura de la Misa de este domingo, de Isaías. En ella se constata la esperanza mesiánica descrita en términos de esponsalidad. Jerusalén, y por extensión Israel, ha sido abandonada y devastada, sufriendo la deportación y la humillación de sus adversarios a causa de sus infidelidades a Dios. Sin embargo, el pueblo mantiene la confianza en que Dios no la abandonará: «Los pueblos verán tu justicia y los reyes tu gloria».

El vino bueno

Puede pasarse con facilidad por alto que el vino resultante del primero de los signos del Señor fuera «el vino bueno». La Iglesia ha comprendido esto no solo como un detalle anecdótico o circunstancial del relato. El vino hace referencia sobre todo a dos realidades: la alegría y la sangre. El vino bueno traído por el Señor en esta nueva y definitiva alianza será capaz de dar al hombre la verdadera alegría: una ebriedad que no procede del alcohol, sino de la fuerza del Espíritu Santo derramada sobre la Iglesia, la esposa. Pero, por otra parte, ese gozo habrá de recibir su fuerza de la sangre derramada del Señor, como nos muestra el mismo Cristo al instituir la Eucaristía, sacramento memorial de su Pasión.

Evangelio / Juan 2, 1-11

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.

Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevádselo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al esposo y le dice: «Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».

Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.