La reforma del corazón - Alfa y Omega

Junto a la posibilidad de hablar con el Papa, la segunda gran satisfacción de los vaticanistas es poder hablar del Papa. Francisco nos lo pone fácil pues siempre hay muchas iniciativas, viajes y anécdotas para comentar, sin que falten, lógicamente, los problemas. A veces, muy serios. Pero los aborda con sentido constructivo, pide toda la ayuda que puede, y no se abate si no logra resolverlos. Descansa un poco, recupera fuerzas y vuelve a la carga. Suele decirnos que la palabra «crisis» se escribe en chino con los ideogramas de «riesgo» y «oportunidad».

No le afectan las críticas, incluso las más envenenadas. Tiene la piel curtida por décadas de denigración, y está desprendido de su propia imagen. Siente compasión por quienes le critican de modo injusto, pensando que quizá tengan algún problema personal. Me impresiona su paciencia con quienes no quieren o no logran comprenderle. No pierde la calma, simplemente vuelve a explicar las cosas. Y si siguen sin entender, empieza de nuevo como si fuese la primera vez.

En 20 años como corresponsal en el Vaticano, he participado en centenares de coloquios sobre Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. El primer Papa americano suscita los mejores debates y las mejores preguntas. Pero hay una que suele revelar mentalidad anticuada: la pregunta insistente sobre la reforma de la Curia vaticana, formulada como si fuera la prioridad y razón de ser del pontificado de Francisco.

Era necesaria, y la tomó en serio como uno de los principales deberes que los cardenales habían señalado al próximo Papa en el cónclave de 2013. La puso en marcha con energía y empezó a aplicarla a medida que cada nueva pieza (la Pontificia Comisión de Protección de Menores, la Secretaría de Economía, el departamento de Comunicación, etc.) estaba disponible, dejando para el final –a diferencia de reformas anteriores– la tarea de redactar la constitución apostólica. Enseguida vimos que no buscaba un simple reajuste organizativo sino infundir una cultura de servicio. Y que su verdadero objetivo no era la reforma de la Curia sino la reforma de la Iglesia universal. O, mejor dicho, la reforma del corazón de toda persona que le escuche, para que se comporte mejor, sea cristiana o no. Planta semillas allí donde puede. Es el Pontifex, el «constructor de puentes» de toda la humanidad.