El Papa abre la JMJ: No buscamos una Iglesia «cool» o «decorativa» - Alfa y Omega

El Papa abre la JMJ: No buscamos una Iglesia «cool» o «decorativa»

Francisco preside una multitudinaria y colorida fiesta, ante miles de peregrinos y para la inauguración de la Jornada Mundial de la Juventud, en la cinta costera de la ciudad de Panamá

Andrés Beltramo Álvarez
El Papa abre la Jornada Mundial de la Juventud. Foto: REUTERS

La Jornada Mundial de la Juventud no sirve para crear una «Iglesia paralela», «un poco más divertida» o «cool». Lejos está de ser un evento para añadir «algún que otro elemento decorativo» al catolicismo, como si eso dejara felices a sus participantes. «Pensar así sería no respetarlos». Con esas palabras, el Papa abrió hoy la JMJ centroamericana. encabezó una fiesta de color, ante decenas de miles de personas en el Campo Santa María La Antigua de la cinta costera, en la ciudad de Panamá. Y encendió a la multitud con la fuerza de su discurso, cargado de frases espontáneas y argentinismos.

La inauguración inició con un baño de pueblo para Jorge Mario Bergoglio, que recorrió varios senderos a bordo del papamóvil. Ya sobre el escenario central, le fueron presentados los símbolos oficiales de la JMJ y saludó a jóvenes de los cinco continentes. Escuchó el saludo de bienvenida del arzobispo de Panamá, José Domingo Ulloa, antes de asistir a una seguidilla de canciones, videos y exhibiciones de vario tipo.

Cada mensaje de los presentadores fue repetido en cuatro idiomas: español, portugués, inglés e italiano. La muchedumbre explotó al escuchar las primeras palabras del líder católico: «Queridos jóvenes, ¡buenas tardes! ¡Qué bueno volver a encontrarnos y hacerlo en esta tierra que nos recibe con tanto color y calor!».

Inmediatamente después, aseguró que la Jornada pretende decirles que no tengan miedo, que vayan adelante con su energía renovadora que moviliza y se animen constantemente a caminar, anunciando a Dios en el servicio concreto a los demás; «un servicio de verdad, no de figurita».

A lo largo de su discurso y en numerosas ocasiones, improvisó agregando frases al texto preparado. Dedicó un saludo especial a los jóvenes indígenas, «los primeros en caminar por América», así como a los jóvenes descendientes de etnias africanas. Reconoció el esfuerzo y el sacrificio realizado por todos para llegar hasta Panamá, pero advirtió que el discípulo no es sólo quien llega a un lugar, sino aquel que no tiene miedo de arriesgarse y ponerse a caminar. «Estar en camino es la mayor alegría del discípulo, ustedes no tuvieron miedo de caminar y hoy podemos “estar de rumba”, porque esta rumba comenzó hace ya mucho tiempo en cada comunidad», añadió.

Más adelante constató que los presentes provienen de culturas y pueblos diferentes, pero nada les impidió encontrarse y sentirse felices de estar juntos, porque ninguna diferencia los paró. Precisó que, con sus gestos y actitudes, con sus miradas, sus deseos y especialmente con su sensibilidad desmienten y desautorizan todos esos discursos que se concentran y se empeñan en sembrar división: «discursos que se empeñan en excluir o expulsar a los que no son como nosotros», dijo.

Entonces realizó un ejercicio que luego volvió a hacer varias veces, le pidió a la multitud que repitiese con él una frase: «el amor verdadero no anula las legítimas diferencias, sino que las armoniza en una unidad superior». En ese momento afirmó que el autor de esa oración fue el Papa Benedicto XVI y pidió a todos dedicarle un aplauso, porque él lo iba a escuchar ya que estaba siguiendo el evento «a través de la televisión».

El Papa continuó: «Por el contrario, sabemos que el padre de la mentira, el demonio, prefiere un pueblo dividido y peleado, es el maestro de la división, y le tiene miedo a un pueblo que aprende a trabajar junto. Y este es un criterio para identificar a la gente: los constructores de puentes y los de muros, esos constructores de muros que». Ahí lanzó: «¿Ustedes qué quieren ser? ¿constructores de puentes o de muros?», todos respondieron: «De puentes».

«Ustedes nos enseñan que encontrarse no significa mimetizarse, ni pensar todos lo mismo o vivir todos iguales haciendo y repitiendo las mismas cosas, eso lo hacen los loros, los papagallos, encontrarse es animarse a otra cosa, a la cultura del encuentro, que es un llamado e invitación a atreverse a mantener vivo un sueño en común. Sí, un sueño grande y capaz de cobijar a todos. Juguemos por tener un sueño en común, eso no nos anula, nos enriquece», añadió.

Ese sueño, continuó, se llama Jesús y quedó plasmado con sus palabras: «Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes. En eso todos reconocerán que ustedes son mis discípulos». Recordó, entonces, las afirmaciones de Óscar Arnulfo Romero, santo salvadoreño: «el cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, o de prohibiciones. Así el cristianismo resulta muy repugnante. El cristianismo es una persona que me amó tanto, que reclama y pide mi amor. El cristianismo es Cristo». Y pidió a todos repetir varias veces con él: «el cristianismo es Cristo».

Su amor, sostuvo Francisco, es un amor que no «patotea» ni aplasta, un amor que no margina ni calla, un amor que no humilla ni avasalla; es el amor de todos los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que sana y levanta, que sabe más de levantadas que de caídas, de reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad que de condenar, de futuro que de pasado; es el amor silencioso de la mano tendida en el servicio y en la entrega, es el amor que no se pavonea, que no la juega de pavo real, es un amor humilde que da la mano a todos.

«Pregunto: ¿Crees en este amor? Pregunto otra cosa: ¿Es un amor que vale la pena? No tengan miedo de amar, no tengan miedo de ese amor concreto, de ese amor que es servicio y gasta la vida», siguió.

Ya hacia el final, Bergoglio garantizó que lo más esperanzador de la Jornada Mundial de la Juventud no será un documento final, una carta consensuada o un programa a ejecutar, sino los rostros de sus participantes.

«Cada uno volverá a casa con la fuerza nueva que se genera cada vez que nos encontramos con los otros y con el Señor, llenos del Espíritu Santo para recordar y mantener vivo ese sueño que nos hermana y que estamos invitados a no dejar que se congele en el corazón del mundo: allí donde nos encontremos, haciendo lo que estemos haciendo, siempre podremos levantar la mirada y decir: Señor, enséñame a amar como tú nos has amado –¿se animan a repetirlo conmigo?–. señor, enséñame a amar como tú nos has amado», sentenció.

Andrés Beltramo Álvarez. Panamá / Vatican Insider