Juan de Isasa y González de Ubieta, gran editor y maestro - Alfa y Omega

Juan de Isasa y González de Ubieta, gran editor y maestro

Sacerdote marianista, dirigió el grupo SM y fue figura referencial del claustro del Colegio del Pilar

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Foto: EFE/Ulises Ruiz Basurto

No tuve el placer ni el honor de que me diera clase de Física ni de Religión, dos de sus materias favoritas, pero lo vi jugar al fútbol en todos los patios del Colegio del Pilar, de su colegio, de mi colegio, de nuestro colegio, vestido con el traje negro de rigor, pero con una camisa y un alma que estallaba en la pureza de un blanco fundacional, de esos que alumbraron el mundo en el Big Bang donde empezó todo.

Juan de Isasa y González de Ubieta (1940-2019) fue uno los sacerdotes más luminosos y numinosos que he conocido. Luminoso a fuer de inteligente, rápido, enemigo de todo sectarismo, divertido, servicial, cariñoso, enamorado de esa Diosa Blanca de luz viva a la que cada cual pone un nombre y de la que él fue chevalier servant todos los días de su vida, hasta el último aliento, hasta el postrer suspiro. Él llamaba Virgen del Pilar a su Diosa Blanca, como tantos otros compañeros y amigos que tuvimos el privilegio de educarnos con la Orden Marianista fundada por el padre Guillermo José Chaminade, porque la Diosa Blanca tiene muchos nombres y todos valen por igual a la hora de nombrarla. Juan escribió una biografía de la Virgen donde volcaba todo su amor a la Madre de las esferas, a la soberana de lo que vemos y, sobre todo, de lo que no vemos.

En cuanto a su parcela de numinoso en ejercicio, la ocupaba su indestructible fe en el crucificado, en el Hijo de la Diosa a quien Isasa sirvió de forma tan leal y devota todos los días de su vida. Y quien cree en el Numen lo lleva dentro de sí y es, por lo tanto, una criatura numinosa.

Pero, además de luz numinosa, Juan de Isasa desprendía por todos los poros de su cuerpo cariño a los demás. A su familia de sangre, a la que adoraba y en cuya historia, a través de los tiempos y los espacios, dedicó muchas horas de investigación y búsqueda genealógica. A su familia religiosa, con quien firmó una alianza imperecedera desde que ingresó en la Orden Marianista que ni siquiera la muerte corporal será capaz de quebrantar. Le gustaba juntar a sus dos familias, la de la sangre y la religiosa, como he podido comprobar muchas veces.

Pero no se contentaba con esas dos familias, pues el número de sus amigos y amigas era infinito. Todo el mundo quería a Juan Isasa. Todo el mundo editorial, especialmente, un mundo que conoció en profundidad y con el que estableció lazos muy estrechos a lo largo de su vida.

Ayer, en la capilla gótica del Colegio del Pilar, que estaba tan bonita por lo menos como el día en que hice mi primera comunión en ella, hace más de sesenta años, estábamos una milésima parte de quienes quisimos, queremos y querremos a Juan de Isasa y González de Ubieta. Y no cabía un alfiler.

Luis Alberto de Cuenca / ABC