Jesús seguía su camino - Alfa y Omega

Jesús seguía su camino

IV Domingo de tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Tratan de tirar a Jesús por el barranco. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York

Con la conclusión dramática del pasaje de este domingo, Lucas expresa el contraste entre la aprobación y admiración que generaban las palabras del Señor en la sinagoga y la contrariedad de quienes pretendían que Jesús actuara exclusivamente en favor de ellos. De este modo se inaugura una serie de desencuentros que conducirán a la condena a muerte de quien no permite ser utilizado para los planes humanos, sino únicamente para la misión recibida del Padre.

Testigo de la verdad

No cabe duda de que la presencia del Señor en la sinagoga no deja indiferente a los oyentes. Sin embargo, la incomodidad manifestada en las palabras «¿No es este el hijo de José?» no parece surgir únicamente del desprecio a quien, por ser conocido, se le considera inferior que a un extranjero. Sí que es cierto que este es el sentido de la expresión «ningún profeta es aceptado en su pueblo», inmortalizada en el popular dicho. Pero en el Evangelio se descubre algo más profundo: lo que de verdad causaba malestar entre los paisanos de Jesús era el no poder conseguir que realizara «lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».

Ciertamente, quienes oyen a Jesús en la sinagoga intuyen que están ante un profeta, como se deduce de la referencia a «las palabras de gracia que salían de su boca», de la presencia del término «profeta» en el texto y de la alusión a los prodigios realizados por los dos profetas paradigmáticos de la antigüedad judía, Elías y Eliseo. Con todo, es en la conclusión del pasaje donde se evidencia la identificación con quienes durante siglos habían sufrido persecución y martirio por ser testigos de las palabras recibidas de Yahvé. La furia desatada, la expulsión del pueblo y la conducción al precipicio, con intención de despeñarlo, presentan evidentes paralelismos con la suerte corrida por muchos profetas anteriormente.

A pesar de la gran contrariedad que a menudo provoca la presencia del Señor, no se detecta, ni aquí ni en otros pasajes, el menor interés de Jesús por enseñar una doctrina o realizar acciones que susciten el consenso de los demás o la aprobación general. La misión de Jesús es la de dar testimonio de la verdad y del amor de Dios a los hombres; un amor que no conoce límites humanos ni geográficos. De hecho, los dos ejemplos de milagros que Jesús relata se refieren a intervenciones en favor de paganos. El primer caso es el de la viuda de Sarepta; el segundo, la curación de Naamán el sirio. Puesto que ambos episodios ocurren en territorio no judío, Lucas pretende mostrar que ya desde el principio de su ministerio público, Jesús está abierto a la misión universal.

Jesús se abrió paso entre ellos

En la primera lectura de la Misa de este domingo, del libro de Jeremías, se señala que el Señor dirige palabras de confianza al profeta, afirmando, entre otras cosas, que «lucharán contra ti, pero no te podrán». No ha llegado la hora del Señor. Sin embargo, el salir airoso del intento de despeñarlo anticipa, en cierto modo, la victoria definitiva de Cristo sobre el mal y la muerte, cumpliendo las palabras dichas a Jeremías: «Yo estoy contigo para librarte». Lo ocurrido al Señor puede ser aplicado también a los cristianos. A pesar de la furia de los enemigos o del precipicio en el que nos podamos hallar, es posible seguir el camino con Jesús, ya que es el Señor, y no nuestras propias fuerzas, quien sostiene nuestro caminar y nos libra de nuestros enemigos.

Por otro lado, a veces podemos correr el riesgo de ser como los paisanos de Jesús, queriendo decidir nosotros cuándo y cómo debe actuar el Señor; y, en lugar de buscar la verdad y el amor a Dios y al hermano, tener una actitud posesiva hacia Dios, queriendo utilizarlo en favor nuestro. La persona, las enseñanzas y las acciones de Jesús nos muestran, por el contrario, que la clave de su vida es la donación de sí mismo en favor de los demás, no la búsqueda del beneficio o del interés propio.

Evangelio / Lucas 4, 21-30

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Elíseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.