Dorothy Day y su Larga soledad - Alfa y Omega

Dorothy Day y su Larga soledad

«Vivir juntos, trabajar juntos, poseer juntos, amar a Dios y amar a nuestros hermanos y vivir cerca de ellos en comunidad; así podremos demostrar nuestro amor por Él». Ésta es la Sierva de Dios Dorothy Day (1897-1980), una auténtica activista social que llevó hasta sus últimas consecuencias el compromiso con los pobres y excluidos

María Teresa Compte Grau

El 13 de febrero de 2013, al despuntar la Cuaresma, Benedicto XVI citó en su catequesis de ese miércoles a Pavel Florensky, científico ateo ruso que se ordenó sacerdote ortodoxo y fue ejecutado en 1937; Etty Hillesum, mujer judía de nacionalidad holandesa que fue ejecutada en 1943, y Dorothy Day. Pavel y Hillesum no eran católicos. Sí lo era Dorothy Day y, sin embargo, tampoco ella, la personalidad más importante del catolicismo social estadounidense, era conocida.

Dorothy Day nació en 1897 en Brooklyn (Nueva York), la misma ciudad en la que falleció 83 años después. Nacida en una familia de clase media, creció entre San Francisco y Chicago. Vivió de cerca el mundo del periodismo, gracias al trabajo de su padre; asistió a la Universidad, que abandonó dos años después de iniciados sus estudios; trabajó como enfermera, militó en el mundo intelectual y activista de matriz anarquista y socialista; fue una destacada luchadora por los derechos de la mujer, lo que la llevó a la cárcel; peleó a favor de las reivindicaciones de millones de trabajadores estadounidenses víctimas de una nefasta industrialización, y ejerció el periodismo. Fue este ambiente social y político el que alimentó durante años la conciencia social de Dorothy Day. Y fue en este preciso mundo en el que inició su camino hacia Dios. En La larga soledad (ed. Sal Terrae), da buena cuenta de ello, como también lo hace en Mi conversión (ed. Rialp).

Dorothy Day fue una auténtica activista social que llevó hasta sus últimas consecuencias el compromiso con los pobres y excluidos. Y lo hizo de formas múltiples que acabaron armonizando cuando Dios enlazó definitivamente su mundo de valores, deseos, proyectos y afectos. Dorothy Day se convirtió al catolicismo tras un largo camino de encuentros y de oración. Estaba casada y era madre. Consciente de que el Bautismo la alejaría del hombre al que amaba, vivió como una desgracia tener que dejar el amor de su marido, tanto como abandonar la vida que había llevado dentro del movimiento radical.

Pero lo hizo. Y lo hizo por amor. Y en ese camino marcado por la soledad que causa la falta de un pecho sobre el que descansar el rostro, Dorothy Day encontró una comunidad. Cuando a la vida de Dorothy Day llegó Peter Maurin, su gran amigo, se produjo un milagro. Ambos dieron vida a un periódico: El trabajador católico (1933), y crearon un Movimiento que fundó casas de acogida y granjas comunitarias. Panes y peces (ed. Sal Terrae) es la historia de esta obra dedicada, como la novela de Dostoyevski, a los humillados y ofendidos. Dorothy Day y Peter Maurin crearon un grupo católico «libre de explorar todas las posibilidades de reforma y restauración sin comprometer a la jerarquía en posiciones peligrosas y tratar de construir el orden social para hacer una sociedad mejor». Y lo hicieron inspirados en el personalismo comunitario, la doctrina social de la Iglesia y el distributismo.

Culto-cultura-cultivo

Maurin y Day crearon una comunidad al servicio de los trabajadores, los desposeídos y los explotados, constituyeron un movimiento enraizado en una teología del trabajo que respondía al amor que Cristo profesó al mundo, que se expresaba en la práctica de las obras de misericordia, según la tríada de Maurin: culto–cultura–cultivo, y que dio forma a una comunidad en la que el trabajo era el primer requisito de un nuevo orden social. Trabajo y no salarios, enseñaba Maurin. Y trabajo como un modo de transformar el Edén que Dios ha puesto en nuestras manos. Tarea que, de modo especial, escribió Dorothy Day, compete a la mujer en tanto que el «trabajo de la mujer es el amor».

Dorothy Day fue una mujer en búsqueda que, finalmente, encontró la respuesta: «Vivir juntos, trabajar juntos, poseer juntos, amar a Dios y amar a nuestros hermanos, y vivir cerca de ellos en comunidad; así podremos demostrar nuestro amor por Él. Todos hemos conocido la larga soledad y todos hemos aprendido que la única solución es el amor y que el amor llega con la comunidad».