¡El poder de la Vida! - Alfa y Omega

¡El poder de la Vida!

Alfa y Omega

¡Parece mentira!; ¿cómo es posible?, ¡en pleno siglo XXI! No es infrecuente oír hoy tales expresiones de extrañeza cuando, en nuestras sociedades desarrolladas, se producen, por ejemplo, averías en los aviones que causan graves accidentes, muertes por enfermedades que la ciencia médica tiene más que controladas, o por fenómenos naturales que técnicos especialistas en todos los campos ya saben cómo afrontar para que no haya consecuencias que dañen la calidad de vida de estos tiempos de tanto progreso…

Tal ¿ingenuo? progresismo no es nuevo. Luigi Giussani lo cuenta en La conciencia religiosa en el hombre moderno: al terminar la Segunda Guerra Mundial, en una visita a Estados Unidos, a Churchill le fueron tributados todos los honores, por su contribución a la victoria que se consideraba había salvado la civilización. Tras haber apuntado todo lo que la civilización debía a Churchill, el rector del Massachusetts Institute of Technology de Boston «se aplicó a describir el carácter postbélico de tal civilización, cuyo principal atributo era el hecho de haber tomado posesión, con la ciencia y la técnica, de todos los aspectos del ser humano. Sólo un pequeño paso separaba a la Humanidad de obtener un completo dominio sobre el pensamiento, el afecto y el sentimiento del hombre hasta en sus raíces, de manera que, en adelante, ya no podría surgir ningún Hitler, y el mundo podría ser pronto una sociedad perfecta». Al escuchar todo este mundo feliz descrito por el rector, Churchill -con su genial ironía-, dijo que «esperaba ardientemente estar ya muerto, antes de que tal cosa ocurriese».

Ese pequeño paso, para tal mundo feliz, de las ciencias filosóficas y psicológicas ya vemos cuál ha sido: la negación del derecho a vivir de los más débiles e indefensos. La extrañeza, entonces, no sólo desaparece, sino que da paso a la normalidad de los males que estamos viendo todos los días. ¿Y qué otra cosa podía esperarse negando el más radicalmente humano de los derechos? ¿Acaso eliminar una sola vida humana puede llamarse progreso? El Papa Francisco, en su Exhortación Evangelii gaudium, dejando claro dónde está el verdadero progreso, tachado de oscurantismo por quienes se extrañan de los malos frutos que da lo que cultivan, responde así:

«Entre los débiles a quienes la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, los más indefensos e inocentes de todos; hoy se les quiere negar su dignidad humana, en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar esta defensa como algo ideológico, oscurantista y conservador; sin embargo, está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades». Y añade el Papa, dejando en evidencia a los que se extrañan de la normalidad: «Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno… Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o modernizaciones. No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana».

Es el progreso, sí, de los poderosos de turno. ¿Pero qué clase de poder es el que lleva a la muerte? ¿Acaso el verdadero poder no es el de la Vida, con mayúscula? ¿O es que la vida nos la damos nosotros mismos? Vale la pena escuchar la respuesta del Beato Juan Pablo II, en la encíclica Evangelium vitae: «La vida se confía al hombre como un tesoro que no se debe malgastar, como un talento a negociar»; sin olvidar que «el hombre debe rendir cuentas de ella a su Señor». Y con la misma expresión que subraya el Papa Francisco, el Papa del Evangelio de la vida añade: «La vida humana es sagrada e inviolable en cada momento de su existencia, también en el inicial que precede al nacimiento. El hombre, desde el seno materno, pertenece a Dios que lo escruta y conoce todo, que lo forma y lo plasma con sus manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión informe y que en él entrevé el adulto de mañana, cuyos días están contados y cuya vocación está ya escrita en el libro de la vida».

A veces se dice que para defender absolutamente la vida no hace falta la fe. Error. Sólo si el fin no es la muerte, sino la vida eterna que proclama y vive la Iglesia, es posible tal defensa; sólo la fe explica las palabras del Papa Francisco en la Asamblea Plenaria, el pasado lunes, del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud: «La experiencia del compartir fraterno con el que sufre nos abre a la verdadera belleza de la vida humana, que comprende su fragilidad. En la custodia y en la promoción de la vida, en cualquier estadio y condición en que se encuentre, podemos reconocer la dignidad y el valor de cada uno de los seres humanos, desde la concepción hasta la muerte».