Un nuevo catolicismo social - Alfa y Omega

Ya no hay fronteras en Europa, pero entre España y Francia siguen en pie. Lo que sucede en nuestro país vecino siempre nos queda lejos. Y a la vista de los acontecimientos, debiéramos prestar un poco más de atención a nuestros hermanos católicos franceses. La primera llamada de atención la hicieron los obispos el 11 de diciembre, abriendo el debate sobre la necesidad de un nuevo catolicismo social, desde el planteamiento de que la cuestión social hoy es aún más grave que en el siglo XIX. En el diagnóstico coinciden sindicalistas cristianos, profesores de universidad, empresarios, escritores y representantes de asociaciones familiares.

La revuelta de los chalecos amarillos es la manifestación de una crisis. Los obispos pidieron a la comunidad católica que abriera sus puertas para contribuir al «gran debate» que Francia necesita. Son muchos los cleavage que expresan esta nueva cuestión social: centro y periferias, ciudad y campo, élites y pueblo, local y global. Desde hace meses, Francia vive sumida en una tensión insurreccional. ¿Dónde está el pueblo? La misma pregunta se hicieron en su momento Pío XI y Maritain. La cuestión no es exclusiva de los franceses. En España tuvimos nuestro 15M, pero los católicos no supimos dar respuesta, enfrascados como estamos en vencer las resistencias y nuestra propia fragmentación. ¿Cuáles son los contornos de esta nueva cuestión social?, se preguntan estos laicos franceses. Lo que está en juego, responden, es la cohesión del pueblo francés. Algo que puede hacerse extensible a todos los pueblos de Europa. La cuestión ya no es la defensa de los derechos de los trabajadores. La nueva cuestión social, ya lo sentenció Juan XXIII en 1961, es mundial.

Francia, como sucedió en el siglo XIX, pudiera estar forjando algo una que quizás nos inspire a todos. La globalización cultural desprecia los modos de vida local; el modelo económico neoliberal no permite a las personas y a las familias vivir del fruto del trabajo; las comunidades pequeñas constatan que no hay lugar para su participación efectiva… Hay que trabajar para forjar comunidades basadas en relaciones sociales solidarias. Y esto solo es posible si, de una vez por todas, somos capaces de entender que la hora del cristianismo en Europa no es la de la defensa reaccionaria de unos supuestos intereses comunitarios, sino la promoción de una acción social al servicio de nuestros países.