Ésta es nuestra fe - Alfa y Omega

Ésta es nuestra fe

Solemnidad de la Santísima Trinidad

Carlos Escribano Subías
La Trinidad (detalle), de El Greco. Museo del Prado, Madrid

Las palabras con las que comienza el Evangelio de la Misa, en la solemnidad de la Santísima Trinidad, muestran el infinito amor que Dios tiene por la Humanidad, hasta el punto de entregar a Su Hijo Único para la redención del género humano. Ese prodigio de amor, que se describe en el texto evangélico, desvela a su vez la esencia misma de Dios que es amor.

Desde el principio, la Iglesia va tomando conciencia de que el amor de Dios manifiesta la comunidad de personas que es la Santísima Trinidad. Así lo expresa san Pablo, cuando se despide de la comunidad de los Corintios, usando la célebre fórmula que hoy sigue utilizando la Iglesia al celebrar la Eucaristía y que recoge la fe de la Iglesia: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo, este siempre con vosotros».

En el Día de la Santísima Trinidad, tiene especial relevancia la recitación del Credo, que en todas las celebraciones dominicales decimos los cristianos como respuesta a la Palabra de Dios que ha sido proclamada y al misterio de fe que estamos celebrando en la Eucaristía. Podríamos decir que hoy es la fiesta del Credo. Pero ¿en qué creemos los cristianos?

Cada uno de los participantes en la Misa eleva su voz para unirse con la de los demás creyentes en un grandioso coro que va desgranando la fe de los discípulos del Señor. Creemos en un solo Dios que es Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. En el centro de la creación, surge el hombre, débil y fuerte a la vez, imagen y semejanza de Dios.

Creemos en un solo Dios que es Hijo. Todo fue creado por Él y para Él. Nosotros mismos somos conscientes de ser hijos en el Hijo. Y este Hijo de Dios se nos ha revelado en Jesús, como único Señor y Mesías. Y ha sido Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, nos ha manifestado el amor inmenso de Dios, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Y el Padre le devuelve a la vida en la Resurrección y lo ha sentado a su derecha. Sólo en Él somos salvados.

Y desde la cercanía de la fiesta de Pentecostés, proclamamos que Dios también es Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo. Que es Señor y dador de vida. Que ha estado presente desde antiguo en toda la historia de la salvación y que ahora conduce a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y a cada uno de nosotros, hasta la consumación de los tiempos. Ésta es nuestra fe, la fe de la Iglesia que nos gloriamos en profesar.

Os invito a que este domingo, al recitar el Credo, nos dejemos llenar de lo que significan los artículos de la fe y revisemos la incidencia que tienen en nuestra vida. Nos lo recuerda el Papa Francisco: «La profesión de fe no consiste sólo en asentir a un conjunto de verdades abstractas. Antes bien, en la confesión de fe, toda la vida se pone en camino hacia la comunión plena con el Dios vivo. Podemos decir que en el Credo el creyente es invitado a entrar en el misterio que profesa y a dejarse transformar por lo que profesa» (Lumen fidei 45). ¡Que no sea la repetición rutinaria de una oración archiconocida, sino el asentir existencial, con la fe y la vida, a la revelación del Misterio del amor de Dios!

Evangelio / Juan 3, 16-18

En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:

«Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios».