Abiertos a las sorpresas de Dios - Alfa y Omega

Abiertos a las sorpresas de Dios

Solemnidad de Pentecostés

Carlos Escribano Subías
Aparición de Jesús resucitado a los apóstoles, con las puertas cerradas, de Duccio di Buoninsegna. Panel de La Maestà, catedral de Siena (Italia)

Las lecturas de este domingo de Pentecostés proclaman, de manera especialmente armónica, la presencia del Espíritu Santo en el inicio de la Iglesia. Después de la 1ª lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, que nos narra el espectacular momento de la venida del Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego, encontramos una segunda imagen del envío del Espíritu en el Evangelio, mucho más discreta. En el primer episodio, el don del Espíritu Santo se representa por la fuerza de un viento recio. En el segundo, por la respiración apacible de Jesús resucitado, que derrama sobre ellos su paz y su Espíritu.

La escena del Evangelio está llena de matices que nos ayudan a vivir con más intensidad esta fiesta. Jesús exhala su aliento sobre sus discípulos y les llena del soplo de Dios. La escena evoca el momento de la creación del hombre (Gen 2, 7) cuando Dios insufla su aliento en la figura de barro y le da la vida. Ese soplo que reciben la tarde del día de la Resurrección los apóstoles, les llena de la vida misma de Dios. Con ellos, cada uno de nosotros, que hemos sido bautizados y confirmados, pasamos a pertenecer de una manera nueva a Dios, que el Señor mismo nos entrega. La lectura del Evangelio nos invita a esto: a vivir siempre dentro de la respiración de Jesucristo, recibiendo de Él la nueva vida, que ninguna muerte podrá arrebatarnos jamás.

Esa nueva vida, Jesús la asocia al poder de perdonar. En el relato del libro de los Hechos de los Apóstoles contemplamos la acción del Espíritu que franquea fronteras y nos conduce hacia los demás. La fuerza que abre y permite vencer la herencia de Babel, la división producida por las distintas lenguas, es la fuerza del perdón. «Jesús puede conceder el perdón y el poder de perdonar porque Él en sí mismo sufrió las consecuencias del pecado y las disipó en la llama de su amor. El perdón viene de la cruz; Él transforma el mundo con el amor que se entrega. Su corazón abierto en la cruz es la puerta a través de la cual entra en el mundo la gracia del perdón. Y solamente esta gracia puede transformar el mundo y construir paz» (Benedicto XVI, Homilía de Pentecostés 2005).

Para que todo aquello ocurra, el Resucitado tendrá que traspasar unas puertas cerradas. Nosotros también cerramos nuestras puertas. Nos aislamos de los demás y de Dios. Vivimos de espaldas a lo que significa la presencia de Dios en nuestras vidas y las consecuencias prácticas que de ella se deducen. «La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos hoy: ¿estamos abiertos a las sorpresas de Dios? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta, o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?» (Francisco, Homilía de Pentecostés 2013).

Nuestro reto: intentar llevar el amor de Dios a la sociedad en que vivimos, sin miedo, llenos de esperanza.

Hoy, como entonces, la fuerza del Espíritu Santo viene a renovar a su Iglesia, y con ella y en ella, a todos los bautizados que en este día estamos culminando el Camino Pascual.

Evangelio / Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

«Paz a vosotros».

Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Jesús repitió:

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».