Guzmán Carriquiry: El Papa es, a veces, el primer sorprendido por sus decisiones - Alfa y Omega

Guzmán Carriquiry: El Papa es, a veces, el primer sorprendido por sus decisiones

No podía ser Vicepresidente (esa responsabilidad, canónicamente, debe recaer sobre un obispo), pero el Papa le ha nombrado Secretario encargado de la Vicepresidencia de la Pontificia Comisión para América Latina. De facto, ya se desempeñaba como Vice-Presidente, al ser el segundo del cardenal Marc Ouellet en dicha Comisión, pero es un importante signo de la estima y confianza puestas por el Papa Francisco en este abogado uruguayo, el laico que ocupa el puesto más alto en la Santa Sede

Ricardo Benjumea
El matrimonio Carriquiry saluda al Papa Francisco, tras la Misa en la iglesia de Santa Ana, días después de ser elegido Papa

Cuando usted llegó al Vaticano, hace 40 años, le dieron un consejo: «Mira el rostro de los santos y aprende de su testimonio». ¿Le han vuelto a la cabeza esas palabras al ver canonizados a dos Papas?
Yo llegué muy joven, con 27 años, y esas palabras se me quedaron muy grabadas. En efecto, no se corresponde en absoluto con la realidad esa imagen que se ha difundido por ciertos medios en estos últimos años de una Curia como cueva de gente deshonesta. Uno se encuentra en el Vaticano con gente que trabaja, por lo general, con gran seriedad y responsabilidad al servicio del Papa. Claro que somos todos pecadores mendicantes de la gracia de Dios, llamados a la conversión para ser buenos servidores. Por cierto que ayuda mucho saberse servidores de santos sucesores de Pedro. Llegué en tiempos del pontificado de Pablo VI, próximo Beato; trabajé casi 30 años con san Juan Pablo II, desde el primer al último día de su pontificado, y después los Santos Padres Juan Pablo I, Benedicto XVI y ahora Francisco… Somos beneficiarios de una extraordinaria sucesión de testigos de santidad en el corazón de la Iglesia.

La santidad: ¿ésa es la auténtica línea de continuidad en la Iglesia?
Efectivamente. A la santidad estamos todos llamados, pero quiero destacar cuánto sorprende verdaderamente esta sucesión de Papas santos, y tan diversos unos de los otros, por su procedencia, por formación cultural, por estilo y sensibilidad pastoral… Tan diversos, pero tan unidos, todos ellos anillos de una cadena inquebrantable que comienza con el testimonio de los apóstoles Pedro y Pablo. Y tan conscientes del ministerio que Dios les ha confiado. Y eso es algo extraordinario. Después de un gigante de la fe como Juan Pablo II, ¡qué difícil era elegir un sucesor! Sólo podía serlo el mayor teólogo y pensador europeo, que personifica la gran tradición humanista clásica y cristiana de Europa. Y qué difícil, después de ambos, elegir a un nuevo sucesor, y llega entonces el Papa Francisco, sorpresa y novedad del Espíritu Santo.

¿Qué le llevó, antes del cónclave, a intuir que Bergoglio sería Papa?
Mi esposa y yo teníamos esa convicción espiritual por cómo nos transmitía una singularísima presencia de Dios y el profundo discernimiento espiritual con que afrontaba todas las situaciones y acontecimientos. Conocemos a muchos cardenales, y así como, tras el fallecimiento de Wojtyla, teníamos la convicción de que el próximo Papa sería el cardenal Ratzinger, tuvimos esa misma convicción con el cardenal Bergoglio. Además, tuve la oportunidad de colaborar con él cuando fue nombrado Presidente de la comisión de redacción del documento de Aparecida. Allí se vio perfectamente la grandísima autoridad espiritual y moral que tenía entre los obispos latinoamericanos, y sus dotes de gobierno al conducir el proceso de esa V Conferencia General del Episcopado para llevarla a un óptimo resultado. Me maravilló su capacidad de recoger y armonizar las contribuciones que venían de tantos obispos. Yo a veces me ponía nervioso, y él me decía: «Tus ansias personales no corresponden a los tiempos del Espíritu». Y efectivamente la Conferencia pudo llegar a un resultado final sorprendente por su madurez eclesial y latinoamericana, gracias a la capacidad de discernimiento y gobierno del cardenal Bergoglio.

¿Está transcurriendo este pontificado como usted esperaba, o ha habido también sorpresas para usted?
Yo participo de la sorpresa de todos. Ha superado totalmente mis expectativas. El Papa Francisco repite a menudo que tenemos que estar abiertos a las sorpresas de Dios más allá de nuestras seguridades culturales, espirituales, eclesiásticas. Su pontificado va realizándose, día a día, bajo un profundo discernimiento de los caminos por los que Dios conduce a la Iglesia. Creo, de hecho, que el Papa es muchas veces el primer sorprendido por el Espíritu de Dios.

¿De dónde saca todas esas expresiones espontáneas que utiliza cada mañana en sus homilías?
¿De qué expresiones espontáneas me habla? Sus homilías matutinas son como un Evangelio casi sine glosa, rezado, meditado y compartido, después de tiempo largo de oración con las lecturas del día. Considero sumamente precioso ese flujo cotidiano de estupor y conversión por donde nos conduce. Pienso que el Santo Padre va tomando sus decisiones, por pequeñas o grandes que sean, en un proceso de discernimiento orante, purificadas y maduradas por las mociones del Espíritu Santo. «El ministerio se hace arrodillado»: eso él lo aconseja y lo vive. Por eso, en la Evangelii gaudium, llama a todos a recuperar un espíritu contemplativo.

A usted le molesta especialmente que se contraponga a Francisco con Benedicto.
¡Sí me molesta, pero tiene que molestar a todo católico! Es obra del demonio, que es el príncipe de la mentira y de la división, comparar obsesivamente y, peor aún, contraponer ambos pontificados, sea para quedarse nostálgicamente aferrados al pontificado del Papa Benedicto XVI y, desde allí, manifestar juicios críticos contra el pontificado del Papa Francisco, o para exaltar de tal modo el pontificado del Papa Francisco para denigrar a sus predecesores y presentarlo como una ruptura con esa tradición ininterrumpida de las enseñanzas doctrinales y morales de la Iglesia. No sólo la continuidad entre ambos es extraordinaria; también se profesan un profundo afecto y admiración. De ello todos somos testigos. Y no es contradictorio de esto la impactante novedad del actual pontificado.

Antes hablaba usted de Aparecida. ¿Es ése el nuevo nombre de la nueva evangelización?
Aparecida y la Exhortación Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, son muy importantes referencias de la Exhortación Evangelii gaudium, pero esto no quiere decir que haya una ruptura con la línea que marcó Juan Pablo II, quien en marzo de 1983 llamó al episcopado latinoamericano —y después a toda la Iglesia— a una evangelización nueva, nueva en su ardor, en sus formas, en sus expresiones… Uno lee en la Evangelii gaudium que «toda auténtica evangelización es siempre nueva». El Espíritu de Dios rompe lo que hay de rígido y de aburrido en nuestro modo de presentar y de proclamar el Evangelio y nos va indicando siempre los caminos, los signos, los lenguajes más adecuados para hacer siempre nuevo el Evangelio. En eso estamos hoy. La misión continental a la que convocó Aparecida es ahora, de alguna manera, la misión mundial. Tenemos un Papa de corazón misionero, cuyas palabras y gestos apuntan siempre a los lejanos, a las 99 ovejas que se han alejado, y no a la que permanece en el redil. El verbo que más utiliza el Papa es salir, salir al encuentro, llenos de misericordia y ternura, de com-pasión y solidaridad. Salir hacia todos los ambientes, las fronteras, las periferias, en donde dar testimonio y anunciar el Evangelio de Dios, especialmente entre los pobres. Y a veces, entre casa, reaccionamos como el hermano mayor del hijo pródigo…

Celebración en el santuario de Aparecida (Brasil) que presidió Benedicto XVI durante la V Conferencia del CELAM, el 13 de mayo de 2007

¿Por eso lanza tantos reproches hacia los de dentro?
El Papa es como si quisiera desestabilizarnos, desacomodarnos de nuestros conformismos mundanos, empujarnos a romper con un cristianismo asimilado al espíritu de este mundo. Es verdad que nos da muchos palos a los de dentro: habla de los cristianos de confitería, al agua de rosas, cristianos que balconean, cristianos que viven como paganos, cristianos mediocres, cristianos escépticos, abatidos, carentes de esperanza… ¡Cuánto hay de neo-fariseísmo entre nosotros! Pero todos sus gestos y palabras no hacen más que conducirnos a lo esencial: el encuentro con Cristo, Verbo de Dios hecho carne, rostro misericordioso de Dios, nuestro Señor y Salvador. Lo primero que hace en la Evangelii gaudium es invitar a cada bautizado a renovar ese encuentro personal o, al menos, a buscar incesantemente a Cristo y dejarse encontrar por Él.

El Papa está urgiendo insistentemente una conversión personal, pastoral y misionera. Si Francisco se plantea la conversión del Papa, la reforma del papado, pues eso implica una conversión de los obispos, de todos los ministros de la Iglesia. Basta mirar al Papa y seguirlo. Además, ha dicho palabras muy claras al respecto.

La pregunta fundamental que tenemos que hacernos todos, si no queremos quedarnos en la superficie de las cosas, es la siguiente: ¿Qué nos está mostrando Dios, qué nos está diciendo Dios, qué nos está pidiendo Dios que cambiemos, a través del testimonio, ministerio y magisterio del Papa Francisco? La Iglesia semper reformanda… ¡reforma in capite et in membris!

¿Cómo definiría el momento de la Iglesia en América Latina?
No es que falten graves problemas y serios desafíos, pero ya Aparecida fue un sorprendente acontecimiento de madurez. Yo siempre tuve presente aquellas palabras premonitorias de Benedicto XVI en el avión que lo llevaba a Brasil, cuando, con cierto aire provocador, un periodista le planteó su supuesto desinterés por este continente: «Estoy convencido que aquí se decide, al menos en parte, y en una parte fundamental, el futuro de la Iglesia católica: esto para mí ha sido siempre evidente». Más de un 40 % de los católicos del mundo entero viven en América Latina, sin contar con los 50 millones de católicos hispanos en los Estados Unidos. Y además de esas cifras, tenemos una América Latina que ya no es más la región atrasada, marginal, dependiente, sino una región emergente en el concierto internacional.

Todo eso ha tenido que pesar en la elección de Francisco. Al Papa no se le escoge por motivos geopolíticos. Se elige a la persona, pero la persona es siempre, como dice Ortega, el yo y sus circunstancias, y esas circunstancias no son adjetivas. Tenemos a un Papa que viene de una riquísima experiencia pastoral en una gran metrópolis, en la que coexisten el Norte y el Sur del mundo, la idolatría del poder y la riqueza con las villas miserias, una extrema secularización y el pulular de ideologías con una muy arraigada religiosidad popular, la secular implantación de la Iglesia católica con sus más diversas relaciones con otras comunidades cristianas, con las grandes tradiciones religiosas, incluso con sectas de todo tipo…

¿Qué impacto cree que va a tener este pontificado en la Iglesia en América Latina?
Es comprensible y bueno el entusiasmo que se vive por doquier en América Latina con el Papa. Un primer Papa latinoamericano en la historia bimilenaria de la Iglesia es acontecimiento de gran magnitud e imprevisibles consecuencias para la catolicidad y para América Latina en especial. La Iglesia latinoamericana ha sido puesta en una singular situación por la Providencia de Dios: debe plantearse a fondo las nuevas exigencias y responsabilidades que recaen sobre ella. Ante todo, se necesita «un salto de cualidad en la fe de su pueblo», como decía Benedicto XVI en Aparecida. El reto es, ¡nada menos!, el de recapitular la gran tradición católica, arraigar más profundamente el don de la fe en el corazón de los latinoamericanos, crecer en la santidad y ministerio de sus pastores, relanzar a fondo la misión continental, demostrar la potencia del Evangelio para la construcción de formas más humanas de vida para todos, así como responder mucho más a una solicitud apostólica universal en colaboración con el ministerio universal del Papa.