¡Ahí tenéis la señal! - Alfa y Omega

¡Ahí tenéis la señal!

Alfa y Omega

«El Niño Jesús, nacido en Belén, es el signo que Dios dio a los que esperaban la salvación, y permanece para siempre como signo de la ternura de Dios y de su presencia en el mundo»: así dijo el Papa Francisco en la Misa del pasado domingo, en la Plaza del Pesebre, en Belén. Recordó las palabras del ángel a los pastores: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño…».

Es el signo que desarma toda pretensión de construir la vida con las propias fuerzas, ¡y no digamos la vida en esa plenitud anhelada por todo corazón humano que se llama salvación! No podemos dejar ni un instante de mirar al Dios hecho niño, hecho carne en las entrañas de María de Nazaret y nacido en Belén, en ese concreto lugar que el Papa contemplaba ese mismo día de su viaje a Tierra Santa, porque en verdad es el signo, la señal a seguir para, sencillamente, vivir una vida humana digna de tal nombre. Si Dios Creador Todopoderoso se hace niño, ¿qué clase de vida será la de su criatura si pretende hacerse dios autosuficiente? Si hasta para la cosa más pequeña de la vida, para que sea plenamente digna del hombre, hace falta esa humildad desconcertante, ¡y maravillosa!, que el mismo Dios nos manifiesta, ¡cuánta humildad no hará falta para alcanzar esa necesaria unidad de los cristianos, razón de ser y objetivo central del viaje a Tierra Santa que acaba de realizar el Santo Padre, encontrándose con el Patriarca ecuménico Bartolomé I! Este «encuentro fraterno», como dice su Declaración conjunta, firmada en la Delegación Apostólica de Jerusalén, «es un nuevo y necesario paso en el camino hacia aquella unidad a la que sólo el Espíritu Santo puede conducirnos».

Ese mismo día de la firma, ya en la basílica del Santo Sepulcro, el Papa Francisco volvía a subrayarlo. Evocó el abrazo, hace cincuenta años, de Pablo VI y Atenágoras, y añadió: «Hemos de reconocer con gratitud y renovado estupor que ha sido posible dar pasos realmente importantes hacia la unidad, por impulso del Espíritu Santo». Como la paz, que según expresión suya de la Misa celebrada en Amán, «no se puede comprar, no se vende: es un don». Más aún, si cabe, la unidad, el más precioso de los dones, el indispensable para que el mundo crea, que el mismo Jesús, el Niño Dios que llegó a dar la vista a los ciegos, calmar la tempestad en el lago y hasta resucitar a los muertos, en la víspera de su Pasión, pidió al Padre: «Que todos sean uno, como tú Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea». La unidad, sí, es obra de Dios. En su saludo al Papa Francisco, el Patriarca Bartolomé ya dijo que «la Historia no se puede programar», y «la última palabra en la Historia no le pertenece al hombre, sino a Dios».

El camino hacia esa plena unidad, como han demostrado con creces los últimos Papas, requiere trabajo y esfuerzo, pero más aún nos han mostrado que éstos habrían sido completamente inútiles sin la oración. Cuando san Juan Pablo II, en su viaje a Turquía de 1979, en que se encontró con el Patriarca Dimitrios, invitaba «a rezar con fervor por la plena comunión de nuestras Iglesias», añadió: «El progreso en la unidad se apoyará en nuestros esfuerzos, en nuestros trabajos teológicos, en nuestras continuas gestiones y, especialmente, en nuestra caridad mutua: pero, al mismo tiempo, se trata de una gracia del Señor. Supliquémosle que allane los obstáculos que han retrasado hasta el momento la marcha hacia la plena unidad».

Orar al Padre: he ahí el camino. El camino para la unidad, para la paz, para todo bien en la vida de los hombres. Por eso el Papa Francisco ha invitado, no a realizar trabajos negociadores, sino a orar en su casa, en el Vaticano, a los Presidentes Simon Peres y Mahmoud Abbas. Y el camino igualmente para la regeneración de Europa. ¿Acaso el camino está en las urnas? La respuesta está bien clara en la Declaración común que el Papa Benedicto XVI firmó junto con el Patriarca Bartolomé, en su encuentro, el 30 de noviembre de 2006, en Turquía: «Hemos valorado positivamente el camino hacia la formación de la Unión Europea. Los promotores de esta gran iniciativa han de tener en cuenta todos los aspectos que afectan a la persona humana y sus derechos inalienables, especialmente la libertad religiosa, testigo y garante del respeto de todas las demás libertades. En toda iniciativa de unificación es necesario proteger a las minorías con sus propias tradiciones culturales y sus peculiaridades religiosas. En Europa, manteniéndonos abiertos a las demás religiones y a su aportación a la cultura, debemos unir nuestros esfuerzos para preservar las raíces, las tradiciones y los valores cristianos, con el fin de garantizar el respeto de la historia y contribuir a la cultura de la Europa futura, a la calidad de las relaciones humanas en todos los aspectos».

Los trabajos y esfuerzos que no siguen la señal del Niño nacido en Belén, ya vemos a dónde están conduciendo a Europa. La Declaración de 2006, de Benedicto XVI junto a Bartolomé I, como la del pasado domingo del Papa Francisco, indicaba con toda claridad la señal del camino: «El Espíritu Santo nos ayudará a preparar el gran día».