El Papa de las víctimas - Alfa y Omega

La primera cumbre de presidentes de conferencias episcopales en la historia de la Iglesia no empezó con la intervención de ninguno de los 114 sino con la de cinco victimas de abusos sexuales a cargo de sacerdotes o religiosos, incluida una mujer africana obligada tres veces a abortar por el cura que abusaba de ella desde los 15 años.

El Papa quería que los 190 participantes en la cumbre antipederastia, incluidos los patriarcas orientales y altos cargos de la Curia vaticana, entendieran de una vez que deben dar prioridad absoluta a escuchar personalmente a las víctimas. Cada unos de los tres días, la oración de la mañana era la de una víctima, y la jornada concluía con el relato de otra ante cardenales y obispos que contenían la respiración.

Una mujer italiana les dijo que había sido abusada por su párroco desde los 11 años hasta los 16, sin que ella fuese capaz de contarlo y sin que nadie se diese cuenta del origen de su crisis. Enterró los recuerdos, pero afloraron violentamente a los 26 años cuando, ya casada, estaba a unos minutos de dar a luz su primer hijo. Hasta pasados los 50 años no reunió las fuerzas para denunciar.

El sábado 24 de febrero, en un acto penitencial, el Papa y los 190 participantes, reconocían en público: «Confesamos que obispos, sacerdotes, diáconos y religiosos hemos causado violencia a niños y jóvenes… Confesamos que hemos protegido a los culpables y hemos silenciado a los que han sufrido el mal». Resultaba estremecedor.

El cardenal Ricardo Blázquez leyó los puntos de examen: «¿Cómo ha tratado la Iglesia de mi país a los que han sufrido violencia de poder, de conciencia y sexual? ¿Hemos intentado ayudarlos? ¿He cumplido con mis responsabilidades personales? ¿Se ha ayudado a las familias y a los allegados de los afectados?». Ya no es posible seguir esquivando las respuestas.

Al día siguiente, Francisco les repitió que «la Iglesia no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido tales crímenes. La Iglesia nunca intentará encubrir o subestimar ningún caso».

Y que confíen en los laicos, pues «será justamente este santo Pueblo de Dios el que nos libre de la plaga del clericalismo, que es el terreno fértil para todas estas abominaciones».