Conscientes y dispuestos al martirio - Alfa y Omega

Conscientes y dispuestos al martirio

Este sábado serán beatificados en Oviedo nueve seminaristas, asesinados por odio a la fe católica. Los nuevos beatos acogieron esta circunstancia con plena conciencia de querer testimoniar su fe cristiana y perdonando a sus asesinos

Fidel González Fernández
Los nueve seminaristas mártires de Oviedo, que serán canonizados el próximo 9 de marzo. Foto: Causa de Martirio de los nueve seminaristas asturianos

Este 9 de marzo, en la catedral de Oviedo, serán beatificados nueve seminaristas mártires: seis en la revolución de octubre de 1934, y tres en 1936 y 1937, de la persecución anticatólica durante la II República española (1931-1939). Se trata de los seminaristas Ángel Cuartas Cristóbal, Mariano Suárez Fernández, Jesús Prieto López, César Gonzalo Zurro Fanjul, José María Fernández Martínez, Juan José Castañón Fernández, fusilados en el mismo día, 7 de octubre de 1934, en Oviedo; y de los seminaristas Luis Prado García, Manuel Olay Colunga y Sixto Alonso Hevia, asesinados en 1936 y 1937, en lugares diversos de Asturias en el curso de la Guerra Civil. Los datos sobre su asesinato y las motivaciones de los mismos demuestran cómo su muerte fue causada en odio a la fe católica y cómo los seminaristas la acogieron con plena conciencia de querer testimoniar su fe cristiana, perdonando también a sus asesinos.

En Asturias, en octubre de 1934, cuando estalla la Revolución de Octubre, incubada desde hacía meses, reina un odio pertinaz a todo lo religioso. A finales de julio de 1936, al inicio de la Guerra Civil, reina en las tierras controladas por el Frente Popular un odio pertinaz a todo lo religioso. Se detienen en cárceles, ya entonces llamadas checas, creadas con frecuencia en iglesias, a cuantos sospechan de ser contrarrevolucionarios y en esta categoría se incluyen a sacerdotes, religiosos/as y seminaristas, sacándolos durante la noche para ser fusilados. Tal fue en Gijón el caso de Luis Prado García. A algunos los encierran en barcos-prisión. En Asturias en el Luis Caso de los Cobos en la costa frente a Gijón. A otros los mandan a batallones de castigo a los frentes de guerra, y tal es el caso de dos de los seminaristas Manuel Olay Colunga y Sixto Alonso Hevia.

Quiénes pasaron por las checas o por los batallones de castigo en los frentes, experimentaron la atrocidad psicológica y física a las que fueron sometidos en aquellas cárceles, lagers de muerte para todos los presos. Algunos de los seminaristas mártires pasaron por tal experiencia terrible. De la documentación presentada en el proceso sobre el martirio de estos seminaristas resulta: que ya antes de las respectivas detenciones y asesinatos los seminaristas estaban convencidos del riesgo mortal que corrían y estaban dispuestos a sufrirlo para ser fieles a su vocación. Cabe destacar, además, que estos seminaristas fueron siempre totalmente ajenos a las cuestiones políticas.

Resulta también claro que habiendo ya experimentado amenazas e insultos continuos por el hecho de ser seminaristas en los años precedentes, la comunidad del seminario en octubre de 1934 vivió momentos de lógico nerviosismo y se dispersaron como pudieron ante el violento asalto revolucionario. Algunos no lograron escapar. Su martirio fue premeditado y no fue llevado a cabo de manera imprevista. Estos seminaristas se encontraban explícitamente conscientes de lo que les podía pasar y por ello estaban dispuestos a enfrentarse con el momento del martirio.

En lo más profundo de su aflicción, conservaron el sentido de su pertenencia a la Iglesia, y tal pertenencia les pareció más importante que su propia vida. No eran particularmente extraordinarios en sus estudios; tampoco eran personas significadas ni en el mundo eclesiástico, ni en el social, pero tenían aquel sentido de la fe y de pertenencia a la Iglesia que sus formadores (entre ellos algunos ya declarados mártires) les habían infundido y que los llevó también a ellos al martirio. Los obispos de España habían dado la consigna ya desde comienzos de la II República, a sacerdotes, religiosos/as y seminaristas que podían vestir de paisano en vez de la sotana o el hábito religioso en aquellas circunstancias de persecución. Sin embargo, llama la atención cómo los sacerdotes solían continuar vistiendo la sotana y los clérigos la corona (tonsura), por lo que eran incluso fácilmente identificables. Solamente en los últimos momentos dramáticos, cuando empezaron a verse arrestos, destrucciones y asesinatos algunos comenzaron a tomar en serio aquellas directivas.

Fama de martirio

Los testigos subrayan que habían vivido una vida cristiana como seminaristas normales y convencidos; de aquí nace su fama de martirio entre sacerdotes y las personas más cercanas a ellos y como tal ha perdurado hasta hoy. Desde un punto de vista del derecho canónico, los primeros pasos del proceso se dieron en la década de 1990. En el proceso de Oviedo (1994), entre los testigos, se encuentran todavía algunos supervivientes de las matanzas, familiares próximos a los mártires, vecinos, sacerdotes de Asturias, personas que habían convivido con los seminaristas o que recogieron de viva voz sus testimonios. La documentación civil y eclesiástica de la época sobre la persecución refleja la hostilidad legal contra la Iglesia en aquella España turbulenta. Podemos aplicar al caso de los nueve seminaristas martirizados en Asturias cuanto el presidente de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal Ricardo Blázquez, señalaba al hablar de todos los mártires de aquella persecución al inaugurar la Asamblea Plenaria de la CEE el 19 noviembre de 2007 cuando defendía el derecho de «cada grupo humano» a «rememorar su historia, a cultivar su memoria colectiva», y a que de esta manera profundicen «también en su identidad». Y señalaba que en caso de los mártires «recordamos la historia no para enfrentarnos sino para recibir de ella o la corrección por lo que hicimos mal o el ánimo para proseguir en la senda acertada».