Cardenal Velasio De Paolis: «Una misericordia que lo acepta todo no tiene sentido» - Alfa y Omega

Cardenal Velasio De Paolis: «Una misericordia que lo acepta todo no tiene sentido»

«No quisiera que cayéramos en la casuística, si se podrá o no dar la comunión a los fieles divorciados y casados en segunda unión», afirmó el Papa en el viaje de vuelta de Tierra Santa. Para aclarar los términos de esta discusión que ha suscitado tantos interrogantes en los últimos meses, hemos preguntado al cardenal Velasio de Paolis, que estuvo ayer en Madrid, en la Facultad de Derecho Canónico, de la Universidad San Dámaso, presentando su libro Normas Generales (BAC), en el que ahonda en la función del Derecho Canónico en la vida de la Iglesia

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
La vía para acercarse a la Eucaristía es la Penitencia: implica arrepentimiento del mal cometido y propósito de renovarse

Hay quien ve una cierta incompatibilidad entre la libertad que da el Espíritu Santo a la Iglesia y las normas por las que se rige. ¿Cómo entender bien esta armonía entre ley y libertad?
La ley y la libertad se reclaman recíprocamente. Libertad no significa poder hacer lo que uno quiera, sino recorrer con libertad interior la vía que se corresponde con el designio de Dios. El hombre, para actuar, debe saber lo que es bueno y lo que es malo, para llegar a la meta en el camino de la vida. Sólo un camino justo lleva a la meta. El Derecho es la vía de la libertad. Una sociedad como la Iglesia precisa de un ordenamiento, porque tenemos valores comunes bajo la acción del Espíritu Santo. ¿Pero cómo podemos saber que son comunes, que son para todos, si no son institucionalizados? El hombre debe proteger la intervención de Dios en la Historia mediante leyes. Si decimos que creemos en el valor de la vida, debemos expresar este valor y protegerlo mediante una ley. En definitiva, la ley es la vía de la libertad.

Hay quien percibe que las normas de la Iglesia son demasiado rígidas en casos como el de los fieles divorciados y casados civilmente después con otra persona. Usted ha ofrecido recientemente su posición, afirmando que «acceder a la Eucaristía en estado de pecado grave contrasta con la naturaleza misma de la Comunión»; y que «situación de pecado y comunión eucarística están en neto contraste y oposición». ¿Por qué se pone en cuestión ahora algo que pertenece claramente a la doctrina de la Iglesia? ¿Qué ha cambiado?
La Iglesia tiene un Código de Derecho Canónico con muy pocas normas. Es la sociedad más grande del mundo, pero tiene un Código de 1.752 cánones. ¿Dónde está entonces la fuerza de la Iglesia? La fuerza está en que la Iglesia llama siempre a la conciencia y a la meta final; tiene una fuerza formidable, que es la conciencia.

En lo que se refiere a los fieles divorciados que se han vuelto a casar, remito a los principios generales: todos pueden participar de la Eucaristía, pero uno debe ser consciente de que, si está en pecado grave, no puede comulgar, sino que tiene que confesarse antes. Si no lo hace así, no sirve de nada pertenecer a la Iglesia. No se trata de una ley de la Iglesia que prohíba algo en este punto; se trata de la Ley de Dios.

Cuando nos preparaban para recibir la Primera Comunión, nos decían que, si estabas en pecado grave, no podías recibir la Eucaristía sin antes ir a confesarte; y que, al recibir la absolución, debías arrepentirte del mal que habías hecho y hacer el propósito de no hacerlo más. ¡Eso es todo!

A imagen de Dios, estamos llamados a dar la vida por los demás. Es de eso de lo que hay que hablar más.

¿Entonces por qué se está discutiendo tanto sobre este punto?
¡Yo mismo me maravillo! Son muchos los fieles que guardan estos principios desde hace siglos, desde los primeros tiempos. San Justino, al describir la primera comunidad cristiana, decía que sólo los catecúmenos que vivían coherentemente eran admitidos a recibir al sacramento de la Eucaristía.

La Eucaristía, en realidad, ¿qué es? El sacramento del amor de Dios que se ofrece por nosotros. Ante este amor, ¿cómo respondemos? Muchas veces, con pecados, pero al acercarnos a Él, al menos debemos mostrar cierto arrepentimiento; y es necesario el deseo de no pecar más. Si no, sería todo una contradicción.

De todos modos, no debemos mostrar esta doctrina como normas punitivas contra los divorciados vueltos a casar. No es verdad. Son normas generales que la Iglesia siempre ha tenido, y que atañen principalmente a dos sacramentos: la Penitencia y la Eucaristía. La Penitencia implica estar arrepentido del mal cometido y tener al menos el propósito de renovarse. La vía para acercarse a la Eucaristía es la Penitencia, la Confesión. Entonces, si uno persevera en la situación de pecado, ¿cómo puede acercarse a la Eucaristía? Tampoco es verdad que los divorciados no puedan acceder a la Eucaristía, sino sólo aquellos que vivan una unión permanente con otra persona sin deseo de convertirse y cambiar de vida.

¿Pastoral y doctrina están enfrentadas? ¿Misericordia y ley son irreconciliables? ¿Cuál es el espacio entonces para la casuística?
La misericordia es lo más bello que tenemos, es una expresión del amor. Cristo nos ha mostrado el amor de Dios. Pero Jesús ¿se ha comportado del mismo modo con todos? Jesús ha expulsado a los vendedores del Templo, ha corregido a Pedro, ha echado en cara a los Apóstoles que no entendían nada, ha dicho cosas duras contra los fariseos… Otro ejemplo: un padre siempre quiere el bien de sus hijos; pero, si un hijo no va a la escuela y él lo aprueba, ¿eso es amor? Cerrar los ojos, ¿es amor? La misericordia es un acto de amor que encuentra aquel que, con ánimo arrepentido, desea renovarse. Jesús, a la adúltera, le dijo: Vete, nadie te condena; y también le dijo: Anda y no peques más.

¿Misericordia? Sí, pero la misericordia presupone una situación de pecado de la que hay que salir. Dios es misericordioso porque nosotros somos pecadores y no podemos salir solos. Pero si no queremos salir, si deseamos continuar donde estamos, ¿dónde está la misericordia? Una misericordia que lo acepta todo no tendría sentido.

¿Se puede decir entonces que el Derecho Canónico, la ley de la Iglesia, protege el amor de las personas, del matrimonio, de la familia?
El Derecho Canónico es la ley del pueblo cristiano, que protege y acrecienta la vida de los fieles. Hay leyes divinas, que, aunque no estén recogidas en el Código, obligan directamente, y no se pueden cambiar. Y luego están las leyes positivas de la Iglesia, algunas de las cuales pueden ser cambiadas. Hay cuestiones que atañen al funcionamiento de la Iglesia, y que pueden cambiar; pero si se trata de la Ley de Dios, eso no lo podemos cambiar.

¿Y esta cuestión del acceso a los sacramentos de los divorciados casados de nuevo entra dentro de la Ley de Dios?
Esta cuestión afecta a la ley divina, porque está implicada, por una parte, la necesidad del estado de gracia para poder comulgar y la necesidad de la conversión para poder confesarse. Por otra parte, está la cuestión de que las relaciones sexuales fuera del matrimonio son inmorales. El que un fiel cristiano que se encuentre en esa situación y no quiera cambiarla se acerque a la Eucaristía es contradictorio con los mandamientos de la Ley de Dios. Aceptando esto, en un momento en que el matrimonio y la familia están en crisis, en realidad lo que se haría sería destruir la familia y el matrimonio, algo gravísimo.

Relacionado con este asunto está el de las nulidades matrimoniales. Los últimos Papas han insistido en que un matrimonio en dificultades no es un matrimonio nulo, pero muchas voces dicen que la mitad de los matrimonios hoy son nulos, por no ser conscientes los novios de la verdadera naturaleza de su unión. ¿Qué pensar? ¿Es realmente así?
Se dice que la cultura de hoy va en contra de la fidelidad, de la capacidad de mantener vínculos para siempre…, algo que lleva a muchos al matrimonio con la idea de que, si no funciona, se rompe la relación y ya está. Es posible, y esto puede influir, ciertamente. Pero sabemos que un error acerca de la indisolubilidad no hace nulo un matrimonio, porque una cosa es pensar y otra cosa es hacer. Uno puede ser relativista en teoría, pero en la práctica se comporta con certezas a cada momento. Si una persona es seria, honrada y no está corrompida, ¿cómo no va a querer, al casarse, un amor fiel para toda la vida? Además, aunque uno diga que el 99 % de los matrimonios son nulos, no podemos actuar basándonos en la estadística. Hay que estudiar caso por caso y proceder con la máxima seriedad, porque se trata de un vínculo que pertenece a la Ley de Dios.

En cualquier caso, parece que falta una verdadera y profunda preparación al matrimonio. El Vademécum, que prometía una preparación más larga y un acompañamiento posterior de la Iglesia, se lleva esperando varios años, parece que no acaba de salir…
El matrimonio y la familia son la base de la sociedad; si el matrimonio está en crisis, la sociedad está en crisis. Pero, en realidad, lo que está en crisis es el hombre: éste es el verdadero problema que tenemos. Podemos discutir sobre el matrimonio, la familia, la eutanasia, la bioética…, pero si el hombre de hoy no espera nada, si no le encuentra el sentido a la vida, ¿para qué hablar del matrimonio? No es un punto de referencia. En cualquier caso, sobre la preparación de los novios, es necesario hacer hincapié en prepararse para el sentido de la vida, recuperar un sentido antropológico correcto. Hablamos mucho sobre los divorciados vueltos a casar, pero este no es ideal del matrimonio; hablamos mucho de las carencias, pero no hablamos tanto del ideal: a imagen de Dios, estamos llamados a dar la vida por los demás. Es sencillísimo, y es de eso de lo que hay que hablar más.