Leales a Roma - Alfa y Omega

Leales a Roma

Confinado durante 20 meses en el seminario de Sheshan y obligado a asistir a clases de adoctrinamiento político, el obispo de Shanghai que se atrevió a desafiar al Partido Comunista, monseñor Thaddeus Ma Daqin, es un buen ejemplo de por qué es necesario celebrar una jornada de oración por la Iglesia en China, como pidió el Papa Benedicto XVI un 24 de mayo, hace ahora siete años

Rosa Cuervas-Mons
Monseñor Ma Daqin, ejemplo de lealtad a Roma, vive en arresto domiciliario en Sheshan

Joven e instalado en Madrid desde hace una década, Pedro (nombre ficticio) se refiere a la falta de libertad religiosa de su China natal como el que cuenta una historia del muy lejano pasado. «A mi casa vinieron unas personas del Gobierno a hablar con mi padre, el alcalde del pueblo. No puedes escuchar lo que dice el Papa, tienes que escuchar lo que dice el Partido, le dijeron. Si no lo hacía, cerrarían la iglesia», recuerda para Alfa y Omega.

También se acuerda de cuando, siendo él pequeño, las misas se celebraban de madrugada y en casas particulares para no despertar sospechas, y de cómo sólo el ingenio podía burlar los controles del aparato oficialista: «Se construían edificios que iban a ser utilizados como iglesia, pero se registraban como empresas. Cuando venían los oficiales del Gobierno y descubrían que se estaba celebrando misa, se les decía que el dueño de la empresa era católico y que le gustaba celebrar misa».

Aunque la situación ha mejorado algo para los católicos rasos -más de doce millones según los últimos datos que ofrece el Centro Espiritual de Estudios de Hong Kong-, la maquinaria comunista sigue vigilando, y en algunos casos encarcelando, a los católicos que se salen de la estrecha área de comodidad del Gobierno de Xi Jinping.

Eso le pasó, en 2012, al sacerdote Thaddeus Ma Daqin. Era su misa de ordenación como obispo de Shanghai y la catedral de San Ignacio estaba abarrotada. Ante más de un millar de católicos, Ma Daqin señaló: «Desde este día de consagración, no considero conveniente seguir perteneciendo a la Asociación Patriótica (la Iglesia controlada por el Gobierno)» y se declaró así fiel a la conocida como underground o clandestina (leal sólo al Papa). Fue detenido y desapareció de la vida pública hasta que se le volvió a ver en el seminario de Sheshan, santuario donde se apareció la Virgen María Auxiliadora, a quien el Papa Benedicto XVI encomendó la jornada de oración que se celebra este sábado.

Allí rezan las dos mujeres de la imagen de la derecha, vigiladas por la policía

El sueño roto de Mao

Ma Daqin, cuyo antecesor en la diócesis de Shanghai, Aloysius Jin Luxian, pasó treinta años entre campos de reeducación y arresto domiciliario por no someterse a la Iglesia Patriótica, tiene por delante un futuro más que incierto. Él representa a una larga lista de católicos que se han cansado de ceder a las imposiciones de una Iglesia encorsetada en el aparato comunista. «Ahora está permitido celebrar misa, bautizar y hacer funerales, pero poco más», explica a Alfa y Omega el padre Juan, un fraile agustino recoleto del centro de China e instalado en España desde hace seis años. Cuenta que, impartir catequesis o llevar a cabo labores evangelizadoras -incluso en centros de acogida gestionados por instituciones cristianas-, es algo que se puede hacer o no, «en función de si los funcionarios de la zona son católicos o están dispuestos a hacer la vista gorda». Algo complicado en un país cuyos políticos y militares tienen que ser, por ley, ateos, sin que les esté permitido profesar ni la religión católica ni ninguna de las otras admitidas (budismo, Islam…)

Son reminiscencias del país que quiso Mao, como recuerda el profesor de Sociología de la Universidad de Purdue y autor del libro Religión en China: sobrevivir y revivir bajo las normas comunistas, Fenggang Yang. «Mao pensó que podría eliminar la religión. De hecho, pensó que había conseguido eliminarla… Es irónico. Fracasó por completo». Tanto, que, según los cálculos de Yang, en 2030 habrá en China 247 millones de cristianos, lo que hará del gigante asiático el país con más seguidores de Cristo.

Sea cual sea entonces el talante del Gobierno para con la religión, los cristianos del 2030 tienen buenos modelos en los que mirarse, desde Ma Daqin hasta los jóvenes estudiantes de Shanghai de la era Mao. «Nos mantenemos católicos. Pase lo que pase», decían a su obispo, monseñor Ignatius Gong Pinmei. Él recordaría más tarde que la Virgen y el rezo del Rosario les hicieron ganar la batalla, igual que hoy.