Vida en abundancia - Alfa y Omega

Vida en abundancia

Cuarto domingo de Pascua

Carlos Escribano Subías
El Buen Pastor (detalle). Mosaico en el mausoleo de Gala Placidia. Ravenna. Italia

«He venido para que tengan vida y vida en abundancia». Este texto con el que termina el Evangelio de este domingo, nos muestra hacia dónde nos conduce el Tiempo Pascual y, a la vez, nos da la clave que debemos tener siempre en cuenta a la hora de llevar adelante cualquier acción pastoral. La vida en abundancia nos mueve al seguimiento radical de Cristo o a la santidad de vida. La vivencia intensa de la Pascua, que prepara el corazón de la Iglesia para recibir el don del Espíritu Santo en Pentecostés, nos debe mover igualmente a acoger con gratitud y generosidad esa propuesta que viene del mismo Cristo: la vida plena.

Alcanzar la vida plena surge de renovar nuestro encuentro con Cristo, que en este tiempo de Pascua se convierte para nosotros en un gozoso reto que nos llena de alegría. Como nos recordaba el Papa Francisco: «Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor» (Evangelii gaudium, 2).

El modo de alcanzar la vida plena viene expresado de manera elocuente en los versículos anteriores. Cristo se presenta como la puerta que da acceso a la salvación, al encuentro real y plenificante con Dios. Sólo quien es consciente de la realidad que nos ofrece esta imagen comprende de verdad la impronta de la presencia del Resucitado que ha vencido definitivamente a la muerte y nos ha regalado la Vida.

También Jesús se nos presenta como el Buen Pastor que espera que escuchemos su voz. El tema de la voz del Señor evoca algunos episodios del Antiguo Testamento en los que Dios manifiesta un especial interés en que le escuchemos: «Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto» (Salmo 94). ¡No endurecer nuestro corazón ante su propuesta! Él es el pastor solícito que nos llama por nuestro nombre. Esa expresión de cercanía nos ayuda a percibir el deseo de mutuo conocimiento que Dios tiene respecto a cada uno de nosotros. En la cultura hebrea, el nombre de una persona estaba estrechamente relacionado con el individuo, con su presencia, carácter y personalidad. Cuando Él pronuncia nuestro nombre, define lo que somos para Él. Nos conoce y nos revela lo que nos tiene preparado: la vida en abundancia. A partir de ese momento, nuestra vida se convierte en respuesta ante ese reto que Dios nos propone. Y en esa apasionante tarea se basa la vida cristiana.

La voz del Buen Pastor pronuncia el sonido único e inconfundible de la Palabra de Dios. Ésta tiene un sonido totalmente distinto al de todas las visiones del mundo, religiones o ideologías puramente humanas. De ahí debe surgir nuestro interés para percibir de verdad la Verdad: el Buen Pastor es el amor absoluto, es quien da la vida por amor a sus ovejas. Y no existe ninguna verdad superior ni comparable a ésta.

Escuchar su voz. Entrar por su puerta. Renovar nuestro encuentro con Cristo. Alcanzar la vida en abundancia. Buenos propósitos para hacerlos realidad en esta cuarta semana de Pascua que vamos a comenzar.

Evangelio / Juan, 10, 1-10

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos:

«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños».

Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:

«Os aseguro que soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí, se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».