Una historia de vida - Alfa y Omega

Eran muchos hermanos cuando murió el padre. Demasiadas bocas para el poco pan en casa. La madre, con una niña de pecho de cuatro meses, fue despidiendo, uno a uno, a los demás hijos para que fueran a trabajar. Era mucho el dolor de su corazón, pero cuando el hambre aprieta no hay más remedio que salir a los caminos y buscarse la vida.

Joaquina tenía 11 años cuando dejó su pueblo y a su familia y, en contra de su voluntad, se fue a servir a aquella señora que había prometido a su madre que llevaría a la niña a la escuela y que en los ratos libres haría las tareas de casa y le haría compañía. Promesas que nunca llegaron a cumplirse, pues para aquella mujer que una huérfana fuera a la escuela era una absoluta pérdida de tiempo.

Ella cuenta que la única ilusión que llevaba era esa: seguir aprendiendo cosas nuevas, seguir leyendo libros que le hablaran de historias pasadas, de reyes, de pueblos antiguos, de otras costumbres… Y del nacimiento de los ríos, de los nombres de las montañas y la estrellas. Claro, que había algo que le gustaba mucho más que todas esas cosas: la música. Joaquina soñaba con aprender a tocar un instrumento… ¡Cuesta tan poco soñar!

Muy pronto vio cortadas las alas de sus sueños y la vida fue pasando. De aquella casa pasó luego a otra y después a otras más, y los únicos instrumentos que tocaron sus manos fueron la escoba, la sartén, el jabón de fregar… Eso sí, siempre tuvo la boca llena de canciones, al ritmo de la música que emanaba de su corazón.

Ha pasado mucho tiempo. Joaquina es ahora una monja de 96 años que, desde su silla de ruedas, nos da lecciones de vida y sigue cantando. Sienta cátedra con su acción de gracias permanente: abre un grifo y da gracias por el agua; se pone a leer y da gracias por lo que aprende; ve salir el sol y da gracias por el nuevo día; llueve y da gracias por los campos; le das la comida y sigue dando gracias por lo bueno que está todo…

Con su actitud nos enseña a reconciliarnos con nuestro pasado, a perdonar heridas, a superar aquellas alas cortadas de nuestros sueños. Nos enseña cantando y dando gracias, a convertirnos a este Dios que nos promete vida y vida en abundancia.