Los soldados, misioneros de paz - Alfa y Omega

Los soldados, misioneros de paz

En las situaciones límite que viven los soldados en el frente, el sentido de la trascendencia se multiplica. Como consecuencia, aumenta también el número de Confirmaciones, Bautismos y Comuniones. Para asistir a estos jóvenes, la figura del capellán castrense es fundamental. «Nuestra cercanía les habla del Dios amor», afirma don Francisco Muñoz, capellán de la Brigada Paracaidista

Cristina Sánchez Aguilar
Celebración de la Misa dominical en la base de Herat, Afganistán

«La experiencia de Dios en la vida de un militar no es un estorbo para la profesión, ni un apéndice en su particular vocación», sino que es «una roca, un baluarte donde apoyar su existencia, marcada por grandes sacrificios individuales y familiares, y donde los valores castrenses se redimensionan»: así define monseñor Juan del Río, arzobispo castrense, la relación entre la fe y el mundo militar en la amplia carta pastoral La fe, fuente de la paz, que acaba de publicar.

En el texto —de 93 páginas—, además de hacer un repaso a la crisis espiritual y moral de Occidente, y de proveer a los lectores de las armas de la fe —la Palabra de Dios, los sacramentos y la oración perseverante—, el prelado alude al particular impulso misionero de la familia castrense, y define a los militares, guardias civiles y policías no como «señores de la guerra, sino como custodios de la paz».

Especiales garantes de esta paz son los militares destinados en misiones. Desde 1989, cerca de 137.000 han sido desplegados por lugares como Líbano, Afganistán, Uganda, Somalia, Bosnia y Herzegovina o Indonesia, entre otros —en la actualidad, más de 1.500 soldados españoles están repartidos por el mundo—. En todo este tiempo, más de 160 soldados han muerto por servir con honor a España. A ellos se refiere monseñor del Río cuando dice, en su Carta, que «quienes se esfuerzan por la paz están iluminados e inspirados en lo profundo de su ser, quizá sin saberlo, por el Príncipe de la Paz que es Jesucristo».

La figura del páter

Para sostener a los soldados en la fe, e iluminarlos con la Palabra, es fundamental la figura del capellán castrense —del páter, como se le conoce cariñosamente—: «Doy gracias a Dios por la labor que cada uno de esos capellanes realiza en las distintas unidades. Un trabajo muchas veces escondido, pero de un gran valor a los ojos de Dios y de tantos hombres y mujeres que, en momentos de dificultad, sienten la cercanía de su páter», dice de ellos monseñor del Río en la Carta pastoral.

El capellán tiene una doble dimensión: la espiritual, «que es atender a los creyentes a través de los servicios religiosos, como la celebración de la Eucaristía y la administración de los sacramentos; y la dimensión propia del sacerdote, que es ser luz de Cristo al servicio de todos, en la entrega ilimitada», explica don Francisco Bravo, Vicario Episcopal del Ejército de Tierra y de la Guardia Civil.

El páter ocupa un lugar esencial en todas las unidades, pero especialmente cuando va, junto con las tropas, a la misión: «En las situaciones extremas que viven los militares en aquellas tierras, el sentido de la trascendencia se multiplica», reconoce don Francisco Bravo, que ha viajado como capellán a Afganistán y, después, a Indonesia, tras el tsunami. «Cuando llegas, la situación de pobreza y violencia te cae como un jarro de agua fría. Ahí, afloran más los lazos humanos y espirituales», recuerda Bravo. De hecho, es un dato objetivo que, en la misión, el número de Confirmaciones aumenta exponencialmente —aunque también están creciendo en los cuarteles—, «porque ven lo que hay alrededor, y se dan cuenta de que la vida es algo más», recalca el padre Bravo. Ya lo dice monseñor del Río en su Carta: «La asistencia religiosa se hace necesaria, sobre todo, en el campo de operaciones bélicas, cuando crecen otras muchas carencias materiales y apremia más la fuerza de los valores y la religión».

Esta visión la comparte don Francisco Muñoz, capellán de la Brigada Paracaidista: «En la misión hay un riesgo grave de perder la vida, y es en esos momentos cuando uno se plantea verdades esenciales de la existencia». El padre Muñoz, que se ordenó como sacerdote diocesano de Cuenca y acabó sirviendo al ejército, ha estado dos veces en Líbano y dos en Afganistán. El sacerdote reconoce que, para los soldados, tanto creyentes como no creyentes, su presencia es tranquilizadora. «Estás con ellos, y esa cercanía afectiva les habla de un Dios que es amor, les aporta luz en sus vidas», añade. Y tanto que va con ellos. En Afganistán, «cayó un misil a 100 metros de dónde yo estaba durmiendo. También recuerdo un viaje en el que iba en el convoy de cabecera, con los soldados. Vamos juntos de maniobras al campo, y estamos con ellos en la trinchera», añade.

El seminario castrense, para formar servidores de paz entre las armas

Ser capellán castrense conlleva una pastoral muy específica: «Ser servidor de la paz entre las armas», afirma don Luis Miguel Muñoz, rector del seminario castrense. Este joven seminario, nacido hace 23 años y situado en la madrileña calle del nuncio, forma a los jóvenes para ser sacerdotes «con un especial hincapié en la dimensión paternal. Su labor es, sobre todo, estar y amar», señala Muñoz; «estar, tanto en una academia como en una misión mientras te tira cohetes el enemigo. Hay que estar».

En el curso actual, 13 seminaristas se preparan para tan especial vocación. Algunos llegan desde el ejército, como es el caso de dos marineros —uno de ellos supo que su camino era ser sacerdote durante una peregrinación militar a Lourdes—, o del aspirante a seminarista, que es teniente del Ejército. «Vocaciones como la suya son el fruto del aumento de Bautismos, Confirmaciones y Comuniones entre las tropas. La fe está creciendo», señala el rector. Otros que llegan son familia o amigos de militares…; y también hay jóvenes, de la sociedad civil, sin vinculación ninguna con el mundo militar, que se interesan por este tipo de pastoral específica, por ser misioneros de paz entre armas.