Berlín despide al párroco de la Misión Española - Alfa y Omega

Berlín despide al párroco de la Misión Española

La Misión Católica de Lengua Española de Berlín reúne a unos 500 fieles de muy diversas nacionalidades y que comparten un mismo idioma. El padre Exiquio los conocía no solo con nombre y apellidos, sino también por sus alegrías y debilidades

Rosalía Sánchez
Estrada, con un grupo de salvadoreños tras la Misa de acción de gracias por la canonización de Óscar Romero, en Berlín. Foto: rree.gob.sv

No supo muy bien cómo reaccionar el arzobispo de Berlín, Heiner Koch, cuando el pasado 23 de marzo encabezaba la procesión de casi cuarenta concelebrantes, acompañando el féretro del padre Exiquio Estrada hasta el coche fúnebre, y se encontró a la salida de la basílica de San Johannes con un grupo de mariachis que se arrancaron con la más desgarradora de las rancheras. Tardó unos segundos en entender que se trataba de una sentida despedida, epílogo de la multitudinaria Misa de funeral, con la que los fieles de la Misión Católica de Lengua Española de Berlín despedían al mexicano que ha sido su párroco durante los últimos doce años. «Entendió que debía procurar un hogar espiritual a quienes llegaban como extranjeros y lo hizo con total entrega», había dicho minutos antes monseñor Koch, que tan pronto comprendió lo que significaban los violines y guitarrones, asintió con una sonrisa.

«Abrumados por el cariño»

La Misión Católica de Lengua Española de Berlín reúne a unos 500 fieles de muy diversas nacionalidades y que comparten un mismo idioma, a los que el padre Exiquio conocía no solo con nombre y apellidos, sino también por sus alegrías y debilidades. Jugaba al fútbol con los monaguillos, catequizaba personalmente a protestantes antes de devolverlos a la Iglesia católica y mediaba incansable entre matrimonios con problemas, extendiendo su jornada laboral mucho más allá de lo que aconsejaban sus médicos. Igual le hacía la compra a una anciana sola que vive en un cuarto sin ascensor que atendía las eternas reuniones de parroquias alemanas, en las que la burocracia adquiere dimensiones bíblicas. Y todo ello con la vista puesta en el Evangelio. Preparaba bodas a conciencia, bautizaba adultos cada año, visitaba enfermos, era el motor de actos benéficos destinados a parroquias de Venezuela y Cuba y son incontables los españoles a los que ayudó en los peores momentos de la crisis, cuando llegaban por docenas a la Misión pidiendo techo, comida y ayuda con el papeleo. A algunos de ellos, ante la indiferencia de la Administración, ayudó de su propio bolsillo. «No me ordené sacerdote para quedarme en casa descansando», respondía a quienes le recordaban que su frágil corazón pedía reposo.

Su fallecimiento, a los 54 años de edad, «deja un profundo y doloroso vacío», dice el comunicado de su Consejo Pastoral. «Estamos abrumados por el cariño demostrado por tanta gente y que es un consuelo para la familia», agradeció su sobrino Christofer, el pasado martes, antes de volar con el féretro hasta Guadalajara, México, donde ha tenido lugar el entierro.

El cura al que amaban los mariachis

Los mariachis son pendencieros y dados a la bronca pero, en verdad, buena gente que ponen el alma en la voz, la guitarra, los violines, el guitarrón, la trompeta y la vihuela. Exiquio lo sabía muy bien, porque él tenía alma de mariachi, aunque tiempo ha que se la había entregado a Cristo. No es fácil juntarlos a todos los mariachis, porque tienen sus rivalidades y trifulcas por hacer los bolos en las fiestas y pachangas, aunque no faltó ninguno a la salida del funeral de Exiquio Estrada (Guadalajara, 1965 – Berlín, 2019), en la puerta de la basílica de San Juan de Berlín, para cantarle El Rey: «Pero el día en yo me muera, se que tendrás que llorar… llorar y llorar». Y gritarle al final un : «¡Viva Exiquio! ¡Viva México!».

El padre Estrada sabía bien eso de que «no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar». Él había llegado a tantos y tantos en estos 12 años como párroco de la Misión Católica de Lengua Española de Berlín, un cura que, en estos tiempos, honraba en todo la palabra, pues hizo de la cura de almas su vocación, su ministerio, su pasión y su vida. Con su pequeño cuerpo y su frágil corazón fue misionero hasta el final en un Berlín que le acogió hace 25 años, cuando descubrió su vocación a través del Camino Neocatecumenal y entró en el seminario Redemptoris Mater de la archidiócesis de Berlín donde, tras formarse un tiempo en la Universidad Gregoriana, se ordenó como presbítero el 27 de noviembre de 2004.

Exiquio fue un hacedor de milagros sencillos y cotidianos, pero sin duda muy grandes. Yo puedo testificarlo: nunca le oí lamentarse de su frágil salud, siempre sirviendo a todos sus fieles, principalmente latinoamericanos y españoles en tiempos de dificultad y tanta afluencia migratoria. Fue un cura pastor de esos que, como dice el Papa, huelen a oveja. Los domingos podías ver a más de 300 personas en su Misa de doce, un verdadero milagro para una Iglesia nada céntrica donde la mayoría habían hecho un largo trayecto para llegar.

He tenido la gracia de compartir con él una gran amistad y de colaborar en las fatigas del evangelio. Su derroche de caridad y su amor a Cristo hacen presente el Sermón del Monte donde Jesús dice: «En la medida que midáis», porque Exiquio siempre usó con todos esa «medida generosa, colmada, remecida, rebosante» que nuestro Padre habrá derramado en él.

Este cura al que amaban los mariachis nos deja la esperanza de que existen muy buenos curas y que se puede ser apóstol en medio de esta Berlín-Babilonia del siglo XXI.

Aquilino Cayuela
Familia en Misión. Profesor catedrático del Instituto de Filosofía del Seminario Redemptoris Mater de la archidiócesis de Berlín