«Todos somos Pueblo de Dios» - Alfa y Omega

«Todos somos Pueblo de Dios»

El Grupo Iberoamericano de Teología traslada a la Fundación Pablo VI de Madrid sus debates sobre una Iglesia más participativa

Ricardo Benjumea
Osoro junto a Rafael Luciani y María Teresa Compte, en la inauguración del seminario internacional de sinodalidad. Foto: Fundación Pablo VI

Iglesia significa «asamblea», «caminar juntos con el Señor», recuerda el argentino Carlos María Galli, miembro de la Comisión Teológica Internacional y uno de los teólogos de referencia del Papa. Galli es uno de los coordinadores del Grupo Iberoamericano de Teología, que reúne a muchos de los más prestigiosos teólogos en lengua española e italiana, y que, en su tercer encuentro, celebrado la pasada semana en Puebla (México), ha reflexionado sobre cómo traducir en reformas estructurales los cambios de mentalidad para lograr una Iglesia más participativa que está impulsando Francisco. Es lo que en lenguaje eclesiástico se denomina «sinodalidad». «En términos seculares», extrapolando el concepto al ámbito político, hablaríamos de «una ciudadanía participativa», aclaraba Galli el martes en Madrid, al término del seminario internacional celebrado en la Fundación Pablo VI con el título Una Iglesia sinodal: de Pablo VI a Francisco, que ha dado continuidad a los trabajos de Puebla.

Las reformas del Papa en la Curia romana tienen «un alto valor simbólico», pero el objetivo real del Pontífice es un cambio de mucho mayor calado en la Iglesia, añade. En palabras del venezolano Rafael Luciani, otro de los coordinadores del Grupo Iberoamericano, se trata de «pasar de un modelo autoritario» en el que al fiel «solo le queda obedecer al sacerdote», a «esa imagen de pirámide invertida», que Francisco rescata del Concilio Vaticano II, según la cual «la participación de todos en la toma de decisiones no es una concesión del obispo», sino que deriva de que «todos somos Pueblo de Dios». Un correlato indispensable, a su vez, de esa Iglesia «en estado permanente de misión», con participación activa de «todos los bautizados».

Luciani, profesor del Boston College, considera que la Iglesia latinoamericana está en condiciones de ofrecer una importante contribución al resto en «la comprensión de la Iglesia como pueblo de Dios». Y alude en particular al modo en que, al modo de Óscar Romero o el recién beatificado Angelelli, en este continente «muchos obispos viven pegados al pueblo, compartiendo por ejemplo sus mismas carencias económicas». Lo cual –lamenta– contrasta con la realidad en muchas parroquias, donde «todo sigue girando en torno a la aprobación del cura párroco».

«Las personas en la Iglesia quieren protagonismo, quieren ser escuchadas, quieren que se las respete… Y la Iglesia no tiene que hacer esto por razones democráticas, culturales o políticas. Son razones teológicas las que nos empujan a actuar en esta dirección», afirma el teólogo chileno Carlos Schikendantz.

Se trata de «una vuelta a los orígenes», considera este experto. «La teología del segundo milenio separó y puso por encima el ministerio de las comunidades: al Papa sobre el Pueblo de Dios; al obispo sobre las diócesis… Ahora lo que pretende Francisco es reinsertar el ministerio ordenado en el interior del Pueblo de Dios, concebir al ministro ordenado ante todo como un bautizado al que corresponde desempeñar un servicio particular. Lo que estamos corrigiendo ahora es un modelo teológico y cultural milenario, y por tanto no puede ser resuelto en unas pocas décadas».

A este aspecto se refirió en la inauguración del seminario el italiano Dario Vitali, de la Pontificia Universidad Gregoriana, poniendo el foco en un aspecto parcial pero estratégico de la sinodalidad: la institución del Sínodo de los obispos por parte de Pablo VI. El Papa Montini, sin embargo, se vio obligado a actuar con mucha «prudencia», condicionado por las resistencias de la minoría tradicionalista en el Concilio. Con Juan Pablo II, el Sínodo «perdió interés y fuerza», reducido a un mero instrumento al servicio de los dicasterios de la curia romana. Ahora Francisco se ha propuesto reactivarlo, abriendo así el debate a una instancia llamada a ser no solo un órgano representativo del episcopado, sino de toda la Iglesia.

«Esa es la reforma pendiente», asegura Luciani. Carlos María Galli, sin embargo, invita a no perder la perspectiva. «En la Iglesia el tiempo se mide en siglos», advierte. «Yo entiendo las urgencias, pero invito a mirar los procesos históricos, no solamente el coto plazo». En ese contexto reformista que entronca con el Vaticano II, asegura, hay que comprender las dinámicas y procesos que, a todos los niveles, está impulsando «el pontificado actual».

«Los abusos sexuales son consecuencia del clericalismo»

La crisis de los abusos sexuales es «consecuencia del clericalismo», pero también, a su «manera trágica», obliga a llevar a cabo reformas que «coinciden con nuestra agenda en la línea de la sinodalidad». Así lo cree Carlos Schickendantz, el profesor de la Universidad Hurtado de Santiago de Chile y uno de los integrantes del Grupo Iberoamericano de Teología. Experto en esta cuestión, Schickendantz alude a las investigaciones externas llevadas a cabo en Alemania y, sobre todo, en Australia, donde «la Comisión Real señala clericalismo como el factor singular más relevante y dirige un pedido de revisión de las estructuras de poder en la Iglesia».

En la misma línea se pronunció el martes en rueda de prensa el argentino Carlos María Galli. A su juicio, hay que «terminar con un estilo de cultura eclesiástica basada en la oscuridad, el silencio, el ocultamiento», y en la que el ministerio se concibe en clave de «poder». La crisis de los abusos –añadió Rafael Luciani– debe llevar a la Iglesia a revisar «las relaciones de poder y de autoridad», puesto que se trata de «un problema estructural, sistémico».

El clericalismo se refuerza por otro elemento de la ecuación, el machismo. Silvia Martínez Cano, presidenta de la Asociación de Teólogas Españolas, apuntó la necesidad de actualizar «lo que tenemos escrito sobre esta cuestión en el año 83», en referencia a la carta apostólica a Mulieris dignitatem, de Juan Pablo II. En esa «revisión teológica y antropológica» sobre la mujer que ha pedido Francisco, la Iglesia debe «recordar que la mayoría de los pobres son mujeres», como «la mayoría de las personas violentadas, violadas». «Tenemos que ver de qué forma nos situamos frente a esto», concluyó.