China destruye mezquitas y crea campos de concentración para musulmanes - Alfa y Omega

China destruye mezquitas y crea campos de concentración para musulmanes

El gobierno justifica la detención de parte de la población de Xinjiang alegando una lucha contra el extremismo islamista

ABC
Foto: AFP/Johannes Eisele

Desde el año 2016, más de una veintena de mezquitas han sido demolidas en la región china de Xinjiang y millones de musulmanes han sido recluidos en campos de concentración. La cruzada que el gobierno chino comenzó hace unos años contra el islam ha empezado a salir a la luz. La islamofobia y la intención de sofocar el separatismo en la región son las dos principales causas de estas agresivas medidas.

En Xinjiang, situada al noroeste del país, más del 50 % de su población está compuesta por uigures y kazajos. Ambos grupos étnicos profesan la religión musulmana y utilizan lenguas escritas con el alfabeto árabe. Asimismo, sus más de 9 millones de personas ejercen una firme oposición a lo que denominan «preponderancia cultural impuesta por el Partido Comunista de China» en la región y albergan un fuerte sentimiento de independencia.

Aunque el islamismo supone poco más del 1 % en China, es la religión que predomina en Xinjiang. Es por eso por lo que las autoridades chinas han prohibido la práctica religiosa en la región. Asimismo, el ejecutivo chino ha introducido tecnologías de reconocimiento facial o de análisis de datos para «vigilar y hacer seguimiento» a los habitantes de la región, según un informe publicado por Human Rights Watch. Este control del gobierno incluye características personales de la población como su grupo sanguíneo, su altura, su entorno religioso y hasta su afiliación política.

El gobierno de Xi Jinping ha llevado a cabo un levantamiento de la cultura e identidad de uigures y kazajos que ya se han denominado como «Estado excavadora». Desde hace tres años, al menos 24 mezquitas de la región han sido demolidas, de acuerdo con una investigación llevada a cabo por el diario británico The Guardian y el sitio web Bellingcat, que muestra evidencias de la represión sufrida por las minorías musulmanas. Estos medios han difundido diversas fotografías en las que se evidencia la desaparición de multitud de templos a lo largo y ancho del territorio de Xinjiang.

Un ejemplo de esta destrucción de símbolos musulmanes es la mezquita de Kargilik, la más grande del territorio y situada en la ciudad del mismo nombre, al sur de Xinjiang. Ya no existe. El edificio, construido en el año 1200, es recordado por sus impresionantes torres, su entrada y la belleza de su jardín interior. En ella se reunían habitantes de varias poblaciones cercanas cada semana para rezar hasta que, en 2018, fuera casi completamente arrasada, según las imágenes de satélite a las que ha accedido The Guardian. La población local lamenta la situación y alerta de que el derribo de las mezquitas es sólo una de las cosas que se pueden ver físicamente, pero que existen otras medidas represivas de las que no se tiene tanta información.

Campos de concentración

Otra de las grandes decisiones para sofocar el llamado «extremismo» y separatismo de la población de Xinjiang es la creación de campos de concentración. Cerca de un millón de ciudadanos están o han estado detenidos en centros de reeducación de la región, según una estimación de un grupo de expertos citados por la ONU y desmentido por Pekín. Estos férreos opositores al gobierno chino son trasladados a diferentes campos de trabajo que se han construido con un secretismo casi absoluto. Allí, los detenidos –en su mayoría de origen uigur y kazajo– están obligados a estudiar y los someten a un régimen de autocrítica acompañado de diversas torturas físicas.

La portavoz de asuntos exteriores del gobierno chino, Geng Shuang, ha dicho que estas informaciones son «totalmente contrarias a los hechos», expresando su fuerte descontento y oposición. Además, ha destacado que hoy la región de Xinjiang es políticamente estable y que la gente «vive y trabaja en paz». Esto se suma a la propaganda difundida por las autoridades, en la que califican estos campos como «centros de formación profesional» que persiguen mejorar la convivencia y la estabilidad de la región frente al extremismo existente.

Este ataque a las mezquitas y la población musulmana se culmina con restricciones en el idioma uigur en favor del mandarín, única lengua en la que se imparte la educación. Además, se promueven los matrimonios interétnicos y se fomentan actos para exaltar el patriotismo y la cultura china. Todo ello para acabar con cualquier tipo de sentimiento separatista, escondido, eso sí –por el gobierno chino– bajo una lucha contra el terrorismo islamista.