«Como yo os he amado» - Alfa y Omega

«Como yo os he amado»

V Domingo de Pascua

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: Karpov/SOS MEDITERRANEE

Tras escuchar los relatos de las apariciones del Señor resucitado durante los primeros domingos de Pascua, el Evangelio se centra ahora en las consecuencias de la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte. Pero antes de explicar qué implica que el Señor haya sido glorificado, es importante comprender qué se entiende por «glorificación». Aunque resulte extraño, para san Juan, cuyo pasaje del Evangelio leemos este domingo, la glorificación de Jesús no se sitúa únicamente tras la Resurrección, como en una lógica humana cabría esperar. Por el contrario, el discurso que aparece en este texto presenta la glorificación de Jesús justo cuando va comenzar el episodio más dramático de su existencia. Ante esta situación, cabe preguntarse por el sentido de esta paradoja, es decir, cómo es posible que se hable de glorificación cuando alguien se dirige a una muerte, además injusta. La respuesta hay que encontrarla en la inseparable unidad que se da, y que Juan destaca, entre la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Cristo. Es el mismo sentido que tiene la frase «muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida» de uno de los prefacios pascuales de la plegaria eucarística, frente al «resucitando destruyó nuestra muerte», que en otra lógica se hubiera esperado. En definitiva, el comienzo de la Pasión del Señor aparece como el inicio de la novedad absoluta que Dios lleva a cabo por medio de su Hijo.

Un mandamiento nuevo

Vinculado con estas dramáticas circunstancias, Jesús promulgará también el nuevo mandamiento, a modo de testamento, puesto que afirma «me queda poco de estar con vosotros». La insistencia en el amor al prójimo no es nueva, ya que, como sabemos, tal precepto constituía, junto con el amor a Dios, un principio fundamental en la Ley de Moisés. Sin embargo, no hallamos hasta ahora la propuesta de un modelo concreto para vivir ese amor. En este punto, la novedad la constituye la proposición «como yo os he amado»: es decir, Jesucristo se sitúa como la referencia del amor que los hombres debemos mostrarnos entre nosotros. El otro punto ligado a este precepto es que además será la señal de reconocimiento de los cristianos: «en esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».

Glorificación y amor: las consecuencias de una novedad

La ordenación de las lecturas de la Misa de estos domingos de Pascua juega con el contraste entre la profundidad de la enseñanza de san Juan, vinculada a los discursos del Señor, y el desarrollo de las primeras comunidades cristianas, reflejado en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Este último libro nos dibuja un cuadro de las diferentes iglesias que gradualmente están siendo evangelizadas. Ellas están conociendo precisamente el núcleo de la fe cristiana que ahora se define como la glorificación del Señor y la llamada al amor fraterno. Pero aunque a menudo se conciba el desarrollo de la evangelización inicial como un proceso expansivo de desbordante éxito, la misma Escritura refleja no rara vez serias dificultades para vivir la fe. De este modo, Pablo y Bernabé advierten este domingo de las tribulaciones a las que habrán de hacer frente los discípulos para entrar en el reino de Dios. Entre esos problemas no solo se contemplan las persecuciones externas de quienes no quieren oír predicar en nombre de Jesucristo, sino también la resistencia para vivir el mandamiento del amor al prójimo entre ellos mismos. Con todo, al tener el ejemplo del Señor, con la expresión máxima de este amor entregando su vida, nuestra debilidad, limitación y resistencia a la caridad no tienen la última palabra, dado que el mismo Señor promete estar presente en nuestra vida capacitándonos para vivir el amor. De hecho, al igual que en los primeros siglos, la vivencia sincera del amor fraterno no solo ha sido el signo distintivo de los cristianos, sino el motor que sigue propulsando la vida de la Iglesia hacia la novedad absoluta que es la vida con Jesucristo resucitado, participando así de su glorificación.

Evangelio / Juan 13, 31-33a. 34-35

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».