El Papa, preocupado por el resurgir en Europa del nacionalismo y la xenofobia - Alfa y Omega

El Papa, preocupado por el resurgir en Europa del nacionalismo y la xenofobia

Diplomático en medio de la controversia. El secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, decidió contestar a una polémica de las últimas horas advirtiendo sobre los riesgos de instrumentalizar el nombre de Dios. «La política partidista divide pero Dios es de todos», dijo. Y apuntó: «Invocar a Dios para uno mismo es siempre muy peligroso». Una respuesta por elevación al ministro del Interior y viceprimer ministro, Matteo Salvini. Pocas horas antes, el máximo exponente del remozado nacionalismo italiano había agitado el Rosario como ariete, durante un mitin con miras a las próximas elecciones europeas. Sus seguidores habían completado abucheando al Papa Francisco en plaza pública. Es el desafío del nacionalismo que crece en Europa

Andrés Beltramo Álvarez
Personas de diferentes nacionalidades, a su llegada a la basílica de San Juan de Letrán, para participar en la fiesta de los pueblos, el pasado 19 de mayo. Foto: Diócesis de Roma

«Encomiendo mi vida al corazón inmaculado de María», que «estoy seguro, llevará a la victoria a la Liga», había gritado Salvini desde un palco de Piazza Duomo de Milán, la tarde del sábado 18 de mayo. Lo acompañaban referentes nacionalistas de Europa, entre ellos Marine LePen, líder del Frente Nacional francés. Desde allí, el ministro citó al Pontífice, provocando un abucheo multitudinario.

«[Alcide] De Gasperi decía que un político debe hacer, no hablar. También a Su Santidad, el Papa Francisco, que hoy ha dicho que urge disminuir los muertos en el Mediterráneo. La política de este Gobierno está acabando con los muertos en el mar Mediterráneo. Esto estamos haciendo, con orgullo y espíritu cristiano», había dicho el exponente de la Liga del Norte, el antiguo partido separatista de la Padania, hoy convertido en paladín del nacionalismo eurocrítico.

Salvini citó también a san Benito y a santa Caterina de Siena, encomendando a ellos «el futuro, la paz y la prosperidad de nuestros pueblos». Como si arremeter contra el Papa, invocar a María y a los santos fuese coherente. La respuesta del mundo católico italiano no se hizo esperar. «El rosario agitado por Salvini y los chiflidos de la multitud contra el Papa Francisco, he aquí el soberanismo fetichista», escribió el semanario Familia Cristiana, el más leído del país, en un editorial que calificó la reunión milanesa de «enésimo ejemplo de instrumentalización religiosa para justificar la violación sistemática de los derechos humanos en nuestro país».

Por su parte Antonio Spadaro, jesuita y director de la revista La Civiltà Cattolica, constató que los rosarios y los crucifijos son usados como signos de valor político, pero en manera inversa que en el pasado: «Si antes se daba a Dios lo que era mejor que permaneciese en las manos del César, ahora es el César quien impugna y agita lo que es de Dios».

En este contexto de mensajes cruzados resonó la palabra del cardenal Parolin. En realidad, repercutieron considerablemente no solo sus declaraciones, también lo hicieron sus acciones. El domingo 19, en medio de la discusión, el secretario de Estado decidió celebrar la Misa con motivo de la Fiesta de los Pueblos, organizada por la diócesis de Roma en la Basílica San Juan de Letrán. Una presencia inesperada. Históricamente esta permanecía, más bien, como una ceremonia local y de limitada repercusión. En esta oportunidad, la presencia de tan alto funcionario de la Curia romana captó el interés de la opinión pública. Antes de la llegada del purpurado al templo, fieles de diversas nacionalidades desfilaron enfundados en sus trajes típicos: de Ucrania a Filipinas, del Congo a Sri Lanka. Los colores del mundo se hicieron presentes.

«Las diferencias entre las varias comunidades y etnias son una verdadera riqueza. Cerrarse en sí mismo o solo ignorar al otro significa no amar y la falta de amor es el primer paso para asesinar al otro en nuestro corazón, expulsarlo y marginarlo», afirmó el secretario de Estado en su homilía.

Francisco: el escándalo son «los corazones cerrados»

Este lunes 20 de mayo, el futuro de Europa volvió a aparecer en la agenda de Francisco. Por la tarde, el Papa sostuvo un diálogo a puertas cerradas con los integrantes de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), reunidos en asamblea plenaria. El Pontífice habló distendido, abordando preocupaciones y ofreciendo consejos. «Santidad, estamos cercanos a usted y subrayamos nuestro apoyo en este momento en el cual soplan vientos contrarios», le manifestó Gualtiero Bassetti, arzobispo de Perugia-Città della Pieve y presidente de la CEI.

Entre los comentarios surgió, como era esperable, la situación de Europa. Jorge Mario Bergoglio instó a «salvar la comunidad europea» y lamentó que el bloque continental insista en mantener una actitud de cerrazón, sembrando el miedo por todos lados. Pidió permanecer atentos porque, de continuar así en la defensa exacerbada de las fronteras y de la identidad de las naciones, se corre el riesgo de terminar como Alemania en 1933, con el ascenso al poder de Adolf Hitler.

Según informaron algunos de los presentes, el Obispo de Roma calificó de «escándalo» ver los «corazones cerrados» ante los refugiados, e insistió en la necesidad de «integrar» a quienes llegan al país porque, de otra manera, se termina como al principio.

Que el Papa Francisco se encuentra alarmado por el avance del nacionalismo a nivel internacional no es una novedad. En varias ocasiones, durante los últimos meses, se ha manifestado públicamente al respecto. Una de las más recientes fue el jueves 2 de mayo, al recibir en audiencia a los miembros de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales del Vaticano. «El Estado nacional no puede considerarse como un absoluto, como una isla con respecto al contexto circundante», dijo entonces.

El Pontífice se mostró preocupado por el resurgir, «un poco por todos lados, de corrientes agresivas hacia los extranjeros, especialmente contra los migrantes». Lamentó el «creciente nacionalismo que deja de lado el bien común» y, de ese modo, «se arriesga a comprometer formas ya consolidadas de cooperación internacional».

«Desafortunadamente, tenemos ante nuestros ojos situaciones en las que algunos Estados nacionales mantienen relaciones en un espíritu de oposición en lugar de cooperación», precisó. «Hay que constatar que las fronteras de los Estados no siempre coinciden con las demarcaciones de poblaciones homogéneas y que muchas tensiones provienen de una excesiva reivindicación de soberanía por parte de los Estados», continuó.

Matteo Salvini, con un rosario en su mano, durante un mitin electoral en Milán, el 18 de mayo. Foto: EFE/EPA/Matteo Bazzi

«No a cualquier forma de odio»

En las últimas semanas, al acercarse las elecciones europeas de este domingo 26 de mayo, Salvini se ha enfrascado en discusiones públicas con el Papa y la Iglesia. Apenas unos días atrás, el limosnero de Su Santidad y cardenal, Konrad Krajewski, se trasladó hasta un edificio ocupado en Roma, se introdujo en el cuarto de los contadores, quitó los candados colocados por la empresa pública ACEA y devolvió la luz a unas 450 personas que viven en el lugar.

«Es inútil decir muchas palabras: si alguno ahora quiere entender, tiene todas las posibilidades para hacerlo, pero estas cosas se comentan solas. Yo me limito a preguntarle a usted como a tantos otros: ¿estaría en una casa sin luz y sin agua caliente? No, ¿verdad? Por lo tanto, si existen familias en esas condiciones, ¿por qué no intervenir?», explicó el purpurado, justificando su gesto. Cuando trascendió la noticia, el ministro del Interior replicó con una declaración: «Espero que ahora [el cardenal] pague también los 300.000 euros de boletas atrasadas».

Algo similar ocurrió días antes con una familia de romaníes, violentamente insultados y atacados tras haber, de manera legítima, obtenido una casa popular ofrecida por la Municipalidad de Roma en el barrio Casal Bruciato. Imer y Sadana Omerovic, padres de 12 hijos, tras sentir gratuitas amenazas de muerte y de violación, por las cuales debieron ser protegidos por la Policía, fueron recibidos por el Papa en la sacristía de la basílica San Juan de Letrán. Francisco los abrazó, los consoló y les dedicó pocas palabras: «Resistan», les pidió. Y apuntó: «Hay que decir no a cualquier forma de odio».