«Recibid el Espíritu Santo» - Alfa y Omega

«Recibid el Espíritu Santo»

VIII Domingo de Pascua. Solemnidad de Pentecostés

Daniel A. Escobar Portillo
Pentecostés. Vidriera de la parroquia de Santiago Apóstol. Santiago de la Ribera (Murcia). Foto: María Pazos Carretero

Como cierre del tiempo de Pascua, 50 días después del Domingo de Resurrección, vuelven a resonar las palabras «paz a vosotros», que escuchábamos en la octava de Pascua. Junto a este deseo reaparece la alusión al primer día, la memoria de la Pasión en el signo de las llagas de las manos y el costado, la alegría de los discípulos y el envío del Espíritu Santo. La conclusión de la Pascua con este texto sirve, por tanto, para destacar la unidad de este período litúrgico. Pero este domingo la Iglesia quiere hacernos tomar conciencia de algunas implicaciones de haber recibido el don del Espíritu Santo. El Evangelio destaca que se trata de un don que Jesús pide al Padre para los discípulos, como la primera y principal consecuencia de su Resurrección y ascensión a los cielos, y que continúa la entrega del mismo Jesús a favor de los hombres. Cuando han pasado 2.000 años desde este acontecimiento, es interesante destacar que el Espíritu Santo no solo fue dado en un instante determinado de la naciente Iglesia, sino que Jesucristo también hoy como intercesor perpetuo, sigue pidiéndolo al Padre para nosotros. A menudo pensamos en las narraciones del Evangelio a modo de mera crónica histórica: algo sucedió un día determinado y se deja constancia escrita. Sin embargo, un acontecimiento como Pentecostés se plantea como una acción constante a partir de aquel momento, cuyos efectos no cesarán hasta el final de los tiempos, ya que el Espíritu Santo sigue siendo enviado de modo perpetuo a la Iglesia.

La unidad de la Iglesia

Durante la Pascua pocas características predominan más en las lecturas litúrgicas que la unidad de la Iglesia: el Evangelio sitúa a Jesús en medio de sus discípulos cuando estaban en una casa con las puertas cerradas. También los Hechos de los Apóstoles se refieren a que «estaban todos juntos en el mismo lugar». Con todo, la unidad tras Pentecostés superará con creces la frágil comunidad de discípulos que se había dispersado pocos días antes, al ver al Señor humillado y pensar que todo se había terminado. Esta unidad va a ser ahora, de modo nuevo, signo de reconocimiento de la Iglesia. Pero al mismo tiempo se observa que unidad no va a ser sinónimo de uniformidad. De hecho, un punto llamativo es que hablarán distintas lenguas y «cada uno los oía hablar en su propia lengua», al contrario de lo que ocurrió en Babel, donde toda la tierra hablaba una misma lengua y ninguno entendía al prójimo. La pluralidad de pueblos que entienden la predicación de los apóstoles en Pentecostés se vincula con la catolicidad de la Iglesia, con su universalidad. Además, esta enseñanza apostólica puede ser considerada como el cumplimiento del mandato misionero del Señor: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». En definitiva, el pasaje evangélico supone una nítida llamada a superar cualquier barrera entre los hombres, que se corrobora con la enumeración de las distintas naciones de la escena de los Hechos de los Apóstoles. Por ello, el proceso de extensión de la Iglesia ha de ser siempre una senda de apertura constante, donde no ha de existir límite.

«Sopló sobre ellos»

Dos imágenes son utilizadas fundamentalmente para aludir a la fuerza del Espíritu Santo: el fuego y el viento. Ambas se refieren a fenómenos naturales incontrolables y de gran poder. Se quiere señalar con ello que el poder de Dios escapa a los cálculos humanos. Ese soplo al que alude el Evangelio está recordando al aliento con el que el Señor dio vida al hombre cuando creó el mundo. Indica, pues, que el Espíritu Santo es capaz de crear criaturas nuevas si somos dóciles a sus inspiraciones. Por otro lado, se está señalando que la posesión del Espíritu enviado por Dios es la única fuerza que capacita a la Iglesia de todos los tiempos para desempeñar su misión; autoridad concretada aquí en el poder de perdonar y retener pecados.

Evangelio / Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».