Obras son amores - Alfa y Omega

Obras son amores

Ignacio Uría
Foto: Paco Rubio Ordás

La catedral de Santiago de Compostela está en obras. Sigue en obras, habría que decir, porque son ya varios años con el mortero a la puerta y los andamios por todas partes. Debería alegrarme de que esta vieja señora de piedra y oraciones no se abandone al paso del tiempo –ni al atmosférico ni al cronológico, tanto monta–.

Las obras son un vecino molesto, pero en este caso muy útiles. No solo porque hayamos recuperado el esplendor del Pórtico de la Gloria –al que da gloria verlo–, sino porque nos han expulsado del templo, como si fuéramos mercaderes de la vida. Gracias a las piquetas y al amor de los arquitectos –que también aman, aunque a veces parezcan vengarse del género humano con sus obras–, he (re)descubierto otras iglesias de la vieja Compostela mientras ando a la caza de una Misa, que es una pieza mayor.

Por ejemplo, San Fiz de Solovio, con su sencilla y hermosa Adoración de los Reyes Magos, que también fue así: sencilla y hermosa. San Fiz es el templo de raíces más antiguas de toda Compostela, donde el románico y el barroco caminan de la mano. Por allí moraba el solitario Paio, descubridor de las reliquias del Apóstol, dedicado a la contemplación y al ayuno, costumbre con mala prensa si lo haces por el alma y excelente si es por el cuerpo. No lo censuro, viva la libertad.

La rehabilitación de la catedral también ha empujado a los peregrinos a la iglesia de Santa María Salomé, que está en la vieja rúa Nova. La mandó construir el arzobispo Gelmírez –él sí tenía el mal de la piedra, Laus Deo– en el siglo XII y es la única en España dedicada a la madre de Santiago y San Juan. Las salomés son tremendas, como bien sabían Zebedeo y el Bautista, que perdieron la cabeza por una Salomé con fatal desenlace para el segundo.

Otra visita obligada es el claustro de la catedral, que sigue abierto, sinfonía plateresca a tres voces labrada por Juan de Álava, Gil de Hontañón y Juan de Herrera. Contemplar su bóveda celeste es subirse en la máquina del tiempo, rodeado de estrellas y avemarías.

Santiago es una caja de Pandora, pero al revés: en vez de males salen bienes. Por ejemplo, la capilla de las Ánimas, que da un poco de respeto no sea que aparezca el alma de algún familiar en tránsito al purgatorio. Esta iglesia, oh maravilla, funciona como lavandería porque allí limpian el alma, en seco o la piedra. Sin coste. De modo que los necesitados de un buen lavado pueden ir a ponerse al día. Pura misericordia.

Compostela esconde historia y lluvia, una ciudad eterna a la que incluso cantó García Lorca, poeta por el que pintaban de azul los hospitales. En gallego, para que no digan, y como homenaje a sus compañeros de musas Guerra Dacal o Eduardo Blanco: «Chove en Santiago / meu doce amor. / Camelia branca do ar / brila entebrecida ô sol. / Chove en Santiago / na noite escura / Herbas de prata e de sono / cobren a valeira lua».

La catedral está en obras. Obras que son amores. Viejos y nuevos. Como Santiago.