«Para Tolkien, el dolor se calma con el arte» - Alfa y Omega

«Para Tolkien, el dolor se calma con el arte»

El actor da vida al escritor J. R. R. Tolkien en el biopic que narra los orígenes del autor de El señor de los anillos

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Foto: Fox Searchlight Pictures

El escritor J. R. R. Tolkien creó los mundos de El señor de los anillos y El hobbit y cambió la historia de la literatura fantástica. De su obra se han hecho decenas de ensayos y adaptaciones; de su vida, sus orígenes y sus padeceres, bastantes menos. Una vida a la que hoy insufla alma Nicholas Hoult, el actor británico de moda que ha sido el elegido para viajar a las trincheras donde el escritor concibió sus grandes historias. Un viaje que comparte con Lily Collins, que interpreta a Edith, la mujer que construyó junto con Tolkien una historia de amor tan fascinante como la propia ficción. –A sus 29 años ya ha interpretado a Tesla, Salinger y ahora a Tolkien. Parece que le gustan los intelectuales… –Sí. Reconozco que me intriga cómo gente extraordinaria hace lo que hace y cómo crean lo que crean. Me parece interesante leer sobre sus vidas y su trabajo, descubrir la magnitud de su obra y ver hasta dónde calaba en su día a día lo que creaban. –¿Se siente cerca de estos genios a los que ha interpretado? –Yo no soy un genio. Es cierto que siempre he sido admirador de Tolkien desde que leí «El hobbit» con 11 años. Me encantó. Luego llegaron las películas y me fascinaron. Con esta cinta he aprendido sobre su vida y la influencia que ha tenido en mucha gente. Nos ha brindado la oportunidad de creer en la libertad de crear, y eso siempre es interesante de interpretar. –¿Tuvo la oportunidad de conocer a alguien de la familia Tolkien? –El tataranieto de Tolkien estuvo en el rodaje e interpreta a uno de los soldados que aparecen en las trincheras. Tuvimos una charla breve sobre su familia y ambos recreamos el momento en que Tolkien estuvo en la guerra, pero no hablamos en profundidad sobre él. –Las trincheras se convierten para Tolkien en su «Tierra Media», donde se enfrentan las tropas de Mordor… –Absolutamente. Él siempre negó que la guerra fuera una alegoría de los mundos que inventó, sin embargo, al mismo tiempo, creo que esa experiencia en las trincheras tuvo un gran impacto en su trabajo. Sus traumas de la guerra le ayudaron a fortalecer su carrera y su amor por el lenguaje. –¿Conocía su historia? –Sí, sabía quién era, pero no tenía ni idea de que fuera un genio. Tampoco que hubiera creado un idioma. Cuanto más investigaba, más le admiraba. Su vida y su trabajo están plagados de similitudes. En sus libros descubrimos mundos imaginados que sin embargo surgen de la realidad, y así lo sentimos. Para mí ha sido un honor conseguir entenderlo. –¿Y sabía algo de la historia de amor entre Tolkien y Edith? –No, no tenía ni idea. Es algo que me fascina de esta película. Lily [Collins, compañera de reparto] es una fantástica actriz, tiene cualidades de estrella de Hollywood y es perfecta para interpretar a Edith, que era alguien enigmática y fuerte, un personaje que buscaba, como Tolkien, escapar de su vida. Tanto Edith como Tolkien eran huérfanos y pudieron refugiarse el uno en el otro. Aunque no estuvieron juntos desde su juventud, estaban claramente hechos el uno para el otro. Fue un verdadero regalo conocer su relación. Se amaban de una forma maravillosa, y eso se refleja en la película. –¿Cuál es el ingrediente necesario para que una película funcione? –Creo en el trabajo en equipo. Muchas veces, las películas que triunfan son aquellas donde los actores sienten que están en una obra de teatro. Con el ambiente adecuado entre los compañeros y la guía necesaria del director. –¿Cree que Tolkien cumplió su sueño de cambiar el mundo? –Sí. Tolkien dice que el arte es importante en tiempos de guerra, y lo dice al regresar de la Primera Guerra Mundial: el dolor de lo desconocido se calma con el arte. Y ahora hay tanta desconfianza en el mundo que creo que es importante recuperar sus palabras.

Del horror de las trincheras a la redención por el amor

La Gran Guerra como cruel epifanía y el amor por Edith Mary Bratt como elemento redentor están en el origen del legendarium del autor de El señor de los anillos y de El hobbit, obras que le auparon a los altares de la literatura fantástica –hoy podríamos decir que de la cultura pop, con las películas de Peter Jackson y la mercadotecnia asociada en la mente de todos–, aunque los planes de JRRT, a priori, eran otros.

John Ronald Reuel Tolkien (Bloemfontein, Sudáfrica, 1892 Bournemouth, Inglaterra, 1973) empezó a trabajar en la que él pensaba que iba a ser la gran creación de su vida, una epopeya al estilo de los poemas éddicos de la mitología escandinava, en 1917, mientras se recuperaba en el hospital de la fiebre de las trincheras –enfermedad transmitida por los piojos– que contrajo en la batalla del Somme. Aquellos poemas primigenios sirvieron de base a los cuentos de El Silmarillion, de los que escribió muchas versiones, a los que volvió siempre de forma obsesiva, y que fueron publicados póstumamente por su hijo y albacea literario, Christopher Tolkien, en 1977. Algunos de ellos han ido apareciendo después en versiones extendidas, con material inédito, en ediciones bellamente ilustradas por Alan Lee (Los hijos de Húrin, Beren y Lúthien, La caída de Gondolin).

El Somme es Mordor

Es en este momento seminal, a la vez terrible por el conflicto bélico y estimulante por el romance con Edith, donde se mueve el filme de Dome Karukoski. Los horrores vividos en las trincheras del Somme provocan un trauma en el joven Tolkien: aquellas tumbas de barro martilleadas por el fuego de artillería conforman un paisaje de muerte y cenizas no muy diferente de esa tierra de Mordor «donde se extienden las sombras». Tolkien sufre una experiencia similar a la de otro genio del género fantástico, y además amigo: C. S. Lewis, autor de Las crónicas de Narnia, que sobrevivió a la carnicería de Verdún.

Para el historiador Joseph Loconte, que firma el excelente ensayo Un hobbit, un armario y una Gran Guerra (Larrad), aquella pesadilla pudo haber quebrado el espíritu de estos escritores, arrojándolos en brazos de la desesperación o del cinismo, como ocurrió con otros muchos. Sin embargo, ellos encontraron una salida diferente, basada en la tradición del héroe épico: el mundo es un escenario de violencia, sufrimiento y dolor, pero también de compasión, coraje y sacrificio. No fueron los creadores de la Tierra Media y de Narnia unos escapistas que se lamían las heridas en el Eagle and Child, un famoso pub de Oxford (que ellos llamaban Bird and Baby), contándose sus universos imaginarios mientras bebían cerveza y fumaban en pipa junto con los también literatos Charles Williams y Owen Barfield. Lewis se dejó empapar por la filosofía del mito del Tolkien y el lenguaje poético de Barfield, claves para su conversión al cristianismo y para comprender su narrativa alegórica. Pero la influencia fue mutua.

Edith tuvo celos de esta amistad. Consideraba a Lewis «un intruso en su familia». En 1908, a los 16 años, Tolkien la conoció en el orfanato. Se enamoraron. Su tutor, el padre Morgan, le prohibió cualquier contacto hasta que cumpliera los veintiún años. Él era católico y ella, anglicana, fe a la que tuvo que renunciar para casarse. La guerra se interpuso a los tres meses de la boda. Como la de Beren y Lúthien, la de John y Edith fue una historia de amores prohibidos, de dolorosas separaciones. La bellísima fábula del hombre mortal y la princesa de los elfos está vinculada a un recuerdo de juventud: el claro de un bosque lleno de cicutas cerca de Roos, en Yorkshire, donde Edith bailó como la doncella más hermosa que jamás existió.

María Estévez / ABC