«Comieron todos y se saciaron» - Alfa y Omega

«Comieron todos y se saciaron»

Solemnidad del Corpus Christi

Daniel A. Escobar Portillo
Milagro de los panes y los peces. Giovanni Lanfranco. Galería Nacional de Irlanda

Celebramos este domingo una de las fiestas más arraigadas en la tradición cristiana desde su nacimiento en el siglo XIII. La conmemoración de este día pretende colocar en primer plano la fe en la Eucaristía, como el misterio que constituye el corazón de la Iglesia y que procede del don que Jesucristo ha hecho de sí mismo, al revelar su amor infinito por cada uno de nosotros. Durante el tiempo pascual nos hemos detenido particularmente en la convicción que los primeros cristianos tuvieron de que Cristo estaba vivo realmente, así como en el cambio radical que esto supuso en su concepción de la vida y de la realidad. La certeza del Señor vivo les producía paz, alegría e impulso para comunicar lo que han visto y oído, animados por la fuerza del Espíritu Santo. Con el paso de los años la fe en el Señor presente y actuando en su Iglesia no decae, pero adquiere nuevas formas de expresión, siempre para explicitar de la manera más clara posible que Cristo está vivo entre nosotros.

Un don que supera nuestra expectativa

La escena evangélica de este domingo es de las más repetidas, ya que aparece hasta seis veces en la Escritura. Esto muestra que el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, sin duda, impactó fuertemente en la primera comunidad cristiana. Para los judíos no era nueva la alusión al pan. La primera lectura, del libro del Génesis, recuerda que Melquisedec, rey de Salén y sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y bendijo a Dios. En el pasaje de la multiplicación de los panes y los peces Jesucristo también «alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos». Sin embargo, tanto la referencia a Melquisedec como el milagro ante la multitud están preparando la Eucaristía como alimento de vida eterna. La dificultad planteada por los doce: «No tenemos más que cinco panes y dos peces», recuerda otras objeciones presentadas a Dios en momentos de especial significado en la historia de la salvación. La más célebre es, probablemente, la pregunta de María al ángel en el momento de la Encarnación: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». También, en estrecha relación con la Eucaristía, san Juan constata que cuando Jesús pronunció el discurso del pan de vida en la sinagoga de Cafarnaún, muchos judíos se echaron atrás, ante el problema para entender que Jesús les ofrecía su carne para comer y su sangre para beber. Han pasado 2.000 años y el ofrecimiento del Señor sigue pareciendo superar las posibilidades al alcance de la razón humana; algo, por otra parte, no desligado del escándalo que suscita en quien no ha recibido el don de la fe de acercarse al misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. De hecho, la fiesta del Corpus no se comprende sin el estrecho vínculo con el Jueves Santo, momento en el que la Eucaristía aparece especialmente asociada a la Pasión y la Muerte del Señor. En el día del Corpus, en cambio, se destaca quizá más el aspecto universal de la Eucaristía. En efecto, el Evangelio insiste en que «comieron todos y se saciaron». Al igual que sucede en otros textos bíblicos, las citas a la multitud o la muchedumbre se refieren al carácter universal de la salvación alcanzada por Cristo.

Eucaristía para el camino de la vida

El carácter popular de la procesión de este día realza asimismo la dimensión de compañía de Cristo y de su Iglesia en el camino de nuestra vida. Es llamativo que los anuncios proféticos de la Eucaristía se encuadran en el contexto de un pueblo cansado: Abrahán venía cansado de una batalla, el maná se da en el desierto ante unos judíos exhaustos, los apóstoles pretenden despedir a la gente porque estaban en un descampado… Puesto que en la vida cristiana podemos sufrir una cierta debilidad o incluso agotamiento, el reconocimiento de Jesucristo que sigue dándonos su carne y está presente en medio de su pueblo puede paliar en gran medida la fatiga que todos los hombres podemos experimentar en nuestra vida.

Evangelio / Lucas 9, 11b-17

En aquel tiempo, Jesús hablaba a la gente del reino de Dios y sanaba a los que tenían necesidad de curación. El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado». Él les contestó:

«Dadles vosotros de comer».

Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo esta gente». Porque eran unos 5.000 hombres. Entonces dijo a sus discípulos: «Haced que se sienten en grupos de unos 50 cada uno». Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos. Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.