Una mujer agradecida - Alfa y Omega

Hoy tocaba, una vez más, visitar la planta de quimioterapia ambulatoria. Mujeres y hombres que, durante más de tres horas, tienen que permanecer sentados en aquellos sillones. Un saludo por aquí, una pregunta por allá; y como la mayoría de las veces, respuesta sinceras y el agradecimiento por la compañía y la presencia del sacerdote mientras reciben ese tratamiento, casi siempre más agresivo y con más secuelas físicas que la propia enfermedad.

Casi al final de la sala estaba Sara, que no dejaba de sonreír y esperar pacientemente su turno. Ya habíamos compartido conversación en días anteriores, aunque hacía casi un mes que no coincidíamos. Viendo su actitud de acogida le pedí si me podía sentar a su lado, cosa que agradeció, y comenzamos una bonita conversación.

«Sara, la gente muchas veces se pregunta el porqué de esta enfermedad. ¿Pero tú te has preguntado el para qué, qué cosas buenas te ha hecho descubrir la enfermedad?». Sara contestó sin pensárselo: «Para que descubriera tantas buenas personas a mi alrededor y lo mucho que me aman. Sobre todo lo mucho que mis hijos me adoran y están pendientes de mi, la de besos y abrazos que me regalan cada día. Pero lo que más ha cambiado en mi vida desde que estoy enferma es lo agradecida que me siento a Dios. Desde que he asumido mi enfermedad, es muy importante para mí dar gracias a Dios cada mañana al levantarme, por el hecho de abrir los ojos y porque gracias a la enfermedad lo he descubierto como un Padre que me ama y no me abandona. Por eso, cada día le doy gracias por lo mucho que me ha regalado y me sigue regalando».

¿Sabes, Sara? Comprendo que las personas como tú puedan sentirse bienaventuradas, felices, dichosas por haber puesto su confianza en Dios; porque la fe no hace que las cosas sean sencillas, pero sí las hace posibles. Gracias por enseñarme que resignarse no es sinónimo de aguantarse, sino que es sentir la absoluta confianza en que Dios nunca abandona a sus hijos y mucho menos cuando más lo necesitan. Gracias por ser sal y luz en medio de este mundo insípido donde preferimos estar contentos a ser felices y bienaventurados.