El deber de hospitalidad - Alfa y Omega

El deber de hospitalidad

En materia de migraciones, muchos católicos se han distanciado del Papa para alinearse con quienes defienden el cierre a cal y canto de las fronteras

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Foto: REUTERS/Juan Medina

Pocas veces una Misa papal tan privada y recogida ha tenido una repercusión pública tan formidable. En plena controversia en Italia sobre el cierre de fronteras a barcos rescatadores, Francisco celebró la Eucaristía el lunes con unas decenas de personas migrantes, acompañadas por miembros de ONG puestas en la diana por Matteo Salvini. Y quien dice Salvini dice Trump. O Pedro Sánchez, presidente en funciones de un Gobierno que amenaza al Open Arms con multas de hasta 900.000 euros –mucho mayores que las del Ejecutivo italiano– si sigue llevando a cabo labores de rescate. Unos tienen la fama y otros cardan la lana, pero la realidad es las políticas de mano dura contra los migrantes despiertan hoy un amplio consenso político. Lo cual, por otro lado, sería injusto achacarlo a una especial insensibilidad moral en la clase política, que simplemente actúa según las corrientes dominantes en la opinión pública de los países ricos.

¿Qué pasa con los católicos? Hay que reconocer que, en este asunto, muchos se han distanciado del Papa para alinearse con quienes defienden el cierre a cal y canto de las fronteras, relativizando el deber cristiano de hospitalidad con el extranjero e incluso cuestionando el derecho a la objeción de conciencia que invocan los rescatadores en el Mediterráneo. Es esto lo que explica, seguramente, la insistencia de Francisco, que por activa y por pasiva no deja de recordar que, en pocas materias, resultan tan explícitas las Sagradas Escrituras.

La Iglesia no pide fronteras abiertas de par en par; reconoce el deber de los gobernantes de actuar con prudencia, aunque eso sí, como apunta el arzobispo de Madrid esta semana en una contundente carta pastoral, anteponiendo la dignidad y respeto a los derechos humanos de los más débiles a otras consideraciones. El llamamiento más acuciante, nuevamente, se dirige hacia dentro. «En la Iglesia –dice el cardenal Osoro citando a Juan Pablo II– nadie es extranjero», tampoco «los emigrantes ilegales». Y añadía Wojtyla: «Corresponde a las diversas diócesis movilizarse para que esas personas, obligadas a vivir fuera de la red de protección de la sociedad civil, encuentren un sentido de fraternidad en la comunidad cristiana». Aunque lo prohíban las leyes.