Unas vacaciones para volver a lo más necesario - Alfa y Omega

Algunos habéis podido coger ya unos días de vacaciones, otros quizá esperáis al próximo mes para disfrutarlas. Algunos salís de viaje y otros, por motivos económicos o de salud, os quedáis el lugar donde normalmente habitáis… A todos os quiero invitar a aprovechar estos días para volver a lo más necesario. El Señor nos dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». Lo más necesario para el ser humano es encontrarse consigo mismo y ese encuentro nos lo regala Jesucristo cuando nos encontramos con Él. Es una gracia inmensa para todos los hombres saber quién es uno y saber quiénes son los demás.

Deja que Cristo toque tu corazón y cambie tu vida. No es necesario que seas santo, pues Él no vino a buscar y llamar a los justos sino a los pecadores. Quizá tengamos la tentación de decir: «¡Ay, si conociera mi vida!». No importa, entra por Él, encomiéndate a su amor y misericordia. Dile a Jesús lo que tienes, lo que te pesa y te ata quitándote la esperanza, la libertad y la alegría. Y sé valiente para acercarte a Él en el sacramento de la confesión, que lo es de curación. Allí comprobarás que el Señor te abraza y te dice: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Deja que Él haga de tu vida su posada para depositar su amor, que es su misericordia. Verás todo de otra manera: serás mejor padre, mejor hijo, mejor esposo y mejor amigo, pensarás más en los demás y saldrás de las fronteras de tu egoísmo que siempre atrapa e impide unas relaciones con los demás sanadoras y recuperadoras… Para empezar te propongo tres tareas para este verano:

1-. Acoge el amor y la misericordia que regala Jesucristo.El Señor está en medio a ti y te ama. Acoge su misericordia que, como nos dice el Papa Francisco, es «la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia» y, por ello, tu vida, la de tu familia, la de nuestra convivencia; toda acción nuestra tiene que estar revestida de la ternura de Dios para mostrar a todos su rostro. Dios quiere que seamos mostradores del amor más grande y no condenemos a nadie. Es el único que entiende nuestras miserias humanas, nuestros retos y nuestros pecados y nos pide que entendamos así a los demás, que hagamos como el Buen Samaritano. Tengamos la misericordia de Dios, pues los rígidos tienen doble vida, son a los que el Señor llamó hipócritas. ¿No seremos capaces de decir las palabras más bellas del Evangelio? «¿Ninguno te ha condenado? No, ninguno Señor. Tampoco yo te condeno». «No te condeno» es una expresión que está llena del amor y de la misericordia del Señor.

2-. Cultiva el amor y la misericordia que regala Jesucristo.El Señor está en medio de ti y te hace vivir en la alegría. Como pide el apóstol san Pablo, hemos de estar siempre alegres: el Señor está cerca y en todo momento, en la oración, la súplica y la acción de gracias, todo presentado a Dios, tendrás paz porque la misericordia sobrepasa el juicio y custodiará tu corazón y tus pensamientos. Cultiva el amor y la misericordia como el apóstol santo Tomás que, al tocar las heridas del Señor Resucitado, manifestó las suyas propias, con sus lágrimas y humillación. Toca al Señor, descubre cómo te quiso, hasta dar la vida por ti. Amor y misericordia unen a Dios y al hombre; abre el corazón a la esperanza de ser amados siempre, hasta el límite de nuestro pecado.

3-. Anuncia el amor y la misericordia que te ha regalado Jesucristo.En medio de ti, el Señor te da su vida para que la manifiestes y reveles con obras. Entonces ¿qué hacemos? Viste y da de comer, haz justicia y no exijas más de lo que te corresponde, trabaja con la fuerza de la misericordia y del amor. La Iglesia tiene la misión de anunciar el amor y la misericordia de Dios que deben alcanzar la mente y el corazón; son el corazón del Evangelio. Salgamos de la mediocridad y hagamos salir a todos los hombres de ella. Comunicar el amor y la misericordia de Dios es nuestra misión.

La nueva evangelización es tomar conciencia del amor misericordioso del Padre para convertirnos también nosotros en instrumentos de salvación para nuestros hermanos, como en la parábola del Buen Samaritano. La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo, que llega hasta el perdón y el don de sí. Tener un corazón misericordioso no es tener un corazón débil, sino todo lo contrario, fuerte, firme, cerrado al tentador, abierto a Dios. El amor misericordioso contagia, apasiona, arriesga, impregna y compromete. No tengamos miedo a llevar a Cristo a todas las periferias, también a las más lejanas e indiferentes. Si estamos heridos, ¿os ha reprochado algo? No nos reprocha: nos lleva a hombros y nos cura o busca quien nos cure, haciéndose cargo de todo.