Diamantes, camisetas… y gambas de sangre - Alfa y Omega

Diamantes, camisetas… y gambas de sangre

La explotación laboral en minas, burdeles o talleres textiles es el combustible humano que alimenta nuestro «capitalismo salvaje», dice la catedrática Teresa Rodríguez Montañés, que inaugura el 1 de agosto el curso de verano La persona no es negocio. Hacia el fin de la trata

Ricardo Benjumea
Una joven trabaja en una fábrica textil de Katunayake (Sri Lanka). Foto: Reuters/Dinuka Liyanawatte

«¿Por qué son tan baratas las gambas que muchas veces consumimos?». La catedrática de Derecho Penal de la Universidad de Alcalá Teresa Rodríguez Montañés colabora con cuerpos policiales, ONG e instituciones académicas de todo el mundo, y es considerada una de las mayores expertas a nivel mundial sobre trata y explotación laboral. Por eso su respuesta hará que a más de uno se le atragante algún aperitivo este verano. «Los casos que cuentan las personas que están trabajando sobre el terreno en Asia son terribles», dice. «Una mujer obligada a prostituirse en un burdel tiene alguna posibilidad de escapar, aunque sea remota. Pero si estás en alta mar, obligado a trabajar en condiciones esclavistas, no puedes hacer nada. A trabajadores que enferman, los tiran al mar; así, directamente. No es ciencia ficción, esto está documentado por personal de Naciones Unidas».

Rodríguez Montañés inaugura el 1 de agosto el curso La persona no es negocio. Hacia el fin de la trata, que hasta el domingo 4 organiza en Torremocha de Jarama (Madrid) la asociación Encuentro y Solidaridad. Por ahí desfilarán diversos activistas en primera línea contra la trata, como Jennifer Lahl, presidenta de la organización norteamericana contra los vientres de alquiler Stop Surrogacy Now; la británica Fiona Broadfoot, víctima de una red de trata con fines de explotación sexual desde los 15 a los 26 años, fundadora de varias organizaciones que rescatan a mujeres de la prostitución; Umida Niyazoba, directora del Foro Uzbeco-Alemán para los Derechos Humanos, o el oficial de policía sueco Mats Paulsson, miembro del Grupo de Interpol de Expertos contra la Trata. La persona no es negocio se enmarca el II Encuentro para la Solidaridad, que incluye distintas actividades hasta el 12 de agosto y llega precedido del curso Contemplación y lucha, impartido del 21 al 26 de julio por el abogado laboralista Javier Marijuán y el secretario general de la Conferencia Episcopal, el obispo auxiliar de Valladolid, Luis Argüello.

Crear conciencia ciudadana

Teresa Rodríguez Montañés no se atreve a ponerle cifras a la explotación laboral. La Organización Internacional del Trabajo habla de algo más de 20 millones de personas en el mundo. ONG como la fundación Walk Free elevan la cifra a más de 40 millones. «En criminología, en general, los datos que conocemos normalmente son solo la punta del iceberg. Las cifras reales nunca las sabremos, pero estoy convencida de que son enormes». Desde la minería de diamantes en Liberia o del coltán en República Democrática del Congo –«¿por qué tenemos que cambiar cada año de teléfono?», se pregunta la experta–, a la construcción de las instalaciones para el Mundial de Fútbol de Catar, «la explotación de millones de personas», que trabajan en situaciones de semiesclavitud, supone el problema «más grave» de vulneración de derechos humanos que tiene hoy la humanidad.

«No se trata –dice– de un problema solo de unos cuantos criminales sometiendo a unos cuantos desheredados de la tierra. La hiperproducción y el hiperconsumismo que caracterizan nuestro sistema de capitalismo salvaje se sostienen gracias a esta explotación. Y no hablo del mundo de la producción ilegal, sino de bienes y servicios que legalmente consumimos». «Ahí veo un paralelismo muy claro con la esclavitud del siglo XIX y su contribución al desarrollo del capitalismo mercantilista».

Este es un problema que «nos afecta a todos», y que también existe en los países ricos, incluida España. Además del caso más conocido de la prostitución, Rodríguez alude a la explotación en la agricultura, en el trabajo doméstico, en la construcción y en el sector turístico. O a «los cientos de mendigos rumanos que de repente aparecieron en las calles de Madrid, a los que van distribuyendo a las nueve de la mañana por toda la ciudad. No son personas que estén voluntariamente allí», como «ha quedado acreditado en numerosas sentencias contra las mafias rumanas».

La catedrática ha puesto en marcha un estudio de posgrado en Alcalá, único en su género en España, dirigido especialmente a agentes de Policía y funcionarios judiciales, trabajadores sociales o miembros de ONG que trabajan sobre el terreno, para enseñarles a detectar y afrontar casos de trata o a manejarse en el sistema jurídico y administrativo, de modo que puedan ofrecer soluciones a las víctimas, a menudo extranjeros en situación administrativa irregular. Pero además de expertos bien formados, cree, se necesita «mucha mayor conciencia ciudadana». «Los consumidores tenemos que abrir los ojos», dice. Y cita como precedente «la sensibilidad que existe ahora sobre la prostitución», donde «ya nadie puede decir: “Yo no sabía”».

Esa misma sensibilidad la echa en falta en el sector textil, «uno de los puntos donde más casos de explotación laboral y semiesclavitud se producen a todos los niveles, no solo en las cadenas low cost». Geográficamente, un punto negro se sitúa en el sudeste asiático, a donde se ha trasladado masivamente la producción. Técnicamente, sería sencillo establecer mecanismos que verifiquen la trazabilidad de la ropa, garantizando que ha sido producida con criterios respetuosos con los derechos humanos, pero «no interesa». De hecho, el camino recorrido ha sido más bien el inverso. «Hace tres o cuatro años –dice Teresa Rodríguez, citando una de sus investigaciones– las prendas llevaban muchas más etiquetas que ahora, de cada uno de los talleres que había intervenido en la producción. Esto ha desaparecido».

Lo que se necesita, a su juicio, es «una reacción colectiva global. Lo primero es mirarnos al espejo, pensar en cómo está producida esa ropa y preguntarnos si realmente necesitamos estrenar una camiseta cada día».

¿Bastaría con eso? «Yo una solución global no tengo», responde. «Solo aporto mi granito de arena, pero una cosa que sí sé es que, creando conciencia, se cambian las cosas».