Akamasoa, la ciudad sobre el vertedero que visitará el Papa - Alfa y Omega

Akamasoa, la ciudad sobre el vertedero que visitará el Papa

A las afueras de la capital de Madagascar, se extendía hace 30 años un inmenso vertedero donde miles de hombres, mujeres y niños malvivían de lo que obtenían en la basura. Ahora este lugar, que el Papa Francisco visitará el próximo domingo en el marco de su viaje al suroeste de África, es una bella ciudad donde viven con dignidad y armonía casi 30.000 personas

Ignacio Santa María Pico
El padre Pedro Pablo Opeka y Gastón Vigo, con un grupo de niños de Akamasoa

Akamasoa –que significa amigo bueno– es hoy día una ciudad bien urbanizada y pavimentada. El lugar donde antes se amontonaba la basura y al que acudían todo tipo de alimañas actualmente está surcado por pulcras calles de suelos adoquinados a las que se asoman un sinfín de casitas bajas con tejado a dos aguas y pintadas de vivos colores. La ciudad milagro cuenta con escuelas, en las que estudian 14.000 niños, hospitales, bibliotecas y otros servicios.

El iniciador de esta asombrosa transformación es Pedro Pablo Opeka, misionero argentino de la orden de san Vicente de Paúl, hijo de inmigrantes eslovenos. Cuando este sacerdote llegó a Antanarivo en 1989 encontró, según sus palabras, «un infierno con muchísima violencia, robos, mentiras, envidias y ninguna solidaridad». Cuando, en medio de la basura, vio a los niños disputándose los restos de comida con los cerdos y los perros, se dijo a sí mismo que allí no podía predicar. Debía actuar.

No tenía dinero, así que, con suma paciencia, fue ganándose la confianza y el apoyo de la población local para trabajar juntos en la construcción de un lugar más humano. «Una aventura humana y espiritual comienza casi siempre sin dinero. Porque no es el dinero el que hace los milagros, es el amor, la fe, la pasión, el coraje y la perseverancia», afirma el padre Opeka.

Gastón Vigo, uno de sus más estrechos colaboradores, recuerda que no fue fácil cambiar la mentalidad de la gente. «Lo más complejo era convencerlos de que pensaran más allá del presente, porque no creían en el futuro. Para ellos, el mañana era lejano porque el asunto era poder comer hoy. Les costaba mucho mantener el aliento, las ganas de trabajar, superar el pasado, porque estaban corrompidos por la miseria».

No obstante, Vigo subraya que siempre han tratado a los pobres como «sujetos y artífices de su propio destino, y no como destinatarios de acciones paternalistas y asistencialistas». El amigo del padre Opeka lo expresa con claridad: «No creemos en el asistencialismo, sino en poder darle a quien sufre las herramientas necesarias para ponerse en pie».

Paulatinamente y con mucha perseverancia, Opeka y Vigo han sido testigos del cambio en la gente, del paso de la miseria a la dignidad. Así lo describe el misionero argentino: «Los pobres descubren la responsabilidad, dejan de robar y buscan trabajo y sus niños van a la escuela. Las familias reencuentran la alegría de vivir y la ayuda mutua. Descubren que el amor por sus hijos les da sentido a sus vidas».

Opeka insiste en que Akamasoa no es un proyecto de cooperación al desarrollo sino un combate urgente contra la pobreza. «Aquí en Akamasoa se lucha sin intermediarios, estamos solos frente a la miseria y la extrema pobreza. Avanzamos juntos con altibajos y perdonándonos unos a otros por no estar a la altura de los desafíos que asumimos».

Se inflama de irritación cuando piensa en los ambiciosos programas contra la pobreza de los organismos estatales e internacionales y en las buenas intenciones que se quedan solamente en palabras. «Hay que dejar de lado la hipocresía de nuestros brillantes discursos. Tenemos que conmovernos y actuar y asumir nuestras responsabilidades frente a tantos miles niños de la calle que hay en todas las grandes ciudades del mundo. Basta de teatro y más verdad y compromiso concreto».

Una madre recoge objetos recuperables en el basurero Andralanitra, en Antananarivo (Madagascar), el pasado mes de agosto. Foto: Reuters/Baz Ratner

La organización de la convivencia

Pero ¿cómo se organiza la vida en común en Akamasoa? Existen normas claras que rigen el trabajo y la convivencia, pero no han sido impuestas desde la mentalidad del mundo desarrollado sino a partir de las tradiciones y el modo de pensar de este pueblo. «Esto implicaba conocer su cultura, su mentalidad, su historia, sus tradiciones y sobre todo su lengua para poder comunicarse», subraya el padre Opeka, que antes de comenzar una obra como la de Akamasoa, tuvo que empaparse de la cultura malgache durante 15 años en un lugar al sudeste de la isla.

Para vivir en la ciudad hay que asumir las dinas, que son normas consensuadas por toda la comunidad, que establecen derechos y obligaciones y cuyo incumplimiento conlleva una pena. Por otra parte, la gestión económica y administrativa recae sobre un cuerpo de 780 empleados directos de Akamasoa que son coordinados por un equipo directivo en el que participa misionero argentino. Docentes, médicos, ingenieros y técnicos también participan en la supervisión de todas las actividades. «Hacen todos los días un gran trabajo en lo que es una verdadera pelea contra la pobreza más extrema», subraya Vigo.

«La espiritualidad, que no es obligatoria, también ha jugado un papel muy importante para despertar el coraje de la gente y aumentar la conciencia de su responsabilidad dentro de la familia y la sociedad», asegura este colaborador de Opeka, quien hace hincapié en que «dar libertad de culto no ha sido un factor de división, sino por el contrario, ha acercado a diferentes y semejantes». El espíritu de esa convivencia en libertad se puede resumir de este modo: «Cada uno elige su camino. Démonos la mano, creyentes y ateos en nombre de la verdad, siempre que sea en la humildad. Ser humilde es ser verdadero».

Por ello, la fe y la espiritualidad no constituyen un capítulo aparte sino que empapan todas las decisiones, incluso las más prácticas, como las referentes a la gestión económica. Cuando al padre Opeka le preguntan: «¿Cómo ha conseguido financiación para ayudar de forma permanente a 29.000, escolarizar a 14.000 niños y beneficiar a más de 500.000 personas?», él siempre responde: «¡La providencia!¡Dios es nuestro mejor socio financiero!».

Vigo reconoce que esta respuesta deja sin habla a muchos expertos financieros internacionales, que no se pueden imaginar que realmente se apoyen en el amor cotidiano de Dios. «Pero lo cierto es que, sin una fe alimentada por la oración, nos hubiera sido imposible el enfrentarnos a las dificultades que tuvimos que vencer y para acompañar a los pobres en sus terribles circunstancias humanas, económicas y sociales», señala.

El caso es que la mitad de las necesidades de la ciudad son financiadas con recursos propios obtenidos a través de actividades de emprendimiento. La otra mitad procede de subvenciones estatales y donaciones de particulares.

Misionero… y estrella de fútbol local

Tal y como adelantó hace un año el padre Pedro Pablo Opeka a Alfa y Omega, el Papa Francisco visitará Akamasoa el domingo 8 de abril, dentro de su viaje apostólico a Mozambique, Madagascar y Mauricio. En la ciudad milagroque se levantó en el mismo lugar donde se encontraba el mayor vertedero de Madagascar, el Sucesor de Pedro será recibido por 10.000 niños y jóvenes con sus cantos y danzas.

Sobre la visita del Santo Padre, comenta Opeka: «Llega en el momento oportuno, ya que celebramos en el mismo periodo los 30 años de la fundación de la obra humanitaria de Akamasoa. ¡Antes esto era un infierno! Imaginar entonces que veríamos aquí al Papa era impensable. Él no verá lo que yo vi, pero me alegra que 30 años después vea el resultado de nuestro trabajo».

Opeka y Bergoglio no solo comparten nacionalidad. Como buenos argentinos son dos apasionados del fútbol. De hecho, cuando el misionero paulino llegó a Madagascar en los años 70 alcanzó cierta popularidad como futbolista. Era el único blanco que jugaba en el equipo local de la ciudad de Vangaindrano y pronto se convirtió en el goleador de la plantilla. El fútbol fue la llave que le abrió muchos corazones. «Cuando marcábamos un gol nos tirábamos unos encima de los otros y nos abrazábamos, y esa alegría se transmitía en una comunión muy profunda con todo el público», recuerda el sacerdote.