Amar la vida - Alfa y Omega

Amar la vida

Ricardo Ruiz de la Serna
Foto: CNS

Así recibieron al Papa Francisco en el aeropuerto de Maputo: bailando a tambor batiente. Era inevitable recordar el versículo del salmo 150 que invita a alabar a Dios «con tambores y danzas». Resonaron, pues, los batuques, los atabaques y los tamboriles anunciando que el Papa estaba en África y llegaba a Mozambique, a la que llamó «nación bendecida».

Los Padres Blancos me enseñaron a amar a este continente, a admirar su belleza radiante y a sufrir con sus heridas desgarradas. En esta tierra siguieron a Cristo el cardenal Lavigerie, que luchó contra la esclavitud, y Carlos de Foucauld, que siguió los pasos del Maestro retirándose al desierto para abrirse al mundo. Estos europeos que se hicieron africanos se suman en la comunión de los santos a hijos del continente negro que han muerto y, sobre todo, han vivido por el Evangelio. Mundo Negro publicó hace algún tiempo un libro titulado Todos los santos africanos. Hay casi 1.000. Entre ellos, están los mártires de Uganda, muertos en 1886 por orden del rey de Buganda, Mwanga II, y Josefina Bakhita, vendida como esclava y liberada por un diplomático italiano. En ese libro se cuenta la historia de Marie-Clémentine Anuarite Nengapeta, hermana de la Sagrada Familia asesinada por un soldado congolés en 1964.

África guarda una relación muy especial con la cruz. Ella misma ha sido crucificada en la Historia muchas veces. A los pueblos africanos se los quiso condenar a no tener arte, sino artesanía; a no tener cultura, sino solo folklore; a no tener lenguas, sino solo dialectos. Pero África se ha resistido y se resiste a que la muerte venza a la vida. Es una injusticia reducir el continente a sus conflictos, a sus tragedias y a sus catástrofes. Deberíamos hablar de los procesos de reconciliación, de los intentos de sobreponerse a las calamidades, de la voluntad de vivir y salir adelante. Benedicto XVI recordó cuando llegó a Yaundé en 2009 que «también en medio del mayor sufrimiento, el mensaje cristiano lleva siempre consigo esperanza». Ahí está África para demostrarlo.

Cuenta Mia Couto, el famoso escritor mozambiqueño, que «en África las ideas se defienden contando historias». Sospecho que a Jesús, que también enseñaba con parábolas, le hubiese gustado esta razón narrativa. Un amigo guineano que estudió conmigo en la universidad decía que en su tierra el ritmo es muy importante. Yo he visto Misas en las que baila todo el mundo y los sacerdotes se revisten de estolas coloridas bellísimas. Aquí celebran la Resurrección con un estallido de todos los colores del arcoíris, ese recordatorio de «la alianza que establezco para futuras generaciones entre yo y vosotros» del que habla el Génesis.

En la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa (1995), san Juan Pablo II escribió: «Todos los hijos e hijas de África aman la vida».

Quizás por eso queremos tanto a África.