Anglicanos vuelven a casa - Alfa y Omega

Anglicanos vuelven a casa

Comprendí el motivo por el que Benedicto XVI ha decidido crear en la Iglesia católica estructuras jurídicas que permitan a los anglicanos regresar al catolicismo, manteniendo costumbres litúrgicas y culturales, al ver las lágrimas de Deborah Gyapong, una de las más reconocidas periodistas canadienses en asuntos religiosos y políticos, escritora de éxito de varias novelas…

Jesús Colina. Roma
Catedral de Canterbury

En junio de 2008, en medio de un congreso de periodistas especializados en información religiosa, celebrado en Toronto, fuimos juntos a misa, en la catedral católica de la ciudad canadiense, a pesar de que ella me había explicado que era anglicana. Al final de la Eucaristía, cuando atravesamos las puertas del templo, vi sus ojos humedecidos. «¿Qué te pasa?», le pregunté, pensando que había recibido una mala noticia. «No puedes imaginar lo que significa acudir a la Eucaristía, ser testigo de la presencia real de Cristo en el Sacramento, rezar por el obispo de Roma y por la unidad de la Iglesia, pero no poder comulgar…», respondió.

La periodista, sacando el pañuelo, confesó su fe en la Iglesia católica, apostólica y romana, su amor por el Papa, pero, al mismo tiempo, me explicó que no podía abandonar su comunidad para adherirse a la Iglesia católica. Pertenece a la Comunión Anglicana Tradicional (TAC, por sus siglas en inglés), creada en 1991, cuyo Primado es John Hepworth, arzobispo de la Iglesia Católica Anglicana de Australia. Estos anglicanos, unos 400 mil en el mundo, en vez de tocar, cada uno por su cuenta, a las puertas de Roma, han preferido dar el paso en comunidad, no sólo como testimonio público de fe, sino también para pedir al Papa que reconozca y permita sus prácticas litúrgicas: la utilización del Libro de Oración Común, que caracteriza sus oraciones, el uso del Misal Anglicano, etc. Además, estos anglicanos pedían al Papa que ofrezca la comunión plena —es decir, su participación activa en la Iglesia católica— a sus sacerdotes, que normalmente están casados.

Consciente de todo lo que implicaban estos pasos, confieso que me vino un cierto desaliento por mi amiga Deborah: ¿cómo va el Papa a reconocer canónicamente algo así? En la historia del cristianismo de Occidente, apenas hay precedentes. Es verdad —me decía a mí mismo— que la Iglesia católica ha creado diócesis para las Iglesias ortodoxas, que han regresado a la comunión con el Papa, pero en aquel caso hablamos de un cisma mucho más antiguo, de hace mil años, y en el que los motivos de divergencia doctrinales no afectan a la naturaleza de la Iglesia, en general, sino sólo a la autoridad del obispo de Roma.

«Deborah —le dije a mi amiga periodista—, espero que tú y yo vivamos para ver ese momento», pero confieso que no estaba demasiado seguro. El 20 de octubre, poco más de un año después de aquella Misa, la Santa Sede anunciaba la inminente publicación de una Constitución apostólica de Benedicto XVI, con la que la Iglesia católica acepta la petición de numerosos obispos, sacerdotes y fieles anglicanos de entrar en comunión plena y visible. Mi amiga periodista canadiense, emocionada, a primeras horas de ese día, me enviaba un mensaje.

Una puerta abierta para otros

La decisión adoptada por Benedicto XVI, a través de la fórmula de los ordinariatos personales, va mucho más allá de la histórica incorporación de los tradicionalistas anglicanos. Sobre todo, porque puede suponer una puerta de entrada para otras confesiones cristianas que anhelan la unidad con la Iglesia de Roma. Son comunidades que también provienen del mundo protestante —como Forward in Faith, uno de los grupos de anglo-católicos más importantes—, pero no sólo. Así, la Iglesia ortodoxa búlgara ya ha expresado, por boca de su obispo Tichon, su deseo de «encontrar la unidad lo antes posible y celebrar finalmente juntos; la gente no entiende nuestras divisiones y nuestras discusiones». Unas declaraciones que ahondan en la cada vez más estrecha relación que mantiene Roma con los ortodoxos, y que con Benedicto XVI ha experimentado un acercamiento notable. También puede ser la solución para que se descongestione el diálogo con los lefevbrianos, con los que, además, acaba de iniciarse una ronda de reuniones para acercar posturas, y que se centraron, en la primera reunión, en el concepto de Tradición, el Concilio Vaticano II y el misal de Pablo VI.

El paso más importante a la unidad, tras el Vaticano II

La disposición responde a la solicitud de adhesión de más de 500 mil anglicanos (de los cuales, entre 20 y 30 son obispos), que desde hace años sufren la continua división de la Comunión Anglicana (con 70 millones de miembros en todo el mundo), tras haber tomado varias decisiones polémicas, como la ordenación de mujeres en el sacerdocio y el episcopado, o la ordenación de clérigos que llevan una vida de convivencia homosexual, o la bendición de parejas del mismo sexo.

Se trata probablemente del paso ecuménico más importante tras el Concilio Vaticano II, y tiene lugar en un momento decisivo, en el que algunos de los promotores de la unidad de los cristianos se desalentaban al ver cómo las esperanzas surgidas en aquella asamblea ecuménica parecía que nunca lograban concretarse.

Esta decisión de Benedicto XVI constituye, quizá, el acto más importante para la historia del cristianismo en Inglaterra, desde que el rey Enrique VIII provocara el cisma para conseguir sus objetivos dinásticos, en su búsqueda de una consorte que le diera un heredero masculino (quería divorciarse de Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena). Si bien el monarca consideró útil sustituir la primacía de un Papa con objetivos políticos propios, por la supremacía de la Corona inglesa, una lectura minuciosa de su legislación inicial, limitada a cuestiones de supremacía temporal y espiritual, sugiere claramente que no era intención de Enrique fundar una nueva Iglesia, algo que sin embargo acabó provocando.

La inédita novedad, que tendrá lugar cuando, en los próximos días, Benedicto XVI publique su Constitución apostólica, consiste en que la escisión del alma inglesa cristiana podrá ser superada ahora sin traumas. Aquellos fieles anglicanos, que se sienten orgullosos de su cultura y de las manifestaciones litúrgicas, ya no tendrán que renegar de ellas para entrar a formar parte de la Iglesia católica. Finalmente, como sucedía antes de Enrique VIII, podrán llamarse ingleses y católicos, sin complejos ni prejuicios.

Los testimonios de los convertidos que permiten comprender este paso son muy numerosos. Uno de ellos es don Jeffrey Steenson, ordenado sacerdote católico tras haber sido obispo de la diócesis anglicana de Río Grande, en Estados Unidos. Para él, incluso hoy, sigue siendo desgarrador el haber tenido que abandonar su comunidad anglicana para entrar en el catolicismo. Con este paso del Papa, muchos de estos traumas podrán superarse.

¿Cómo será la acogida a los anglicanos?

El cardenal estadounidense William Joseph Levada, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en una rueda de prensa inédita, pues fue convocada en la tarde anterior por mensaje de texto, ilustró los elementos centrales de la Constitución apostólica que el Papa dedica a la acogida de los anglicanos. En este documento, «el Santo Padre ha introducido una estructura canónica que provee a una reunión corporativa, a través de la institución de Ordinariatos Personales, que permitirán a los fieles ex anglicanos entrar en la plena comunión con la Iglesia católica, conservando al mismo tiempo elementos del específico patrimonio espiritual y litúrgico anglicano», explicó. Es decir, como sucede en otras estructuras jurídicas parecidas de la Iglesia católica, como es la diócesis castrense (Ordinariato militar) o la Prelatura personal (la única que existe es la del Opus Dei), la Iglesia creará una especie de diócesis sin territorio, con su superior (un obispo o un sacerdote) para los anglicanos que regresan a la Iglesia católica y mantienen manifestaciones litúrgicas y culturales anglicanas.

El cardenal Levada considera que es «una respuesta razonable e incluso necesaria a un fenómeno global, ofreciendo un único modelo canónico para la Iglesia universal, adaptable a diversas situaciones locales, y en su aplicación universal, equitativa para los ex anglicanos. Este modelo prevé la posibilidad de la ordenación de clérigos casados ex anglicanos, como sacerdotes católicos», aclaró el cardenal Levada, explicando que esto no se aplicará a los obispos casados anglicanos, que, al regresar a la Iglesia, sólo serán ordenados sacerdotes. «Razones históricas y ecuménicas no permiten la ordenación de hombres casados como obispos, tanto en la Iglesia católica como en las ortodoxas», recordó. Por este motivo, el Papa ha previsto que el Superior de estos Ordinariatos «pueda ser o un sacerdote o un obispo no casado». Por otra parte, añadió, «los seminaristas del Ordinariato se prepararán junto a otros seminaristas católicos, pero el Ordinariato podrá abrir una casa de formación para responder a necesidades particulares de formación en el patrimonio anglicano».

El cardenal dejó claro que el Papa no ha tomado la iniciativa por su cuenta, sino que responde a la petición «de varios grupos de anglicanos que han declarado que comparten la fe católica común, como expresa el Catecismo de la Iglesia católica, y que aceptan el ministerio petrino como un elemento querido por Cristo para la Iglesia. Para ellos ha llegado el tiempo de expresar esta unión implícita en una forma visible de plena comunión», afirmaba el Prefecto, aclarando que «la unión con la Iglesia no exige la uniformidad que ignora las diversidades culturales, como demuestra la historia del cristianismo».

Los fieles llenan la Plaza de San Pedro, bajo la estatua del Apóstol

Reacción positiva de Canterbury

Una vez que el Papa decidió dar un paso tan valiente en la acogida de anglicanos, quedaba otro problema importante por resolver: ¿cómo sería la reacción de la Iglesia anglicana? Como gesto de la amistad que la Iglesia católica mantiene con el Primado anglicano, el arzobispo de Canterbury, en estos momentos el doctor Rowan Williams, una vez que se había encontrado la formulación, Benedicto XVI pidió que se le informara de las intenciones de la Santa Sede. Los contactos personales sirvieron para mostrar y aclarar que no se trataba de una decisión de la Santa Sede para robar fieles anglicanos, sino que esta Constitución apostólica se explica con dos elementos decisivos: una respuesta a miles y miles de peticiones, que debe ser compartida; y un reconocimiento inédito por parte de Roma de la tradición anglicana.

Williams, agudo teólogo, comprendió bien estos dos elementos y, sorprendiendo a algunos anglicanos y católicos, publicó, el mismo día en que el Vaticano daba el anuncio, una Nota de aplauso, firmada junto al arzobispo de Westminster (católico), monseñor Vincent Gerard Nichols. «La Constitución apostólica es un ulterior reconocimiento de las coincidencias en la fe, la doctrina y la espiritualidad entre la Iglesia católica y la tradición anglicana —afirma el documento—. Sin los diálogos de los últimos cuarenta años, este reconocimiento no hubiera sido posible, ni se habrían abrigado esperanzas de comunión plena y visible. En este sentido, esta Constitución apostólica es una consecuencia del diálogo ecuménico entre la Iglesia católica y la Comunión Anglicana».

«Con la gracia de Dios y la oración, estamos determinados a que nuestro compromiso mutuo y consultas en estos y otros asuntos sigan fortaleciéndose», afirma la Nota. «Esta cooperación cercana continuará mientras crecemos juntos en la unidad y la misión, en testimonio del Evangelio en nuestro país, y en toda la Iglesia».

El Primado anglicano, en estos últimos días, ha recibido críticas, incluso de su predecesor en el cargo, por esta apertura. Ahora bien, después de estos años, en los que ha tenido que gestionar los cismas internos a la Comunión Anglicana, Williams ha visto en Roma un apoyo inesperado a aquellos anglicanos que no quieren renunciar a una tradición que se remonta a san Agustín de Canterbury.

Primer paso hacia la superación del cisma

Desde el siglo XVI, cuando el rey Enrique VIII declaró la independencia de la Iglesia de Inglaterra de la autoridad del Papa, la Iglesia de Inglaterra creó sus propias confesiones doctrinales, usos litúrgicos y prácticas pastorales, incorporando con frecuencia ideas de la Reforma, acaecida en el continente europeo. Pero en el curso de los más de 450 años de su historia, la cuestión de la reunión entre anglicanos y católicos nunca ha sido descartada. En la mitad del siglo XIX, el Movimiento de Oxford (en Inglaterra) mostró un nuevo interés por los aspectos católicos del anglicanismo. De hecho, hoy la Iglesia anglicana está dividida en dos partes: Iglesia Alta o Anglocatólica, surgida del Movimiento de Oxford, sector que acepta y practica los siete sacramentos o actos de fe que nos relacionan con el Dios de la creación, y la Iglesia Baja o sector que, por mantener posturas calvinistas, rechaza que estos actos de fe, definidos por la Iglesia con sustentación bíblica, se llamen sacramentos.

Desde el Concilio, las relaciones entre anglicanos y católicos romanos han mejorado el clima de comprensión y mutua cooperación. La Comisión Internacional Anglicano Católica (ARCIC) ha redactado una serie de declaraciones doctrinales, a lo largo de los años, con la esperanza de crear el fundamento para una unión plena y visible. Para muchos de los que pertenecen a las dos Comuniones, las declaraciones de la ARCIC han puesto a disposición un instrumento en el que la común expresión de la fe pueda ser reconocida.