Y el Vaticano se cubrió de penachos - Alfa y Omega

Y el Vaticano se cubrió de penachos

Una misionera que escucha en confesión, «sin dar la absolución», o un obispo preocupado por el alto número de suicidios en su región, la Guayana Francesa, por la «colonización de Francia en la educación», que lleva a que la cultura nativa esté desapareciendo. Así ha comenzado el Sínodo de la Amazonía en Roma

Cristina Sánchez Aguilar
Marcha al comienzo de la primera sesión del Sínodo sobre la Amazonía, en el Vaticano, el pasado 7 de octubre. Foto: REUTERS/Remo Casilli

Una danza tribal para presentar la Palabra de Dios en la basílica de San Pedro, en el Vaticano. «Las hijas de la tierra te alabamos, Señor», resonaba entre los mármoles. «Los pobres y olvidados, con ansias de ser libres, te alabamos Señor», cantaban decenas de religiosas, sacerdotes y laicos –muchos, indígenas–, custodiando al Papa entre carteles, palmeras y plumas de muchos colores hasta su llegada al altar. El pastor sonreía feliz entre su pueblo más querido, el apartado.

«Muchos hermanos y hermanas del Amazonas llevan cruces pesadas y esperan la consolación liberadora del Evangelio y la caricia de amor de la Iglesia, y es por ellos y con ellos que debemos caminar juntos», recalcó Francisco en la homilía de la Misa de apertura del Sínodo de la Amazonía, que tuvo lugar el pasado domingo en Roma. Una hoja de ruta clara para los cientos de obispos, sacerdotes, religiosos y laicos que van a escudriñar hasta el 27 de octubre qué necesita el Amazonas para que «el don de Dios sea ofrecido», y no «impuesto», como ha ocurrido –aseguró– todas esas veces que ha habido «colonización en vez de evangelización».

Caminar juntos. También fue la expresión fetiche del Papa durante la apertura de los trabajos, el lunes 7 de octubre. «El Espíritu Santo es el actor principal, por favor no lo echemos de la sala», pidió a los presentes, a los que animó a hablar «con coraje, aunque tengan que pasar vergüenza». Sobre las cuatro dimensiones en las que pivota el encuentro (pastoral, social, cultural y ecológica), «la primera es la esencial, por ser la que lo abarca todo». Por eso, recalcó, «nos acercamos a la realidad de la Amazonía con ojos de discípulo», ajenos «a colonizaciones ideológicas que destruyen o reducen la idiosincrasia de los pueblos». Las ideologías, agregó, «son un arma peligrosa», pero «tendemos a agarrarlas para interpretar a un pueblo».

El cardenal Hummes, relator general, respondiendo a muchos de los interrogantes abiertos ante este Sínodo, afirmó durante la apertura que «hay que trazar caminos hacia el futuro» y animó en su intervención a «no tener miedo a la novedad», ya que el mismo Cristo «es una eterna novedad». Hummes, además, quiso hacer hincapié en que este es un Sínodo «de la Iglesia para la Iglesia, integrada en la historia y en la realidad del territorio». Territorio marcado por «la precariedad de medios», aseguró el cardenal brasileño, donde destaca la «casi total ausencia de la Eucaristía y de otros sacramentos esenciales para la vida cristiana» por un lado, y con «la amenaza a la vida por los intereses económicos y políticos», por otro lado.

La voz de la experiencia

Fue la hermana Alba Teresa Cediel, misionera de María Inmaculada, la encargada de poner voz femenina a la sesión de apertura con la experiencia. La de una presencia donde el sacerdote no puede acudir con frecuencia por falta de medios. «¿Qué hacemos? Lo que puede hacer un laico: acompañamos a los indígenas en los eventos, cuando se necesita que haya un Bautismo, bautizamos, y somos testigos del amor de pareja si alguien se quiere casar». Muchas veces, continuó, «nos ha tocado escuchar en confesión, sin dar la absolución». En ocasiones, ante una situación de muerte cercana. Creemos, aseguró, «que Dios Padre actúa en ese momento».

También monseñor Emmanuel Lafont, obispo de Cayenne, en la Guayana Francesa, explicó cómo en la región que le compete, con un alto porcentaje de nativos, la educación «ha sido colonizada por los franceses», lo que ha traído como consecuencia «que los hijos aprendan cosas que sus padres no conocen. Así se crean brechas entre generaciones, los padres se sienten desplazados y esto lleva a muchos suicidios». Todo regado por un Estado, el francés, que «no reconoce los derechos de los indígenas». Y por eso, aprovechando su intervención, pidió ayuda a sus hermanos, los obispos franceses.