Domingo mundial de misiones - Alfa y Omega

Desde niña octubre siempre ha sido especial; el mes del rosario y del inicio del oratorio y los grupos de fe en el colegio de las salesianas donde estudié. Y por supuesto, el mes del Domund. Tras una profunda celebración en la que siempre había un testimonio misionero, centenares de niños salíamos a la calle hucha en mano. La causa merecía cualquier esfuerzo. Queríamos echar una mano a los «superhéroes de la fe». Y la gente nos ayudaba (y siguen haciéndolo) porque, hasta aquellos que no querían nada con la Iglesia, eran capaces de reconocer la valía del servicio misionero.

Este domingo la Iglesia celebra el Domund, inserto en el Mes Misionero Extraordinario declarado por el Papa. Contemporáneamente, confiamos que el Sínodo de la Amazonía pueda brindar la luz del Espíritu que irradia desde la periferia para iluminar algunas sombras en el centro. Este es un tiempo de gracia para redescubrir que la vocación misionera no es solo para sacerdotes y religiosas, es el llamado de Cristo a cada bautizado.

La protagonista de la foto se llama Jean y es la más charlatana de 8ºB. Por sus venas corre sangre de líderes cristianos. Su abuelo paterno estaba al cargo de una capilla. Su padre, que murió hace tres años, era el líder del grupo misionero parroquial St. Joseph Vaz. Soñaba con trabajar por la Iglesia al 100 %, sin medir tiempo ni esfuerzos. Su madre, maestra de escuela y ahora viuda con tres niños, es catequista desde hace más de 20 años. Solo Dios sabe si Jean será algún día una missionary sister. De lo que no me cabe duda es que va a ser una cristiana comprometida, porque de su familia ha aprendido que el Bautismo compromete de por vida.

Hace unos meses, en una entrevista sobre los atentados terroristas, un periodista me preguntó si los misioneros éramos superhéroes. Sonreí y pensé: Yo, el único superpoder que tengo, es el de haber experimentado que el Evangelio es verdad en mi vida: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Juan 3, 16-17).